jueves, 26 de enero de 2012

Los huevos en la sartén

Por Camila Carbel.

       —Buenas noches, ¿en que podemos ayudarle?
     —Hola. No se si podrán ayudarme, eso espero. Ya no sé qué hacer —dijo una voz, que parecía al borde del llanto, del otro lado de la línea telefónica.
     —Primero dígame su nombre, dirección y cuénteme que le esta pasando.
     —Bien. Me llamo José Castillo, vivo en la calle 4 de Octubre y San Luís.
     —Perfecto, ahora cuénteme, ¿porque decidió llamarnos? —Pregunto el operador de turno. Aunque lo preguntaba por pura rutina, creía saber la respuesta.
     —Bueno, yo vi el anuncio en la televisión. Y la verdad ya no aguanto más. Estuve esperando más de media hora con el televisor encendido para anotar el número. Y bueno, lo acaban de pasar.
     —Claro— respondió. Ese anuncio había tenido mucho éxito, y estaba probado estadísticamente, que se recibían más llamados luego de que saliera la publicidad. —cuénteme el motivo de su llamada. 
     —Bueno, pasa que nos llevamos muy mal con mi esposa. Ella no me deja ver el fútbol los Domingos, se enoja si salgo con mis amigos y para castigarme cocina verduras durante toda una semana. Me grita todo el tiempo. Quiere que yo haga todas las cosas de la casa, como limpiar la pileta, bañar a los perros, arreglar el auto, cambiar las lamparitas, pintar la habitación.
     —Entiendo, pero antes respóndame una pregunta fundamental José. ¿Hubo episodios de violencia física?
     —Algo asi. Violencia psicológica si, ya casi ni salgo de casa, y…
     —Entiende José, pero respóndame la pregunta por favor.
     —Esta bien, disculpe. Es que ya no se que hacer, nada de lo que digo o hago esta bien, siempre me grita.
     —Pero ¿le pego en alguna de esas discusiones?
     —Me empujo, y una vez me pego un cachetazo, hasta me dejo la marca en el rostro. Ah y una vez me tiro con un cuchillo.
     —¿Y le dio? ¿Digo el cuchillo le dio? —Dijo el operador, muy interesado en la historia del hombre.
     —No, por suerte. Pero si le dio a la foto de casamiento que estaba atrás mió. Y en su propia cara. Eso fue gracioso. Aunque para ella no, claro.
     —¿Y luego que paso?
     —En ese momento solo grito, pero al día siguiente, cuando íbamos a casa de su madre, al bajar del auto me tomo de la mano. Lo cual me sorprendió porque hace años que no lo hacia, pero no dije nada. Y antes de llegar a la puerta, su mano se cerro en mi dedo meñique y me lo que quebró.
     —No me había contado eso cuando le pregunte por hechos violentos José. —respondió el operador, con su tono serio habitual.
     —Bueno, no sabia que debían ser todos los episodios violentos —dijo José, estirando la o de la palabra todos.
     —Si, desde la secretaria se hará lo posible por ayudarlo y si es necesario tendrá que realizar la denuncia correspondiente y vivir en un refugio para hombres maltratados. Pero primero debemos saber que tan grave es su caso y todos los antecedentes del mismo para poder ayudarlo eficazmente José.
    —Bueno. Me falto contarle la vez que le escribí un poema.
     —Pero antes de eso, termíneme de contar que paso cuando le quebró el dedo.
     —Ah, cierto. Y no paso nada, almorzamos en la casa de mi suegra y Roxana, mi esposa, dijo que me había agarrado el dedo con la puerta del auto. Despues fui al hospital, donde me pusieron un palito de helado y unas vendas. Hasta el día de hoy no puedo cerrar del todo ese dedo.
     —Si. Ahora puede contarme lo anterior.
     —Bueno. Un día yo quise sorprenderla, solo tener un lindo gesto para con ella, nada más. Pero ella piensa, cada vez que salgo de la rutina, que lo hago por culpa, porque cree que la engaño. Y te digo algo entre hombres, jamás la engañaría. Antes prefiero castrarme yo mismo con un cuchillo de cocina, porque no me quiero imaginar de lo que seria capaz de hacerme ella si tan solo miro a otra mujer.
     »Un día me dijo que cuando tuviera pruebas de esa supuesta infidelidad iba a destriparme vivo.
    —Por lo que me cuenta han sido varias las agresiones y las amenazas, señor Castillo.
     —Desde que comenzó todo esto han pasado ya cinco años. Todavía no entiendo como las mujeres se convirtieron en lo que son hoy en día.
     —Desde tiempos inmemorables que viene esto señor. Primero nos hicieron creer que eran el sexo débil, y luego poco a poco, años tras año, fueron llenándonos la cabeza con ideas extrañas. ¿Por qué cree que hay tantos gay? Porque las mujeres son malas. Controladoras y manipuladoras. Pero no nos pondremos a debatir ideas.
     »Yo estoy aquí para ayudarlo. Lo escuchare primero y luego veremos como poner fin a esta situación, usted tranquilo. Nuestra misión es frenar la ola de violencia contra los hombres.
     —Bueno. El día que le dije el poema, que le había escrito, me tiro con las copas y los platos de porcelana que nos habían regalado para nuestra boda, hace ya quince años. Rompió todo, ni un solo plato se salvo esa noche.
     —¿Aún se acuerda del poema? ¿Podría decirme cómo era? —pregunto el operador, olvidando cual era su función en el trabajo.
     —Claro que me lo acuerdo. Lo escribí yo mismo.
     »Mi amor, por favor
prepara mis tostadas con mermelada
Todas las mañanas.

Antes de irme a trabajar
Me despediré con un beso
Prométeme que nunca más me romperás un hueso.

Si quieres te entrego mi amor, mis llaves y mis autos
Pero tú tendrás que lavar las copas y los platos.

