jueves, 8 de marzo de 2012

Lo que ocurrió con Ramón


Por John Nico Shooter.


—Vaya forma de pasar el tiempo —comentó el viejo antes de salir.
Era un día en donde el sol brillaba en su máximo esplendor; y salir a caminar al aire libre era lo que el viejo necesitaba. Así que tomó su bastón, descendió de su apartamento por el ascensor —las escaleras le causaban pánico, ya había caído una vez de allí y se había fracturado una pierna— y comenzó a caminar con sigilo con las calles. Por una parte no le agradaba salir. Por la otra sí. No le agradaba porque los jóvenes lo empujaban y él temía caerse y romperse un hueso, o incluso algo peor. Así que siempre elegía las calles menos transitadas (si es que existen calles así) y caminaba por allí.
Esa mañana, el viejo se sentó en la banca de un parque y miró cómo los niños jugaban entre ellos. Cerca había algunas madres, entre ellas dos embarazadas y una con un bebé en brazos.
El viejo respiró aire fresco. Era como energía que le faltaba a su cuerpo. Inhaló y exhaló frenéticamente durante unos instantes, hasta que sintió una opresión en su pecho que lo inmovilizó por completo. Cric. Se volvió a mover. Se tocó el pecho, y ahora no le dolía en lo más mínimo. Se alarmó por un instante; pensó que podría ser un ataque al corazón o algo parecido.
Por suerte no lo había sido.
Después de observar a los niños por un rato —muchos niños lo observaban a él también y, de hecho, algunas personas lo miraban como si tuviera una enfermedad infecciosa en el rostro— tomó su bastón y comenzó a caminar. Los niños parecieron no notarlo. Uno de ellos, el que más lo había estado mirando, ahora miraba la banca vacía en el parque.
Tal vez quiera sentarse ahí, pensó el viejo. Aunque el viejo sabía que lo que menos quieren los niños es sentarse y relajarse. Los niños quieren jugar y divertirse, y esos días para el viejo no eran más que un mero recuerdo que casi ya no recordaba.
Ahora, disfrutaba de sus últimos años viviendo en un apartamento algo destartalado y solo. Así había sido desde la muerte de Marta, ocho años atrás. El viejo tenía ochenta y dos años, y como toda persona adulta, se había vuelto algo arisco y tacaño. Marta y él nunca habían tenido hijos, y era de eso ahora de lo que se arrepentía.
Pero no importaba.
Marta ya no estaba; yacía varios metros bajo tierra y probablemente ya era polvo. Él estaba vivo, y eso era lo que importaba. Con o sin hijos, el viejo estaba vivo.
Cuando el viejo hubo recorrido el parque y llegado al final, oyó que una mujer habló algo sobre algún policía o algo así. No la oyó porque la mujer estaba cerca, sino porque la mujer gritaba y sollozaba como una lunática.
Entonces fue cuando el viejo dio la vuelta y lo vio: en la banca donde él estaba sentado, alguien yacía con los ojos cerrados y la tez pálida como una hoja. No había llevado sus anteojos por lo tanto no podía ver bien. Comenzó a caminar hacia la multitud que rodeaba la banca. Preguntó, sin muchas ganas, qué había ocurrido. Pero nadie respondía. Un niño lloraba y otro miraba hacia la banca con los ojos sembrados en un terror apocalíptico.
Una mujer hizo a un lado, y el viejo pudo ver todo.
Se le secó la garganta. Intentó hablar, pero no pudo. Cuando lo hizo, al fin dijo:
—Vaya forma de pasar el tiempo.
Sintió una mano en su hombro. Miró, y a su lado un hombre de unos cuarenta y cincuenta años lo rodeó con su brazo.
—Vamos —le dijo—. Tú ya no perteneces aquí.
El viejo parecía algo atareado.
—¿Que no pertenez...?
El cuarentón lo observó. Después chistó.
—Has muerto, hombre.
¿M-m-u-u-u-muerto?
—¿Ese soy yo?
El cuarentón observó.
—¿Quién más? Vamos, se hace tarde.
El viejo no quiso caminar. Ahora que lo notaba, había soltado el bastón y caminaba a la perfección, como si tuviese diez años otra vez.
—¿Tarde para qué?
—Para irte, supongo.
—¿Irme? ¿Adónde?
El viejo hacía muchas preguntas. Y el cuarentón, buscando respuestas, comenzaba a perder la paciencia.
—A algún lugar. A donde todos se van cuando mueren. Has nacido para morir, ¿sabías eso?
