miércoles, 14 de marzo de 2012

Otoño de amor


Por Cristian Daniel Barbaro.


1
Andrés observaba a las hojas del otoño caer al suelo; las observaba en su último trayecto luego de una lenta agonía y lucha contra la muerte; las veía caer lentamente susurrando al viento piedad, intentando llegar a un lugar que jamás conocerían; las veía morir. Su mirada era pensativa, analizaba cada movimiento de su día mientras el sol se ponía en el horizonte, mientras el frío se aproximaba desde el sur, traídos por fuertes ráfagas despiadadas y crueles. Pensaba en ella, en Dolores. Ella sufría por culpa de un imbécil que no la quería, que la maltrataba, que no la apreciaba; mientras él se quedaba sentado viendo morir a los días y nacer a las noches otoñales. Debía hacer algo urgente, no podía dejar pasar el tiempo o sería muy tarde para volver atrás.
—Necesito hacerlo, Damián —le dijo al muchacho que estaba sentado a su derecha sin apartar la mirada de las hojas suicidas, cansadas de la fotosíntesis y de todo el maldito ciclo de la vida—. Ella está sufriendo y no puede hacer nada.
—No puedes hacer nada al respecto —le recordó Damián—. Lo sabes muy bien. Tienen un hijo en común. Eso es suficiente para que tú te apartes de todos sus problemas. Ella no te incumbe por más que la ames.
—Me cago en toda esa mierda sobre la paternidad. Ese hijo de puta no quiere a su hijo. ¿No te das cuenta? Es un ser egoísta, todos somos así. Queremos lo que no nos pertenece. Y ella ya no le pertenece a él.
—Le pertenece. Lo sabes, Andrés. Él es el padre y decidió volver para cumplir con su rol, con su papel. Este es el argumento.
—La historia se puede cambiar, Dami. Lo voy a demostrar.
—No. No harás ninguna locura. No lo permitiré.
Andrés giró su mirada hacia Damián; esa mirada expresaba súplicas y ayuda. Él había perdido a la mujer de su vida por culpa de los caprichos de un pendejo que no sabía lo que quería en su vida.
—Lo voy a matar, Damián. Y no lo vas a evitar. Lo mataré. Lo juro.

2
Las cartas juegan en contra del amor, a veces es así. A veces los caprichos de la misma vida tejen marañas de redes que nos controlan a su voluntad cual marionetas controladas por un dios con unas manos invisibles.
Andrés no encontraba la vuelta de tuerca a todo este asunto que le provocó un giro de ciento ochenta grados. Ahora debía volver a su casa, donde sus padres le acobijaban pero les negaban su comprensión.
—No queremos que estés con esa chica, Andrés —le dijo su padre mientras jugueteaba con su cigarrillo a medio terminar, hablando por él y su esposa—. Tiene un hijo, te quiere utilizar. Quiere que te hagas cargo de lo que no te corresponde.
—¡A la mierda con todo eso! —Gritó Andrés mientras se expulsaba de su silla y se ponía frente a su padre—. Tú has hecho lo mismo con mi madre, ella estaba sola y conmigo a cuestas. ¿Por qué no puedo hacer lo mismo yo también si la amo?
—Porque estás haciendo las cosas muy mal. No estás en tus cabales, Andresito y…
—No me llames así, Raúl —lo interrumpió Andrés.
—Discúlpame, Andrés. No volverá a suceder. Digo que ella no es quien aparenta. ¿Acaso no te das cuenta?
Raúl se quedó mirándolo, esperando una respuesta por parte de Andrés que nunca llegaría. La ausencia de respuesta fue lo único que halló esa noche de otoño.
Andrés lo miró un momento más, resopló, viró ciento ochenta grados y se dirigió a su habitación.
—La amo. No lo entienden —concluyó para sus adentros Andrés, asegurándose de que sus padres lo oyeran.

3
—No entiendo por qué todos están en contra de mi amor por Dolores, Damián —dijo Andrés. Pidió—: explícame, por favor.
Damián bajó su mirada al suelo, pensó un momento lo que iba a decir, levantó su mirada y le respondió:
—Sencillamente, porque ella tiene un hijo con él. Legalmente no puedes hacer mucho al respecto. Ella eligió volver con él y son una familia unida nuevamente.
—No —dijo Andrés suavemente—. Ella no lo eligió. Lo sé.
—Escúchame, Andrés. Estas volviéndote loco, estás mal. Se nota en tus ojos. Lo que has dicho sobre matarlo, en verdad lo has creído. Por tu cabeza pasó la idea de asesinar a alguien. Quiero que te tranquilices y que te vayas a dormir. Por favor, tus padres no querrían verte en este estado tan deplorable. Descansa hermano. Descansa.
Andrés se quedó mirando a Damián por un rato más y decidió, finalmente, ceder al cansancio. Sus manos estaban lastimadas, sus brazos agotados. Necesitaba dormir y recobrar energías. Mañana sería un día demasiado largo, lo sospechaba en su interior.
—Está bien. Me iré a descansar. Te pido, por favor, que no me vigiles esta noche. Te juro que estoy bien. Lo que sucedió fue un simple desliz. Prometo que no volverá a suceder.
—Vete a dormir —le reprochó Damián.
Andrés se levantó del banco, observó un momento más a las hojas suicidas y entró en su casa. Damián se quedó sentado en el banco, mirando al suelo, al parecer, pensando.
Dentro de la casa, un silencio reinaba el ambiente. Sus padres estaban durmiendo muy plácidamente, no había dudas al respecto. Ya no les reprochaba nada, hasta los había ayudado a descansar. Después de tanto esfuerzo por parte de ellos para sustentar este hogar que estaba al borde del colapso nervioso.
—No quise hacerlo, lo saben ¿verdad? —Se dirigió al aire—. Me obligaron a hacerlo.
Se recostó en su cama. Mañana iría a verla, dijeran lo que dijesen sus padres al respecto, aunque suponía que ya no le dirían nada. Confiaba en que Damián no se entrometiera esta vez. Pero no se confiaba del todo. Ese muchacho era muy impredecible. Su hermano era muy impredecible.