Y no me esperes hasta tarde
hoy jugare a la play con amigos
Sé que me extrañaras,
Así que te compre un jarrón de vino.
      ¿Qué le parece? Se que no es tan romántico, pero es sincero. Eso cuenta.
     —Si es sincero. Igual, yo jamás podría hacer algo así. Pero bueno, la verdad que no me pagan para opinar. Y luego que le dijo el poema, y paso lo de la batalla campal de vajilla. ¿Alguno resulto herido?
     —Claro que si. Yo tenia miles de heridas por los cortes en todo el cuerpo, pero no eran muy profunda. Pero si me quedo una gran cicatriz en la frente.
     —¿Y recibió atención medica? ¿Hace cuanto de este episodio, señor Castillo?
     —Fue hace un par de años —Se detiene a pensar, para darle información mas precisa al amable operador que lo atiende —Sucedió hace 4 años.
     »Si fuimos al hospital pero me atendió una doctora, y la policía que estaba en la guardia. Le conté como me había hechos los cortes, y me dijeron que algo habría hecho para que Roxana reaccionara así. Le quise contar lo del poema, eso no era delito. Pero no me dejaron seguir hablando y la doctora me puso alcohol en todas las heridas. Creo que fue una de las veces en que sentí más dolor en toda mi vida.
     —Me lo imagino.
     —Tengo una pregunta.
     —Si dígame.
     —¿Ustedes no me llevaran con policías mujeres, verdad?
     —La verdad que en su mayoría son policías hombres, los que trabajan con nosotros, pero hay algunas mujeres trabajando. Pero no se preocupe, ellas luchan por nosotros, para que de una vez por todas estemos en igualdad de condiciones, José. No tiene por que meter.
     —¿Esta seguro que trabajan para nuestro bien? —José quería decir muchas cosas más, pero por su cabeza pasan miles de imágenes de policías torturándolo, por haber denunciado a una de su género.
    —Pero si quiere puede solicitar que a la investigación de su maltrato sea llevada solo por hombres. No hay ningún problema —dijo rápidamente el operador, temiendo que el agredido colgara la comunicación.
     —¿Me puede asegurar eso?
     —Claro que si. Delo por hecho. Ahora coménteme si hubo otro caso más.
     —No, eso fue todo.
     —Bien, ahora escúcheme con atención. Le haré una pregunta que será fundamental en como seguiremos trabajando ahora. José, ¿Cree que puede convivir unos días con su esposa? ¿O prefiere marcharse de su casa? Es decir, la pregunta correcta, es: ¿Teme por su vida, dentro de esa casa?
     Emilio Castro, el operador del turno noche de la secretaria de lucha contra la violencia de genero en hombres, pensó que José, el pobre sujeto maltratado a lo largo de los años por su esposa, había cortado la comunicación. Pero no quería ni preguntar. Por dos razones. Una por si aun el seguía allí, no quería interferir en sus pensamientos. Pero también tenia miedo a haber realizado mal su trabajo.
     —No, no temo por mi vida.
     »Si me pega y me grita todo el tiempo. Pero por eso no se muere la gente.
     —¿Esta seguro?
     —Si, si.
    —Bueno. Entonces usted mañana debería realizar la denuncia, en una comisaría común o en la comisaría del hombre. Si quiere alguno de nuestra secretaria o yo mismo, si usted así lo desea puede acompañarlo. Luego se le notificara a su esposa y al juez de la causa, y podrían ocurrir dos situaciones. O que usted se marche por un tiempo al albergue especial de nuestra secretaria o que su esposa vaya a prisión antes del juicio. ¿Me entendió señor José?
     —Si… Disculpe, me puede decir su nombre?
     —Si, como no. Soy Emilio Castro.
     —Sí, señor Castro. Así lo haré. En realidad será lo primero que haga mañana por la mañana. Y me gustaría que usted, que ya sabe por lo que pase, me pueda acompañar. Y también para que impida que me tome la denuncia una oficial. No puedo ni ver a las oficiales ni enfermeras. Luego de esa vez que le conté.
     —Y sí, me lo imagino. Pero ya no deberá preocuparse por eso. A partir de ahora, todo andará bien. Hizo lo correcto en llamar y mañana dará el segundo paso, cuando realice la denuncia.
    —Muchas gracias por atender mi historia señor Castro. La verdad, cuando llame pensé que nadie atendería el teléfono.
     —No José, siempre estamos aquí.
     —Gracias. Hasta mañana. A primera hora, en la comisaria del hombre.
     —Así es. Allí estaré y llevare la grabación de nuestra conversación.
     —Bueno. Hasta luego.
     —Adiós, José. Recuerde que ya no deberá padecer más abusos.


     Antes de dirigirse a la comisaria, Emilio Castro hizo su parada habitual en el café exprés, ubicado a tan solo dos cuadras. Mientras tomaba su capuchino doble, escuchó en la radio una noticia que modificaría el transcurso de la mañana.
     Noticia de último momento, gritaba el conductor. Hallaron muerto a un hombre. Para ampliar nuestro móvil se encuentra en el lugar del hecho. —Cuéntenos más del trágico suceso, María Cristina.
     —Estamos ubicados en  la calle 4 de Octubre y San Luis. Donde lamentablemente se produjo otro caso de muerte por violencia de género en hombres. La policía llegó cuando aún la esposa de la víctima lo estaba golpeando con una sartén en su cabeza. Por lo cual fue trasladada a la comisaría más cercana, para tomarle declaración.
     »Aparentemente ella lo ataco luego de saber que él iba a encontrarse con un amigo. Esa es toda la información por el momento.
     El locutor tomo la palabra, pero Emilio ya no lo escuchaba. El hombre con el que había hablado la noche anterior estaba muerto. Y su único pensamiento era que debió protegerlo mejor.  

FIN
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Me toco realizar comedia con una poesía incluida. 

Cuando sea grande

Por Nayeli Orellana.

1
—Ahora sí me las vas a pagar, piojoso.
—Alcánzame si puedes, pinche fresa —dije y comencé a correr.
Fue así como empezaron a perseguirme Marco y su séquito de borregos. Aunque, normalmente me molestan por mero placer, en esta ocasión les di una razón para hacerlo. Digamos que les arrojé una bola de papel empapada de saliva directo a sus frentes, pero si me lo preguntan se lo merecen. Los descubrí fastidiando a los alumnos de recién ingreso y eso es algo que en definitiva no voy a tolerar. Mi código de honor dicta que debo proteger a los débiles, al menos hasta que sean lo suficientemente fuertes como para defenderse por sí mismos.
Así que tracé un plan; primero los provocaría (todo un éxito), después los conduciría hasta mi base secreta, la cual se encontraba al otro extremo del colegio. La persecución comenzaba en el patio y terminaba en el jardín trasero, lugar donde se llevaría a cabo la batalla. Mientras corría por los pasillos, fui preparando mi equipo especial y, cuando finalmente divisé la formación de árboles que se iban a convertir en el escenario de la mejor lucha en la historia del colegio, me detuve. Los esperé observando la pared frente a mí.
—Jajaja. Solo una rata se acorrala ella misma, ya no tienes escapatoria —exclamó Marco con una sonrisa de autosuficiencia en su rostro.
—Tienes razón, pero ustedes tampoco —Di media vuelta para quedar frente a ellos— ¡Bienvenidos a mi ring personal! Espero que estén preparados para enfrentarse contra El Hijo del Blue Demon Jr.
Nos encontrábamos en medio del cuadrilátero formado por dos hileras de árboles y la esquina de la pared de la escuela, en el centro no había más que una superficie de tierra, por lo que este espacio simulaba a la perfección (y con algo de imaginación) a un ring de lucha libre. Razón por la cual me vine preparado para la ocasión, vestía la característica máscara azul de Blue Demon.
—¡No creas que vas a poder contra todos nosotros, piojoso!
—¡Por favor! Si el Santo pudo contra todas las momias de Guanajuato, estoy seguro que me las arreglaré contra cuatro niñitos —los desafié y la contienda dio inicio. Casi podía escuchar al comentarista narrarlo todo.
En este lado (porque no están en la esquina) el terror de la escuela “Marco y su séquito”, y en éste otro el vengador de los inocentes “El Hijo de Blue Demon Jr.”, recuerden que únicamente para este magno evento no habrá reglas. ¡Ready, fight! El cuarteto de malosos hace el primer movimiento, se dividen en dos grupos y atacan desde los costados de nuestro vengador; pero él no se deja intimidar, hace una finta con el pie y levanta una nube de polvo. Esto elimina la visibilidad de sus enemigos y aprovecha para atacar el flanco derecho compuesto por Rufián y Bravucón. Aprovechando la velocidad que llevaba Rufián, lo toma del brazo y se deja caer, ¡qué bonito arm drag acabamos de presenciar, señores! Gira y toma a Bravucón por la cintura, aprovecha el pequeño tamaño de éste para levantarlo por encima de su cabeza y arrojarlo contra el suelo. ¡Qué fuerza!
Pero la neblina que lo cubría ha desaparecido y ahora Malandrín está corriendo directamente hacia él. El Hijo de Blue Demon Jr. rápidamente salta frente a él y eleva sus piernas, pasándolas sobre los hombros de Malandrín, las enlaza con su cabeza y cuello, luego, en una milésima de segundo desplaza su peso para realizar un giro hacia atrás y lanzar a Malandrín por los cielos. Éste da media voltereta en el aire y cae de espaldas. ¡Eh! ¡No puede ser, acabamos de contemplar una huracanrana hecha por un niño de diez años! ¡Sorprendente! Pero, esperen, hace falta el líder del cuarteto del mal, Marco.
¡Uuuh! No lo puedo creer, Marco intenta huir del ring, ¡está escapando, el muy cobarde! Pero el Hijo de Blue Demon Jr. no lo dejará impune y lo persigue, usando un tronco como apoyo, salta, golpeando a Marco en la espalda con su codo. ¡Eso fue todo para Marco y su séquito! ¡Qué gran lucha acabamos de presenciar, damas y caballeros!
Sí, algo así narraría el comentarista. Observé el despliegue de mis habilidades, Marco y sus amigos yacían en el suelo quejándose. Supongo que no lo hice tan mal, si quiero llegar a ser un gran luchador cómo mínimo debo ser capaz de hacer esto.
—Si me llego a enterar de que vuelven a hacerles algo a los de primero, se las verán conmigo —dije esto con el tono más amenazador que tenía y me fui.
Después de todo, las peleas (clandestinas o no) están prohibidas en la escuela. Me quité la máscara y me dirigí al salón. El receso había terminado.