El viejo comenzó a caminar. No sabía porqué lo hacía, pero sabía que tenía que hacerlo de todas maneras. Caminaron fuera del parque, hacia un lugar completamente oscuro y silencioso. El viejo preguntó:
—¿Tú también estás muerto?
El hombre asintió.
—Así es. Morí en 1940. Ahora, escúchame con aten...
—¿Y cómo es que estás aquí? Digo, esas personas parecían no oírme o verme cuando les hablé. ¿Acaso eres un demonio?
El cuarentón soltó una risa.
—No, nada de eso. —Se colocó gafas negras—. Yo soy el designado. El elegido para llevarte. —El viejo estuvo por interrumpir, pero el cuarentón agregó—: No sé adónde se van. Nunca he estado ahí. Yo sólo trabajo por dinero. Por cada persona que llevo me pagan diez de los grandes. No me la hagas difícil, viejito. He estado en la Tierra lo suficiente como para ver que las personas mayores son las más difíciles de guiar, porque son tercas; piensan que tienen razón en todo lo que hacen y dicen, además de no querer irse. Mientras más pasa el tiempo, más se aferran a lo que tienen. Porque claro, amigo, durante la vida se pierden muchas cosas, y al final sólo les queda lo indispensable. Lo más simple. Lo que yo llamo: «Lo que en verdad importa», ¿no te parece?
—Entonces... ¿Adónde tengo que irme?
El cuarentón señaló un callejón.
—Allí. Allí hay una escalera. Súbela. Desaparecerás al instante. Pero no te asustes. Reaparecerás... en algún lugar.
El viejo corrió hacia el callejón. Se sentía a pleno, fresco, y dabas las gracias por estar vivo —al menos en su mente—. Atravesó la calle corriendo, y llegó a la esquina en donde estaba el callejón. El cuarentón lo vio entrar allí, y sonrió. El viejo se encontró con la escalera. Oscura. Pulida. De madera. Algo que estos días ya no se consigue. Acto seguido comenzó a caminar hacia ella, y pisó el primer escalón. Después colocó el otro pie, y después el otro, y después el otro, y después desapareció casi de inmediato, como si nunca hubiese existido.
Reapareció en un lugar lleno de luz. Había polvo, polvo de estrellas que brillaba...
—¡Cuidado con la pelota!
Entonces, BOOM. La pelota golpeó al viejo en la cabeza, y éste despertó de un súbito sueño alarmante. Miró hacia todos lados, y estaba otra vez en el parque, rodeado de niños. Vio a una mujer que corría hacia él con un niño tomado de la mano.
—¿Está bien, señor? Mi hijo lo ha golpeado...
—¡Yo no lo golpeé con...! —se atajó el niño.
Cállate —le susurró la madre.
El niño obedeció, a punto de llorisquear. Sabía que eso lo salvaría de problemas. Es curioso cómo los niños lloran cuando tienen algún problema, que se soluciona de manera muy fácil. Pero cuando recuerdan lo que en verdad es llorar, ya son adultos. Sólo que en la adultez, no hay ninguna madre que quiera resolver los problemas de sus hijos.
—¿Señor, está bien? ¿Señor?
Lo sacudió un poco, y el viejo abrió los ojos por completo. Ahora entendía todo. En realidad, no entendía nada.
—¿Su hijo me ha golpeado...?
—Sí. Con una pelota. Lo sien...
—¡Yo no lo golpeé...!
La madre le brindó una mirada en llamas. El niño tragó saliva para no llorar.
—¿Se encuentra bien? —El viejo asintió con la cabeza—. Vamos, discúlpate con el señor, Pedro.
El niño se cruzó de brazos, algo molesto.
—Pedro...
Pedro sabía lo que venía después. Y, lo que venía después, no era algo agradable ni algo que le convenía.
—Lo siento, señor. No era mi intención.
La madre sonrió levemente.
Tomó al niño de la mano y comenzó a caminar alejándose de la banca.
El viejo se levantó, confuso, y observó el resto del parque. Todo seguía igual. Entonces, oyó una voz cerca:
—¿Se siente bien, señor?
Era una chica cerca de él.
—Sí, sí... Gracias.
—¿No quiere que lo lleve a casa? ¿O que llame a un familiar?
El viejo negó con la cabeza.
—No, gracias, chica. Es un hermoso día para caminar. Estoy algo mareado, creo que me dormí aquí...
La chica sonrió.
—Yo nunca he podido dormirme en un lugar público —comentó la chica—. No al menos en una banca.
El viejo asintió.
Pensó en no hablar más e irse, pero acto seguido su boca pareció hablar por sí sola:
—Bueno, ochenta y dos años es una edad para dormir bajo tierra —rió—. Por suerte, yo aún puedo dormir aquí.
La chica pensó un poco.
—¿Ochenta y dos años? No lo parece.