4
Los sucesos tomaban rumbos inesperados (si aún no lo habían hecho). Dolores había aceptado salir con él a pasear. Él quería demostrarle que el mundo estaba hecho para regalar segundas oportunidades, quería enseñarle el lado amable de la vida. Quería decirle que le pertenecía a ella.
La llevó a conocer los lugares más pacíficos y hermosos del lejano oeste platense. La llevó a recorrer los campos y a acariciar el aire con sus labios. Ella reía mientras se dejaba despeinar por la brisa suave que corría hacia el norte. Estaba muy enamorado. Y ella estaba aparentemente feliz.
—El Peligro, Dolores —le dijo—. Así se llama este pueblo: El Peligro. ¿Lo puedes creer, un lugar tan tranquilo que se llame tan mal? Parece una controversia.
Ella le sonrió pero no le dijo nada, estaba ensimismada en la belleza del paisaje oculto de una tarde de verano avejentado, al borde de su final.
Era hermosa, no había dudas. Su belleza necesitaría mil páginas para ser volcada en palabras. Él lo sabía a la perfección. Vio lágrimas en sus ojos.
—¿Qué te sucede, Dolores? —le preguntó.
Ella se sentó en un tronco solitario que estaba en medio de un campo vacío.
—Él quiere volver.
—¿Quién es “Él”? —preguntó Andrés algo anonadado.
—Mi ex novio. El padre de mi hijo.
A Andrés se le cayó el mundo encima. Ese hijo de puta que la había maltratado verbal y físicamente, luego abandonado mientras estaba embarazada, quería regresar.
—Supongo que le dijiste que no —dijo él, esperanzado.
—Debo pensarlo, Andrés. Es el padre de mi hijo y se merece una segunda oportunidad.
—¡Una segunda oportunidad! Mierda, ese hijo de puta te cagó a palos y quieres darle una segunda oportunidad.
—Andrés, por favor, cálmate.
—No puedo calmarme. Yo te amo. Yo… yo te quiero a ti y a Cristian. Los quiero.
—Por favor, no me lo hagas difícil, Andrés. Dije que lo debo pensar.
—Volverás con él. Lo sé. Lo sabemos.
No pudo continuar porque los sollozos ahogaron sus palabras y sus lágrimas cegaron su vista. Todo había llegado a su final. Todo había terminado para él. La vida real no era un cuento de hadas, era una pesadilla de Stephen King.
—Debemos volver, Dolores —dijo finalmente secándose los ojos y esnifándose los mocos—. Se hace tarde.


5
El despertador del celular lo arrancó de sus sueños-recuerdos. Andrés miró el reloj. Marcaba las nueve y media de la mañana. Fue a la cocina y se preparó un café. No había dormido muy cómodo y había llorado en sueños, sentía sus ojos muy hinchados.
—Mierda, eso es la vida. Pura y asquerosa mierda —dijo al aire fresco. O a alguien que no lo escuchaba.
Papá (el que lo crió) y mamá no querían que aquélla relación tomara forma, menos cuando supieron que la chica estaba con el padre de su hijo. Lo hacían por el bienestar de Andrés, y él lo sabía muy bien.
—Me pregunto si aún después de lo que les sucedió serán capaces de entenderme. Yo la amo. Y no estoy loco.
Nadie le dio una respuesta. La casa estaba tan muerta como…, bueno, como ellos.
Se miró sus manos. Estaban todas llenas de rasguños y cicatrices, la tierra entre los dedos estaba seca. Aún le dolían los brazos de tanto remover la tierra. Habría sido más sencillo si hubiese utilizado una pala, pero la situación era muy dolorosa para pensar en esos pequeños detalles. Ahora era tarde para lamentarse.
Miró hacia la puerta que daba a la habitación de sus padres. Raúl se había casado con su madre cuando Andrés tenía apenas tres años. Algo similar pretendía hacer él con Dolores, quería ser el padre de Cristian. Amaba a Dolores, tanto que no le importaba dejar sus estudios para trabajar y alimentar al niño. Sus padres se negaban con suma vehemencia a sus deseos y eso lo irritó demasiado. Damián trató de detenerlo pero había llegado tarde. Andrés había hecho daño. Ahora NADIE se interpondría entre él y Dolores. Nadie.