2
Una vez finalizadas las clases siempre iba a mi base secreta a practicar algunos movimientos de lucha libre o simplemente a perder el tiempo por ahí. Todo con tal de llegar tarde a casa para evitar pasar más tiempo del necesario con mi padrastro. Recuerdan que les comenté que estaba becado, pues eso no es más que una tapadera.
Mi padrastro trabaja como velador del colegio, fue contratado después de que robaran algunas computadoras y televisores de las aulas. Por lo que actualmente estamos viviendo en lo que antes solía ser una bodega. No está nada mal si lo comparamos a nuestro antiguo hogar.
Al principio asistía a una escuela pública pero tras algunos incidentes que dejaban en duda el prestigio del colegio, decidieron otorgarme una beca del 100% a modo de beneficencia. Pensé que nadie se tragaría esa historia, pero después de que se difundiera por los medios, el colegio se volvió incluso más popular de lo que ya era. De verdad, no entiendo a los adultos.
En fin, como mi padrastro entraba a trabajar a las ocho, solo tenía que esperar unas cuantas horas y después podría ir a casa. Además como se encontraba dentro de los mismos terrenos del colegio no tenía que preocuparme. Sin mencionar que el plantel estaba prácticamente abandonado a las seis de la tarde, así que era bastante emocionante deambular por la escuela.
—Creo que ya va siendo hora de regresar a casa.
Cuando me acerqué a la casa pude distinguir dos personas sentadas frente a ella. ¡No! Aceleré el paso y mis sospechas fueron confirmadas. Se trataba de mi padrastro y su compadre.
—¡Hey, tú, escuincle! ¡Vienes de rancho o qué! ¡Saluda!
—Buenas noches Don José —dije en voz baja.
—¡Vieja! ¡El morro ya llegó! —gritó mi padrastro hacia la casa, luego, me miró— ¡Qué haces ahí parado! ¡Anda, metete ya!
Antes de entrar, le di  un último vistazo a mi padrastro, tenía una botella en la mano.

3
—¡Aaaaah! ¡Perdóname, perdóname!
Un alarido me despertó en medio de la noche. Me levanté rápido de mi cama y me dirigí hacia la sala.
—¡No era mi intención! ¡Perdóname!
—¡Pinche vieja! ¡Querías dejarme en ridículo o qué!
En medio del comedor se encontraba mi padrastro, sujetaba del cabello a mamá y la sacudía por todos lados. Ya sabía que esto pasaría. Normalmente mi padrastro no es tan mala persona; pero, cuando bebe se vuelve muy violento. Nos golpea a mí y a mi madre. Por eso lo odio.
—¡Claro que no, para nada!
—¡Cállate puta! —bramó mi padrastro y empujó a mamá contra la mesa.
Deseaba protegerla, así como protegí a los niños de primero esta mañana. Por eso quiero ser como Blue Demon o como el Santo.
Intenté hacer las llaves y movimientos que había estado practicando durante todo este tiempo. No obstante, ninguna de ellas funcionó, sencillamente él era más grande y más fuerte que yo. Era como tratar de derribar un árbol con una mano.
—¡Déjala en paz idiota!
—¡¿A quién estas llamando idiota, estúpido escuincle?!
Acto seguido comenzó a golpearme a mí, pero no me importaba, prefería mil veces eso a que le hiciera daño a mamá. Ella rápidamente habló a la policía. Después de unos minutos arribaron y se llevaron a mi padrastro, mientras me atendían los médicos le dije:
—Mamá, porque no nos vamos a otro lado, a un lugar donde no nos pueda encontrar ese hombre.
—No es tan fácil, hijo. ¿Qué vamos a comer? ¿Quién nos va a mantener?
—Si se trata de eso yo te puedo mantener, mamá. Voy a dejar la escuela y trabajaré.
—Señora, si tiene problemas con su esposo puede ir a esta fundación  —intervino el médico y le entregó una tarjetita a mamá—, ahí la pueden ayudar con todo lo que sea necesario.
—Muchas gracias, lo pensaré.
Esa noche soñé con nuestra antigua casa. Éramos pobres y apenas teníamos dinero para comer, pero éramos felices, solo mi mamá y yo.

4
Cuando desperté, mi padrastro estaba ahí, en la sala, como si nada. Se suponía que estaría en la cárcel hasta que alguien lo sacara... Mamá, la observé asustado.
—Se disculpó, me dijo que me amaba y que no lo volvería a hacer, así que no levante la denuncie contra él —afirmó mamá con la expresión más tranquila del mundo.
—Lo lamento, morro. Pero te prometo que es la última vez que sucede.
Corrí, no pude hacer otra cosa más que correr hasta mi base secreta.
¡¿Por qué?! ¡¿Es qué no lo entiendo?! Claramente beberá otra vez, nos golpeará otra vez, nos seguirá lastimando. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué le crees cuando obviamente está mintiendo?
Lo odio, la odio…pero más odio mi propia debilidad. Mi código de honor dicta que debo proteger a los débiles, al menos hasta que sean lo suficientemente fuertes como para defenderse por sí mismos. Sin embargo, quien me protegerá hasta entonces.