—1929 es un año muy lejano para ti, querida.
Entonces la chica, estudiante de universidad, comenzó a sacar conclusiones. Si el viejo había nacido en 1929, eso significaba que... el viejo no tenía buena memoria. Él tenía setenta y ocho años, y no ochenta y dos como lo creía. Era algo normal en los viejos, y ella lo sabía. Un año antes ella había tenido que cuidar de su tío Alfredo, y había sido tarea difícil llenarle la memoria con cosas que había olvidado. No iba a corregir al viejo, pero tuvo intención de hacerlo. Con su tío Alfredo había hecho lo mismo, y él había recordado ciertas cosas más adelante. Tal vez con el viejo ocurriría lo mismo.
—Si usted nació en 1929, señor, usted tiene setenta y ocho años. No ochenta y dos.
El viejo pensó dubitativo.
—No, chica, si yo nací en 1929, yo tengo ochenta y dos años. Le puedo mostrar mi documento de identidad. Nací en 1929, estamos en 2011...
—2007 —corrigió la chica.
—¿Qué?
—2007. Estamos en 2007. Ocho de junio de 2007. ¿Seguro que no quiere que lo lleve a su casa? Por si acaso...
Entonces el viejo, de la nada, desapareció ante ella. Caminó fuera del parque, algo alarmado. Él recordaba todo. El año anterior había mirado los partidos del fútbol en televisión, y recordaba que España había ganado el Mundial. Pero claro, en 2006 también los había mirado, y tal vez se estaría confundiendo con el futuro...
Entonces sintió otra opresión en el pecho, y ésta vez de desplomó por completo.
Despertó veinte minutos después, con un grupo de personas alrededor.
Una mujer parecía estar llorando.
—¿Se encuentra bien, señor? ¿Señor? ¿Me escucha? Llamamos a una ambulancia y está en camino...
El viejo se reincorporó de inmediato. Las personas allí parecían atónitas. Una intentó detenerlo, pero el viejo se sentó sobre el césped como si fuera un niño.
—¿En qué año estamos? —preguntó el viejo.
Dos mujeres intercambiaron miradas.
—2011. ¿Recuerda su nombre, abuelo...?
—¿Quién ganó el Mundial el año pasado?
Un hombre miró a una mujer, pero ésta no le devolvió la mirada.
—España. España ganó —comentó una señora del fondo de la muchedumbre.
Ayudaron al viejo a levantarse. Le insistían en que la ambulancia estaba llegando, pero él echó a correr fuera del parque.
Corrió por todas partes hasta llegar a su apartamento. Él estaba seguro que tenía ochenta y dos años, que estaba en 2011 y que de alguna manera había vuelto al 2007. El niño... él había sido. El golpe de la pelota debió de haber producido alguna energía extraña en el aire que retrasó el tiempo cuatro años atrás, de vuelta al 2007.
Lo primero que hizo cuando llegó a su apartamento fue mirar el calendario. Ocho de junio de 2011. Bien. Eso estaba bien. Todavía estaba un poco confundido por lo que había ocurrido, pero con ochenta y dos años no tenía a quién contárselo y no tenía mucho para hacer al respecto. Se acostó en su cama, y se echó a dormir, esperando despertar en 2011.
Cuando despertó, aún era 2011, pero él ya no se encontraba en su apartamento, sino que se encontraba divagando en una gran habitación interminable blanca.
Sintió algo en su mano.
El cuarentón se la había tomado.
—¿Listo para comenzar el viaje? —preguntó.
—Sí.
No supo a qué respondía.
Un segundo más tarde, el viejo tomó las manos de Marta que aparecieron flotando en el aire y ésta lo jaló, arrastrándolo hasta donde los muertos están.
Allí, reconoció a varias personas que había visto en su vida —sus padres, su hermana, su perro Pipo y un vecino que ya no recordaba su nombre—.
—¡Ramón! —vociferaron todos.
Un instante después, sus intentos de regresar a la Tierra una y otra vez habían desaparecido.
Ni bien lo vieron, todos comenzaron a bailar una extraña danza, como en un ritual satánico. Todos se movían al ritmo de una extraña música, como si el viejo Ramón fuese algún tipo de Dios.
—Vaya forma de divertirse —comentó el viejo, y se zambulló entre la multitud danzando.


Fin.





1 comentario:

  1. ¡Qué buena historia! Me encantó el marco, el personaje de Ramón y su incesante confusión.
    Espero seguir leyéndote por acá "Mr. Shooter".
    ¡Un abrazo!

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