miércoles, 2 de mayo de 2012

Resumiendo


Por Sebastián Elesgaray.



La parte más divertida del mes para mí, es controlar los cupones de tarjetas de crédito. Por supuesto que para cualquiera que lo ve desde afuera, o alguna vez lo hizo, es la cosa más aburrida y tediosa del mundo.
Pero para mí no. Soy una persona tranquila y me caracterizo por el gusto a sentarme y trabajar desde esa posición. Odio tener que ir, venir, correr, saltar, gritar. Lo mío es la paz y el silencio.
Por eso, cuando saco la cajita celeste que tiene todos los cupones, para mi es una especie de recreo. Me preparo unos mates, acomodo el escritorio y desconecto el Messenger de la empresa, cosa que nadie me moleste. Lamentablemente, tengo que dejar el teléfono prendido, porque tantos lujos no me puedo dar. Pero cuando hago esto, son alrededor de las tres de la tarde, por lo que no suena mucho.
Dejen que les explique como se hace, porque capaz que no entienden o ni saben de que hablo.
Trabajo en un negocio de ropa, en el centro. Es un local muy grande, con mesas en el medio que exhiben prendas al alcance de la mano y montones de perchas con jeans, remeras y camisas colgadas en los costados. Para que se den una idea, cualquier cosa que compren les va a salir mínimo entre ciento cincuenta y doscientos pesos. Esos precios hacen ver las buenas marcas con las que trabajamos, sin dejar de lado el hecho de que la gente ingresa a montones y casi nadie sale sin nada en sus manos. Facilidades y financiación son la bandera que enarbola cualquier comercio hoy en día, así que no somos menos. Y, por sobre todo, me esfuerzo como encargado de conseguir los costos más baratos y tratar de mantener márgenes que nos hagan ganar cada día un poco más. Si la calidad de la prenda baja un poquito, nadie parece notarlo.
Pero bueno, la idea es contarles de que va el control. Al final de cada día, el aparato que registra las transacciones con tarjeta imprime lo que se llama un cierre de lote, que sería la suma total de todas las ventas hechas con tarjeta de crédito en esa jornada. Lo que yo tengo que hacer, básicamente, es controlar que coincidan los montos de cada cierre de lote con la cantidad de dinero depositada en nuestra cuenta bancaria.
Para eso, primero controlo los resúmenes de cada empresa de crédito y le resto impuestos, como son: el IVA, los Ingresos Brutos, los Montos Gravados, los Aranceles, y algunos más. Es genial, y muy relajante, porque en cada resumen aparece todo perfectamente detallado y es tan simple que cualquiera podría hacerlo. Sin embargo, como a mí me gusta y, por sobre todo, es lo que me corresponde, se hace ameno tener que ponerme mes a mes con la tarea que implica verificar el dinero ingresado.
Así que, resaltador en mano, mate de por medio, hace alrededor de dos meses, me disponía a realizar el control mensual de tarjetas de crédito.
Pero algo raro pasó.
Todas las hojas estaban en blanco. Los sumarios llegan por correo, pero cada uno que abría, eran hojas en blanco y nada más.
Y se imaginarán mi decepción. Tenía el agua calentita, estaba sentado y cómodo atrás de mi escritorio; y no podía realizar la tarea que me proponía. Eso no valía. ¿Quién se creía que era esa gente? Al principio me indigné, y con toda la razón. Pero después supuse que debería haber algún problema, porque no podía ser que solo mandaran hojas en blanco.
Así que agarré el teléfono y llamé. A todas y cada una de las empresas de tarjetas de crédito del país, porque nuestro local trabaja con todas y no quiere dejar a ninguna persona afuera, sin la posibilidad de comprar.
Pero nadie atendió. Escuché como sonaba cada vez que marcaba un número distinto, esos "Cero-Ochocientos"; pero en ningún momento recibí respuesta. Ni siquiera la voz monótona y deslucida de una grabación. Tampoco un pitido, un ruido, un clic o algo que me diera la pauta que en algún lugar los engranajes seguían moviéndose. Solo el sonido repetido y regular del tono sin contestar.
Pensé que no se podía estar peor. ¿Cómo iba a controlar los depósitos? ¿Y sí en realidad no habían puesto ningún dinero en la cuenta del banco? ¿Y sí todas esas hojas en blanco significaban que todo había sido borrado? ¿Cómo se suponía que siguiera?
Me paré. Las piernas me temblaban porque mi cabeza era una máquina de hacer suposiciones y le transmitía la incertidumbre que me cernía a cada fibra de mi cuerpo. Supe que alguna solución debía de haber, porque no se podía vivir así. ¿De qué forma iba a seguir facturando el negocio si ya no quedaba nada?
Facturar, cobrar, debitar, pasar la tarjeta.
Todos esos términos se me agolparon contra mi conciencia y me permití correr, a pesar de que no me gustaba, a pesar de que me consideraba un tipo tranquilo. Fui al salón y me dirigí directamente a la caja. Allí, una de las empleadas (no me acuerdo el nombre, nunca me acuerdo cuando se trata de gente que no me interesa más que como una relación laboral), estaba con una jodida Visa en la mano, a punto de arrastrarla por la ranura magnética. De seguro cualquier dato que marcara la pantalla verde del aparato sería falso, extraño o perdido.
O por ahí no marcaba nada, lo cual sería peor.
Me le tiré encima y le quité el plástico de la mano. Ella, sorprendida, no pudo hacer más que caerse al suelo y gritar palabras inconexas y sin sentido, desconocida de todo el asunto con el cual yo tenía que lidiar.
Cuando me levanté, todo el local me miraba. Todos los ojos de aquellas personas se dirigían a mi rostro bañado en sudor y a mi boca entreabierta por la agitada respiración que me aquejaba. No dudé un instante, y enseguida traté de explicarles lo que sucedía.
Pero mi mente, en blanco como las hojas de papel que habían llegado por correo, no podía hilar una sola idea.
El resto de lo que pasó es historia antigua. Ahora me encuentro un poco solo, pero algo más contento. Bastante más contento, de hecho.
Me volvieron a mandar los resúmenes, esta vez completos. Con todos y cada uno de los números que representan el dinero ganado con total celeridad. No me preocupa volver a ver hojas sin nada, porque sé que fue un simple error. El chiste obtuso y de mal gusto de algún tarado que no comprende la importancia de mi tarea.
El director me alienta y dice que hago mi trabajo a la perfección. Ahora trabajo en un hospital psiquiátrico. ¡No se imaginan la cantidad de pagos qué se realizan con tarjetas de crédito y débito! Y es que es lo mejor para todos. Imagínense que sería de todos nosotros si no pudiéramos comprar nuestros servicios y consumos sin ese mágico pedacito de plástico.
A mí una vez me pasó. Y espero que haya sido la única.

1 comentario:

  1. Un saldo positivo a favor nos brinda ésta historia de alguien que confronta una vivencia de imprevista liquidez en ceros.
    Y muy cierto que si pierdes tantito el equilibrio o te exaltas con justa pasión te cuelgan la etiqueta de loco, no tan fácil de quitarla del todo.
    La carga de realidad aquí contenida se refleja en espejos de múltiples vidas.
    Un gran escultor y artista del cristal Feliciano Behar llegó a quedar confinado en un psiquiátrico por un puñetazo en una mesa de un banco, teniendo la razón ante una cuenta que no cuadraba, y curiosamente la superficie que golpeó era de vidrio.
    Creo el tipo casi pasa ahí una semana en calidad de desaparecido.
    Intenso y capturante hasta el final. BRAVO.

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