FIN
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Drama. Plantea conflictos emocionales entre los personajes principales, apelando a la sensibilidad del espectador. 

La trova del pájaro de ébano


Por Cherman Sanz "aka" Velvet Revolver.



I

¿Qué le queda a un hombre que ha renunciado a sus sueños? ¿Qué le queda? Cuando la ética y la moral han pasado a formar ya un punto distante en el horizonte irreconocible. Cuando tan solo subsiste la mala pericia de caminar arduamente la memoria impalpable en busca de recuerdos tan perdidos que casi parecen inexistentes, que casi se podría decir que pertenecieron a otro cuerpo, a otra incompatible unidad.
Para un hombre, para un simple mortal queda entonces una única salida; aferrarse a un imposible.
Cuando la soledad del alma se ve retenida de pronto por la pasión de una idealización, surge en consecuencia un ensueño emergente de lo recóndito de las criptas ahogadas de tristezas del ser, es ahí cuando la cavidad que pertenece a aquel lúgubre sistema, amo y señor de las emociones rinde ardientemente homenaje en cada soplo de vida, a la razón de su desvelo. Maravillosos sentimientos salen a flote entonces del misterioso y hondo mar negro del alma. La perpetua oscuridad de las tinieblas de pronto se vuelve cálida y tan habitable de vida, como la más hermosa de las primaveras del edén. Los sueños van adquiriendo una realidad tan vívida, que lo inalcanzable se pone a merced en un suspiro. Las penas que colman ese profundo mar se vuelcan en un rincón del pensamiento inerte, ajeno, como la negra tinta lo hace con el novelista apasionado, deseoso de inspeccionar otra hoja en blanco, ansioso por tatuar de quimeras el dejo de su obra magna.
El corazón; magnifica concepción que da cuerda a las sensaciones más triviales y bellas de la mortalidad, refulge con inhóspito ímpetu ahora que el presente dejo de ser inalcanzable, ahora que hay una razón por la que vivir.

II

La tormenta que asomaba en las proximidades era para todos aquella tarde razón suficiente para mantenerse a cubierto en sus apacibles moradas. El terror a la sobrenatural soberbia de la madre naturaleza provoca entre los habitantes de la Ciénaga un inconmensurable pavor y álgido respeto hacia las fuerzas incomprensibles que se imponen y dominan los vastos territorios que el hombre cree ciegamente suyos.
Para el durmiente, aquello no era más que  una parte de su corazón desprendido y desparramado en el cosmos magno del mundo, un espejo de sus emociones solemnes y dogmaticas, una adquisición bella que le proveía el universo para ahogarse aún más en aquel sueño primitivo, hermoso y enfermo; que era alimentarse del amor.
Ahora que lo navegaba, podía vivir de eso que le martirizaba cuando sus ojos cedían del velo y se abrían nuevamente al mundo maldito, a ése mismo que le recordaba que sus inútiles e invalidas piernas solo servían para engendrar lastima y su delgadísima figura para reforzar esa idea. Pero ahora, ahora nada de eso estaba sucediendo, porque en su sueño Quijotesco cabalgaba su poderoso Rocinante y combatía contra gigantes en inmensos parajes nórdicos en busca de su propia Dulcinea, en busca de la eternidad de su destino y, aunque no le correspondiera preferiría morir en el intento de alcanzar a aquel corazón inalcanzable a tener que renunciar a su razón y predicar por siempre en la desdicha.
Fue en ese preciso instante, cuando alcanzo ese sueño que su pecho comenzó a inflarse y a retraerse coléricamente, que su corazón comenzó a quemarle. La noche se había precipitado en sus pupilas de un golpe y el veneno corroído termino arrastrando su alma hacia un rincón escogido, ya premeditado de antemano. Aquella oscuridad abrupta que lo cubrió, lo extendió rápidamente hacia el olvido e hiso que tocara un sueño, que lo alcanzara por completo, a la vez que despertaba de otro.
Esa tarde gris el durmiente había cedido a su placer y una vez más, en sus brazos se dejaban leer los estigmas del dolor, el narcótico había usurpado su cuerpo y ahora lo poseía, arrebataba de su ente el recuerdo doliente y lo descubría prisionero en su jaula; que bajo el perturbado juicio de aquél, era percibido como algo semejante a un sueño de perpetuidad. La heroína finalmente lo había sepultado.
El cielo acogido por la pena lloró ese gélido junio sobre su lecho, y la tormenta arremetió con furia vibrando conjuntamente con el cuerpo moribundo, acompañando los últimos compases de su vida. Fue cuando la criatura entró, que penetró el umbral y se poso en la plataforma sobresaliente en el dintel del ventanal despejado, quedó plantada mirando sagaz al durmiente en su lecho de muerte, precipitando su sombra negra sobre el aposento y cantando sobre ese elevado busto versos en olvidadas lenguas aprendidas de algún sabio señor, mientras su espectador rezagado oía aquella melodía extendida bajo la tempestad, hasta aplastar sus sentidos contra el inconsciente. La trova del cuervo había comenzado.

III

Al despertar ese mismo día de madrugada, Fiódor pudo advertir con incredulidad como sus piernas se regían al ritmo de sus demás extremidades con entera armonía, como si éstas jamás hubiesen estado dañadas y marchitas, e incluso respondían con tanta claridad y rapidez a sus mandamientos mentales que aquello no podía ser otra cosa que un vívido sueño. Se aferro con sus manos a la silla de ruedas que amparaba durmiente a un costado del lecho y mirando otra vez sus enérgicas piernas, como no dando crédito a lo que sus ojos dibujaban, hiso correr a un lado aquel artefacto mecánico que le atormentó los últimos siete años de su vida. «¡Mis piernas! ¡Que me lleve el diablo!» pensó con terror.
Luego, al posar las palmas de sus pies en la fría loza sintió como una maravillosa corriente le recorrió la espina, estaba hiperactivo, se apresuro a tomar sus ropas del pequeño armario pero grata fue la sorpresa al advertir que aquellas delgadas prendas no encajarían en sus nuevas y robustas extremidades. Su delgada silueta de fósforo se había convertido ahora en una fornida masa de músculos. Asustado corrió impaciente hacia el pequeño espejo del baño para inspeccionarse, pronto sus ojos grises dibujaron dos lunas llenas al descubrir que su taciturna cara se había transformado en una jovial expresión renacentista y se exalto al descubrir que incluso bellos rasgos sobresalían de ella. Al ver esto, sus ideas comenzaron a apretarse dentro de su cabeza y el aire comenzó a desfallecerle dentro del pecho. Se refrescó. Una vez aclarado a medias el panorama resolvió que lo mejor sería ir a verla; una decisión semejante requería al menos de cierta premeditación de su parte, pero en verdad temía despertar y advertir que todo esto solo era un ensueño, peor aún, temía encontrarse con el recuerdo de su último pasaje, con sus brazos ensangrentados tendidos en forma de cruz a un costado de la cama y sus piernas mortalmente estáticas, daría lo que fuese por mantenerse en este nuevo estado. Sin dejar correr más tiempo tomó las prendas más holgadas que tenía (no eran más que un par de trapos sucios y rasgados) y se dispuso a partir del cuartucho acartonado de tristezas al que antiguamente llamaba “hogar.”
Al salir corrió con todas sus fuerzas bajo la noche intensa los tres kilómetros que lo separaban de su destino, la tormenta ya había cesado y no pasó mucho tiempo antes de que su mente comenzara nuevamente a elevarse y a divagar con extraordinarias fantasías propias de su ser soñador. Se maravillaba al contemplar sus músculos contraídos violentamente ante aquella proeza de velocidad  y se ilusionaba con un futuro inmejorable, se sentía vivo, como en mucho tiempo (quizás demasiado) no lo hacía. El recuerdo de sus escuálidas manos arrastrando esas ruedas y éstas girando incansablemente lo abordó y de inmediato una placida mueca se proyectó en su rostro, estaba feliz del extraño y oportuno giro que había tomado su vida, confiaba en que se había desasido para siempre de su vieja compañera, la silla. Sin más preámbulos se volcó a seguir ciegamente a su corazón volcánico, quien se desesperaba en prominentes palpitaciones por alcanzar a la razón de su existencia.
Al llegar a su destino, arremetió unos minutos contra sí mismo y se permitió una última y extravagante visión. . «¿Por qué? ¿por qué yo? ¿qué es todo esto? ¿es tan solo un delirio de mi perturbado juicio o es quizás el más maravilloso de los milagros? ¡Cómo es posible! ¿cómo? ¿y si esto realmente no es un sueño? ¿y si finalmente hubiese yo despertado de mi prisión? si toda mi vida ¡Toda! hubiese sido una farsa, una cuenca oscura dentro de una ilusión ¡una pesadilla!  ¿a caso he despertado? he resucitado de un profundo y grotesco coma ¿cómo se explica si no? ¿un milagro? ¡Tiene que serlo dios mío! pero entonces por qué, porque me duele  tanto… el recuerdo, porque me duele aún, por que persiste ¿por qué? ella, ella es la respuesta, siempre lo fue ¡SIEMPRE!» Pensó Fiódor gélidamente frente al burdel, después de un letárgico suspiro entró.

IV

—En unos minutos cerramos señor —dijo la voz ronca del cantinero que Fiódor conocía muy bien.
Un puñado de billetes se apiño en la barra.
—Deme un trago, algo fuerte.
—Enseguida jefe —replicó aquél a la vez que tomaba una botella de Gin del estante cristalizado que se encontraba a sus espaldas.
—He llegado tarde he.
—Me temo que sí, hace rato que las chicas se fueron. Sólo quedó una, está con un cliente.
—Entiendo.
La mirada de Fiódor se meció en el lúgubre y desolado antro, como si buscara algo. Alguien. Pero había llegado demasiado tarde. Esto ya lo suponía, puesto que él mismo era un asiduo prisionero de este vagón recluido de pecadores y viciosos, pero aún así se esmeraba por aparentar, por enmascararse en lo ajeno de su figura, era como si una fe ciega lo dominase. De pronto fue como si una bala le atravesara el pecho.
Una joven y bella señorita de vocación declarada irrumpía en escena acomodándose su diminuta falda. Vestía unos harapos brillantes de cuero de fantasía típicos de lugares como éste e iba acompañada por un caballero mayor de ostentosa apariencia. Éste se despidió muy afectuosamente de la joven, apiñando un manojo de billetes verdes sobre su busto y mirando celosamente al desconocido que bebía copiosamente reclinado sobre la barra.
Fiódor bebió de un arrebato el trago y una vez advertida la partida del sujeto, arremetió contra la muchachita de los ojos cafés que se quedó mirándolo, como si ella también esperase algo. A pesar que había estado allí tantas veces, de que había puesto a disposición del azar y el destino su propia vida en más de una oportunidad en noches tumultuosas, jamás osó ofrecerle a aquella princesa del infierno alguna propuesta indecente para tenerla en su alcoba. No estaba dispuesto a obtener beneficio de tan humillante condición, si no que al contrario, añoraba profundamente su salvación. La amaba con cada trémula de su perturbado corazón desde los últimos cuatro años.

Él comprendía muy bien que la situación de ella no estaba ligada al placer, si no a los desafortunados hechos que el destino imprimió en su camino y que la llevaron inexorablemente a tan aberrantes circunstancias. Sabía muy bien de la muerte de su madre en manos de la tuberculosis y del abandono abrupto de su padre en su niñez. De los tres pequeños de edades ascendentes (de cinco a siete años) que quedaron a su cargo producto de aquel desenlace marital tan escabroso. Comprendía con agudeza palpitante y doliente el desamparo del espíritu que se resguardaba dentro de ese cuerpo tenaz y hermoso. Cómo no hacerlo, si él mismo fue un huérfano toda su vida. Pero qué resolución tomar ahora, si no tenía un futuro solvente que ofrecerle, si él mismo era un puñado de hojas rotas en la tempestad del otoño.

V

Sus pasos diligentes llamaron la atención del ángel terrenal, su mirada se poso en la suya y de pronto supo, él supo que no habría en esta tierra alguien capaz de llenar su eterno vacio, alguien capaz de restablecer su enferma mente y sanar su corazón quebrado. Nadie, excepto ella. Ella. ¡Y con qué resolución lo sabía, con que certera pena! pues bien entendido tenía que el complemento se logra con las divergencias de las almas, con los opuestos. Pero aquí solo había dolor. ¡Inmutable dolor, eterno y arraigado dolor! «Pero también es cierto, que solo a través de él, de la más penetrante y aguda pena un alma es capaz de crecer, de restablecerse y crecer, CRECER» se aferro con fuerza a este pensamiento.
Su pecho palpitaba con fuerza al acercársele, su mirada temblaba ante aquella extraordinaria belleza de la creación. Infinito era su cielo, su lugar en la tierra había sido siempre una desdicha ¡Pero qué lugar tenía ganado en los altares de las fuerzas superiores de dios! él cada vez comprendía más y más que estaba en presencia de una santa, su sacrificio en la tierra había sido tal, tal su amor por la familia, por las ganas de vivir, de pertenecer, que no podía ser otra cosa que eso, un mártir, y cómo la amaba, con que desesperación ansiaba sus besos, sus caricias, pertenecer por entero a ella, a ella y a nadie más. ¡Era una santa y él sin duda, el más fiel de sus devotos!
Finalmente al tenerla en frente Pronunció.
—Si me permite bella doncella, me gustaría tomarla de la mano y llevarla a mi glorioso castillo. Se alza en las montañas y esta regado de frondosos y bellos rosedales. Jamás he abierto sus puertas, pues esperaba esperanzadoramente toparme con una princesa como usted para que me acompañase a descubrirlo. Sabe, no he encontrado en ningún libro una línea que sea capaz de describir el doblego devoto y dogmatico que siente mi corazón al verla ¿lo siente usted palpitar dentro de esta urna de huesos y carne? Es en beneficio de él que le hablo y de nadie más. Sentiría un júbilo muy grande al ser benefactor de tan extraordinaria compañía, quizá si usted decidiera aceptar mi invitación podamos recomenzar una vida después de la vida ¿Qué le parece?  ¡En mi vida he visto princesa, un eximio temple como el que el usted posee, un espíritu tan digno, tan tenaz, con tanto amor para brindar! ¿Qué dice? —dijo extendiéndole la mano—. ¿Nos marchamos?

Ella tomó su mano y desde ese minuto, nunca dejo de aferrarla.
El pájaro del plumaje de ébano enmudeció entonces y despego en el momento preciso que despuntaba el alba. Quizás, a llevar su canto de esperanza hacia algún otro lejano rincón del mundo. Quizás, a tejer sobre algún desalmado ente una emoción, un sueño, un espejismo para sobrellevar ese último trance en este paraíso esbozado de tinieblas.
Qué importa ya, si todo esto es un milagro o un ensueño. Qué importa, si tan solo es la página desprendida de un cuento. Qué importa ahora, si el durmiente ya no fue capaz de despertar. Qué importa.

FIN
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Consigna: RELATO ONÍRICO DE AMOR






Del amor y los amigos

Por Carmen Gutiérrez.

 “Les doy la bienvenida a mi casa,
Gracias a todos por acudir a esta cita,
Seguro que el vino, la fruta y la hogaza
Serán de su agrado y la cena exquisita”

Seis pares de ojos de colores variados
Miraban al anfitrión, divertidos y asombrados.
Alzaron sus copas con aceptación agradecida,
Sin disimular cada uno, la entendible intriga.

Lucas, abriendo otra botella de vino
Dirigió a sus huéspedes una amplia sonrisa.
“Están todos” dijo complacido.
Los otros, expectantes de la sorpresa prometida.

Ahí esta Pablo, rechoncho y melancólico;
Eduardo, el escultor de los sueños de barro;
Joaquín, poeta , mujeriego y atónito
Y Lucas, de todos amigo jurado.

“He planeado esta reunión, amigos míos
—dijo Lucas con pausado hablar—
Muchas rencillas entre nosotros ha habido
Y es momento de las peleas terminar”

“¿Acaso de nosotros redención esperas?”
Preguntó Pablo sonriendo de lado
“Si alguno debe solicitar una tregua,
Joaquín debe ser, pues él ha empezado”

“No quiero a nadie ofender, ni espero de nadie compasión”
Interrumpió Lucas a Pablo, alzando la copa
“Culpa no tenemos, si es que algo de culpa nos toca,
Culpable es la lujuria que envuelve a todos la razón”

El silencio cayó  sobre todos con su terrible manto,
Los cuatro bebieron sin prisas, mirando a los otros
Sabíanse culpables, la amistad en riesgo había estado.
Habían peleado, insultado y jurado, a unos y a todos.

“Acepto mi parte —dijo con tranquilidad Joaquín—.
“He sido el primero en caer en sus redes.
Olvide la amistad que jure hasta el fin
Y traje la ruina de todos ustedes”

“!Maldita la hora en que a Marisa encontré
—Continuó el poeta, los ojos negros al punto del llanto—.
Sus rizos, sus labios, los besos que le entregué
Caí de rodillas, bebí con lujuria el aroma de su encanto.”

“Pero no fuiste el único que en su cuerpo pecó.
—Interrumpió, conmovido Eduardo, el escultor—.
Conociendo el amor que por ella sentías
La busqué y entre abrazos le regalé mi vida”

“No tengo perdón, ni excusa, ni pretexto,
Delineé su silueta, con mis manos, como arcilla
Su rostro plasmé, besé y adoré. La hice mía,
Sin hacer caso de nada, ignoré con saña tus ruegos”

Pablo opinó al mismo tiempo que fumaba:
“Si nuestros pecados hemos de confesar, lo haré,
Sabiendo todo esto, la envidia me abrumaba
recuerdo con gusto y malicia las noches que la soñé”

“Busqué el placer de tenerla en mi cama
Su piel de alabastro abrazando la almohada,
Decía en susurros su nombre: Marisa
dormía en su pecho, mordía su boca de niña”

Ahora los tres, la confesión de Lucas esperaban,
el anfitrión sirvió más vino, encendió más velas
comprobó los cigarrillos, azuzó el fuego de la chimenea
preparábase para contar, explicar bien lo que pasaba.

“Ruego ahora, amigos míos, su entendimiento
De sobra sabía lo que ustedes vivían
Renegué de los tres y sus estúpidos sentimientos
Añoraba el tiempo en que no la conocían.”

“Una noche de luna hermosa y claras estrellas
Bebía solo, brindaba solo, sentado en esta mesa
Un delicado llamado interrumpió entonces mi entereza
Acudí a la puerta y me encontré ¡Oh si! Con ella.”

“Sus ojos asustados y ambarinos me rogaban
Que la dejase pasar un momento a mi casa.
Su perfume inundó como un demonio mis sentidos
La dejé entrar, sin saber que era ese  mi destino.”

“—Eres un buen hombre, amigo Lucas—
Dijo con voz dulce la pequeña intrusa,
—Sé que me conoces y sabes por qué estoy aquí.
Sé que me deseas y he venido a entregarme a ti.”

“Caí sin pensarlo, como un cordero,
me enredé en sus besos, devoré como un loco su lengua,
acaricié su cuerpo, halé sus cabellos;
la tiré en el suelo y le hice el amor sin pena ni tregua.”

“Cuando terminé, tenía miedo y estaba sofocado
Su blanca piel encima mío, totalmente desnuda,
No sentí amor, deseo, cariño o ternura.
Con repulsión me alejé de ella, aún atontado.”

“—¿Por qué me dejas ahora? ¿Qué pasa cariño mío?
—preguntó la maldita sonriendo
ocultando con falso pudor su hermoso pecho. —
¿Es qué ya no me quieres, ahora que me has tenido?”

 “¡Sabe Dios lo que sentí en ese sucio momento!
La ira se apoderó de todo, mis manos y mis pensamientos.
Había sido débil, como ustedes, un vil traicionero.
¡Ella es un demonio! ¡un engendro en piel de terciopelo!

“—Levántate y vete —le ordené sin moverme
Se vistió con lentitud, luciendo sus endiablados encantos.
Se reía ¡Oh! ¡Como se burlaba conmigo enfrente!
Aún se acercó a besarme, rodeando mi cuerpo con sus manos.”

Perdí la cabeza, rindiéndome, sin mirar, a la locura.
La tomé del brazo y lo torcí, quería lastimarla,
De mi memoria y mi lujuria arrancarla:
—¡Eres una cualquiera! ¡No eres más que una puta! 

“Su rostro cambió a la luz de las velas, temblaba de ira.
Soltose de mi maltrato y me abofeteó con la otra mano
La lancé contra la mesa, la golpee, le sangraban los labios.
me clavó en el pecho un cuchillo, me hizo esta herida.”

Lucas abrió su casaca y mostró la cicatriz a sus amigos.
Todos en silencio le miraban, Pablo asentía y aprobaba
Joaquín alzó la copa y encendió un cigarrillo
Eduardo en su mente la escena  recreaba.

“La herida no fue peligrosa pero si era de cuidado.
Convalecí en casa unos días y una vez recuperado
Planee esta reunión con ustedes, mis amigos adorados.
Confío en que olvidemos y todo quede perdonado.”

Lucas palmeó dos veces, los criados entraron poniendo la mesa
Un enorme plato, aromático y delicioso, fue presentado
Con frutas, flores, especias, magníficamente adornado.
Los invitados, en silencio, reconocieron con placer la receta.

“Comamos amigos, bebamos y festejemos que el embrujo
Ha terminado, dejando tras de sí el miedo y el deshonor
El platillo ha sido preparado sin escatimar cualquier lujo.
Saboreemos en la boca, por última vez, su espléndido olor”

Pablo, siempre riendo, se sirvió el primero
Escogió Joaquín la parte que más le gustara antaño.
Sirviose sin remordimiento alguno, Eduardo.
Lucas, complacido, aspiró el suave aroma del ajenjo.

La cena corrió sin mas contratiempos,
Las copas se vaciaban, las risas volvieron.
Los amigos sus rencillas con placer olvidaban,
Los criados en la cocina, silencio juraban.

Y en la mesa, entre los restos de rosas y naranjas,
El cuerpo cocinado de Marisa se enfriaba.
Había querido pertenecer a todos, a costa de nada.
Y ellos con placer su piel muerta, ahora devoraban.
  
FIN
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El Edén de los Novelistas Brutos tiene el placer de informarte que tu misión, ya que decidiste aceptarla, será elaborar un poema  romántico

En busca del amor

Por Pepe Martinez.

A veces siento que las cosas pasan por casualidad;

al azar. ¿Será mi voluntad? ¿Quien hace el camino al andar?

Un día menos es un día más. 

Sabes bien que todo es temporal.
                                                        Destino – Chetes
 
A sus sesenta y muchos años Ferdinand tiene una rutina muy bien planeada, se levanta a las siete de la mañana, entra al baño y se da una ducha. Se viste con tranquilidad, en los pies siempre calzado cómodo, toma algún libro de la estantería y sale para hacer su recorrido. Toma el fresco de la mañana al pasear por le parque hasta las diez en punto, que es cuando arriba al Happy´s Coffe. Entra al local y como siempre se sienta cerca de la ventana. No hace falta hacer algún pedido, la camarera ya sabe que es lo que el toma y como debe ser servido.

—Lo de siempre —le dice la camarera al delgado hombre de cabellera canosa que es Ferdinand.

Ante él desfila su pedido diario: dos rebanadas de pan sin corteza, una con mermelada de frambuesa y la otra con salsa tabasco, además de un cappuccino dividido en dos tazas, una para el líquido, la otra para la espuma. Nadie cuestiona la extraña combinación, de vez en cuando alguna novata siente curiosidad pero no le hace ninguna pregunta, como todos, creen que es cosa de los viejos y sus excentricidades que llegan con la edad.

—Muchas gracias —expresa su gratitud a la camarera, ya se encuentra uniendo las dos piezas de pan, para formar un sándwich.

Disfruta de su peculiar almuerzo, esperando que las ideas en su cabeza se ordenen y fluyan de manera correcta. Al terminar de sopear la espuma del cappuccino con los restos de su emparedado, se da cuenta de que será otro día perdido. Sin más por hacer se decide a leer la novela que eligió al azar antes de salir de casa. Qué sorpresa se lleva al darse cuenta que el libro que lleva en las manos es ese que escribió en su juventud. Por increíble que parezca nunca ha leído su opera prima, cuando se la entregaron la coloco en un lugar de honor en el librero, pero nunca la leyó. A fin de cuentas el sabia de que trataba. En busca del amor se titula el libro, entre más lo ve más cursi le parece el nombre.

El amor (del latín, amor, -oris) es un concepto universal relativo a la afinidad entre los seres, definido de diversas formas según las diferentes ideologías y puntos de vistas (científico, filosófico, religioso, artístico, etc.). Puede ser expresado hacia una persona, animal o cosa.

Es la definición que figura en la contratapa, al leerla recuerda la discusión que tuvo con el editor al haber elegido dicha definición de diccionario. Resopla y se dispone a comenzar la lectura. Al abrir el libro cae una nota, la caligrafía le resulta familiar, ¡y cómo no!, si la ha leído más de mil veces, en ella figura una sola frase: ¡Te quiero! Atte. Lisana. Al leer el nombre su mente lo traslada al pasado.

Será que hoy me atreveré a decir,
todo lo que siento y todo lo que guardo aquí.
Será que hoy no me puedo callar,
confieso soy cobarde, no sé cómo explicar.
                                                                Soy de esos – Los Afro Brothers

Temblando como un venado en medio de la utopista, Ferdinand se encontraba a cinco calles de la preparatoria. “¿Cómo era posible que olvidara su cita con Lisana?” Corría tan rápido como le daban las piernas. Con cada paso que lo acercaba a su destino, el corazón le latía con más fuerza y un sudor frío le cubría las palmas de las manos. Se enamoró de la joven cuando asistían a la escuela secundaria y al encontrarse nuevamente con ella en la preparatoria por fin reunió el valor necesario para decirle sus sentimientos.

—Lamento llegar tarde —dijo él con la respiración entre cortada.
—Estaba a punto de irme —fue la respuesta de la chica, el tono de su voz denotaba ironía.
—¿De verdad te ibas? —quiso saber el muchacho.
—Para nada, dijiste que me querías decir algo, sonabas muy serio —respondió con una sonrisa espectacular mirando al suelo, se notaba un poco sonrojada en las mejillas—. ¿Quieres sentarte? Pareces muy agitado.

Sin decirle una palabra más aceptó la propuesta y se dejó caer en redondo sobre la escalinata del umbral del colegio. Mientras recuperaba el aliento pudo disfrutar de la vista, nunca había visto a Lisana maquillada y fue entonces que su estúpida timidez lo traicionó.

—¡Wow! —exclamó, en verdad asombrado—. ¿Por qué él maquillaje?
—Alguien me dirá algo importante hoy, así que decidí prepararme para la ocasión —dijo ella haciendo un moviendo circular con los ojos.
—Bien entonces me voy, no quiero interrumpir —dijo Ferdinand, que estaba tan nervioso que no relacionaba los hechos, era él a quien esperaba la chica.
—Venga dime lo que querías decirme, me dijiste que era algo importante, algo que ya no podías guardarte.

Al escucharla tan segura de sí misma, Ferdinand sintió algo en el estomago. En programas de televisión y películas describen la sensación como revolotear de las mariposas. Pues todos sus argumentos podrían irse al carajo, lo que él sentía era un pterodáctilo aleteando en sus entrañas. Y como si no fuera poco, su boca se llenó de saliva con un sabor salado, ese que te indica que estás apunto de vomitar, respiró profundamente por la nariz y exhaló por la boca, como le enseñó su madre.

—¿Te encuentras bien?
—Estoy un poco mareado —dijo tratando de sonreír— pero ya estoy mejor.
—Bueno, si tú lo dices. ¿Qué es lo que te urge decirme?
—V…ve…veras yo…yo —la criatura jurasica se movió otra vez, tratando de escapar por su garganta evitando que hablara con claridad.
—Tranquilo, solo dilo.

Cuando ella dijo esas palabras, el regusto salado subió nuevamente por su garganta y se acumuló en la boca, un instante después el vómito salió en una bocanada copiosa. Lisana no sabía cómo reaccionar, pero en su rostro no existía el asco o la burla. Sacó un pañuelo desechable de su bolso y se lo entregó a Ferdinand, quien en ese momento pensaba en todos los escenarios posibles después de haber arrojado el hígado. Por un lado pensaba en que no era para tanto, se declararía y ella diría que sí. La parte más oscura de su mente le presentó una propuesta totalmente diferente, donde Lisana se burlaba de él y le llamaría el chico vómito durante toda la vida. Lo siguiente que pasó era la historia de su vida, su boca pensó más rápido que su cerebro y lo primero en tartamudear fue:

—¡Me…me…me ha besado un hombre! —grito mirando al suelo.
—¿Cómo dices?
—Pues eso, que iba ayer en el autobús y se me acercó un tipo y me ha dado un beso, no es que yo lo disfrutara, pero no supe que hacer y pues tenía que contárselo a alguien —lo dijo todo tan rápido como pudo, aunque era una mentira tan gorda como un hipopótamo podía imaginar la escena hasta creer que en verdad sucedió, lo cual le empezó a provocar arcadas hasta al punto de querer vomitar otra vez.

Pasaron la siguiente hora platicando de las implicaciones de lo ocurrido, el tema era corto y como pasa con las pláticas de los mejores amigos se pasaron de un tema a otro. Pronto Ferdinand había olvidado la barbaridad que soltó y empezó a disfrutar de la compañía de la joven.

—Tengo que irme —dijo Lisana al ver la hora en su reloj.
—¿Puedo acompañarte a la parada del autobús?
—Claro que sí, no tienes por qué preguntarlo —contesto Lisana.

Caminaron con tranquilidad por las acera hasta llegar al paradero, donde el autobús ya esperaba a los últimos pasajeros.

—¿De verdad te besó un hombre?
—No —dijo el chico poniéndose colorado como una fresa.
—Eres tan malo mintiendo —le susurro al oído antes de besarlo en la comisura de los labios y subir al autobús.

Lentamente todo cambiará. Sabes bien que todo es temporal.

Pero, ¿a dónde se va? (un recuerdo), ¿qué va a dejar el destino final?
Destino - Chetes

—¿Se encuentra bien? —dice una vocecilla a su espalda, sacándolo del bochornoso recuerdo—. Esta rojo como un tomate.
—Sí, estoy genial —le contesta a la camarera—. ¿Podría traerme la cuenta? —no recibió respuesta de la joven, quien se dio media vuelta para ir directo a la caja.

Paga la cuenta dejando el cambio como propina, camina sin rumbo fijo llevándose la mano cada dos por tres a la comisura de los labios, justo en el lugar que recibió su primer beso. Perdido en los recuerdos de los años pasados, no se ha dado cuenta de que esta frente al Hotel León. El lugar está casi en ruinas, pero aun así él regresa al pasado, donde aun tenía un poco de esplendor.

No sé si hay palabras para poderte decir,
siento que nadie me va a entender, como fue la primera vez.
La primera vez – Chetes

Entró con paso tranquilo al lobby, no había razón alguna para no hacerlo, al fin de cuentas trabajó en el lugar por casi un año. Se mostró confiado al hablar con el administrador, quien no paraba de mirar a la acompañante de Ferdinand. La chica de baja estatura se ocultaba a espaldas del joven, su rostro estaba casi encendido por la vergüenza que le provocaba estar tanto tiempo en la planta baja, mientras el que decía ser novio charlaba con todos los que entraban al lugar, como un político que busca tener buenas relaciones publicas.

—¡Aaay! —grito Ferdinand al sentir el pellizco de Lisana.
—Quiero ir a la habitación ¡AHORA! —gritó Lisana captando la atención de todos los presentes.

El grito dejó anonadado a Ferdinand, quien se quedó de palo al sentirse arrastrado por la muñeca por la diminuta joven. Prácticamente fue remolcado escaleras arriba, lo cual no le importó.

—¿Cuál es el número del cuarto? —quiso saber la chica.
—Es el 315, en el tercer piso —respondió Ferdinand.

Cuando llegaron a la puerta de la habitación y con las manos temblorosas Fredinand trató de introducir la llave. Elevó una plegaria al cielo y rogó por no tener ese mismo problema una vez llegado el momento interesante de ese encuentro. Abrió la puerta y festejó con un gritito de alegría, y sin pensarlo más tomó en brazos a Lisana y entraron al recinto.

Por un momento no se dijeron más palabras, su lenguaje ahora eran las suaves caricias, besos apasionados en los labios y el cuello. Los botones saliendo de los ojales y los cierres deslizándose para dejar sus cuerpos al desnudo. Solo se detuvieron para atender un detalle mínimo.

—¿Sabes cómo se usa un condón? —dijo Lisana al ver a Ferdinand luchar con el globo de látex.
—Si tu sabes ponerlo, estaré algo preocupado —respondió Ferdianan tratando de colocarse el tubo de hule en su General.

¿A dónde se va? (el tiempo), ¿qué nos va a dejar el destino final?
¿A dónde se va (lo que siento), en qué va a quedar el destino final?
Destino final. Sabes que todo es temporal
.
Destino – Chetes
     
Deja las ruinosas oficinas del Hotel León para emprender el camino a casa. Son poco más de las seis de la tarde, lleno de los recuerdo de juventud toma notas en una libretita, por fin después de muchos años la inspiración ha llegado.
 
—Estoy en casa —anuncia su llegada—. Tengo una idea magnifica para una novela.
—Déjame adivinar, recordaste todas la peripecias que tuvimos de jóvenes —le dice la mujer de cabellos plateados, sentada en la mecedora de la sala de estar.
—Contigo no, con Lisana mi amor de juventud.
—¡Pero si yo soy Lisana! —dice repechándole a Ferdinand.
—¡NO! —grita el viejo cubriéndose las orejas con las manos—. Tú no eres mi Lisana, ella es joven y vibrante, tu estas vieja y arrugada.
 
De la puerta del baño sale una mujer de mediana edad, en su rostro se refleja la consternación de no saber donde se encontraba su padre.
 
—¿Dónde has estado? —dice la mujer corriendo al encuentro de su padre.
—¡Lisana! Nos encontramos otra vez —grita el viejo Fredinand al abrazar a su hija confundiéndola con su amor de juventud.
—Mamá, has olvidado darle su medicamento para el Alzheimer otra vez.



FIN

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"Comedia" romántica...se hizo lo que se pudo