6
No estaba muy seguro de lo que había hecho, sus recuerdos eran una brumosa niebla que no dejaba ver más allá del alcance de sus manos. Caminaba a ciegas.
En los últimos tiempos había tenido un colapso nervioso y sus padres tuvieron que internarlo unos días. ¿Eso había sucedido realmente? Andrés no lo sabía con certeza.
No lograba diferenciar la realidad de la imaginación. Las hojas le llamaban desde fuera, le pedían que fuera a verlas caer, eso siempre lo tranquilizaba.
—Pero no quiero que venga Damián. No lo quiero cerca de mí. No me gusta cuando tiene razón. La razón de la locura. —Rió al decir esta última frase. Se preguntó qué sería de la vida de ella.
El silencio le respondió con absoluta calma. No estaba Damián como ayer para acallarlo. Sólo estaba él. Sólo él. Bueno, él y sus padres en la habitación matrimonial.
¿Por qué los mataste?, le preguntó una voz, se parecía a la de Damián.
—No los maté —le respondió al vacío. No maté a nadie. Ambos lo sabemos.
Pero la tierra seca decía lo contrario. Había tierra en sus manos.
No puedes negar las pruebas fehacientes. Están allí, impregnadas en tus manos.
—¡Mientes! —gritó al silencio y salió corriendo afuera, a resguardarse bajo el frío clima otoñal.
Se sentó en el banco y se puso a observar las hojas otoñales caer al suelo, al patio, al jardín secreto de su casa.

7
—Voy a volver con él —le dijo ella sin anestesia.
Estaban sentados en un banco en la plaza. Los motores de los autobuses rugían a toda máquina silenciando algunas veces su diálogo triste y de despedida.
—Él me prometió que cambiará, prometió criar a Cristian como debe ser, siendo un buen padre.
Andrés no dijo nada. No entendía por qué sucedía lo que sucedía. Ella no había aprendido la lección. Entonces la dejó. No quería saber nada más al respecto. Ya estaba demasiado loco para resistirse a dejar todo, a sus padres, a su hermano, a ella, a su vida. Dejó que la bruma que lo invadía hiciera su parte.
La mente se escapaba de su cabeza para flotar alegremente por la atmósfera contaminada de humos venenosos expulsadas por los tubos de escape de los autobuses platenses. Ella estaba cada vez más distante. Ella se escapaba de su vida, de su vista, de sus alrededores. Sintió un fuerte dolor en el pecho; a continuación, oscuridad, pura y absoluta oscuridad enamorada de él para dejarlo huir tan sencillamente de ésa escena en la plaza —y de la vida—.

8
Andrés caminó hacia la parte trasera de su casa, allí estaba el jardín de su madre. Las flores que ella tanto quería estaban marchitas por la falta de agua. Andrés recordó a sus padres postrados en la cama matrimonial, pudriéndose como las flores de su madre y sintió ganas de vomitar.
—Yo los maté —dijo al suelo.
—Así es —le respondió una voz conocida. Era Damián.
—¿Qué haces aquí? Seguí tus consejos y mírame. He asesinado a mis padres y a...
—No, yo te dije que les hablaras y los convencieras, que tu amor es eterno. Que la vida no basta para amar lo que debías amar. Nunca te dije que los mataras, lo sabes. Tú estabas muy confundido para saberlo y yo tampoco lo sabía, sino todo hubiese sido diferente. —Pensó un momento y continuó—. La plaza en La Plata, ¿lo recuerdas?
—Sí —respondió Andrés luego de pensarlo un momento—. Casi muero por amor.
—¿Casi? —inquirió Damián.
Andrés lo miró con mucho miedo y tristeza en su rostro. No quería aceptarlo. Ahora estaba muy cerca de ella. Ya sus padres no estorbarían negándoles su apoyo. Y el ex novio de Dolores estaba enterrado —con las fuerzas de sus manos— en el maldito jardín. Lo único que debía hacer era ir a verla a ella y ser felices.
—No será así, Andrés. Lo sabes muy bien. Mírame. Soy un fantasma. Soy un maldito fantasma porque mi propio hermano me asesinó en mi propia cama mientras dormía.
—¡Mentira! —Exclamó Andrés—. Todo es mentira. Toda esta mierda es mentira.
—¿Y Dolores? ¿También la mataste a ella junto a Cristian?
—¡No! —Gritó Andrés tapándose los oídos y negando frenéticamente toda la verdad—. ¡Las hojas! ¡La plaza! ¡Todo es mentira!
Damián sonrió y asintió.
—La oscuridad te abrazó hermano y nunca te abandonó. Mira lo que es este mundo, hermano —dijo señalando su alrededor.
Andrés miró, estaba todo muerto, en la estación muerta. Todo moría: las hojas de los arboles, su familia, el ex novio de Dolores y su amor por ella. E incluso moría él.

9
—Nunca desperté, ¿verdad? —le preguntó a Damián.
—Así es —respondió su hermano—. Aun estás en el hospital, tuviste un infarto. Tu corazón es débil, hermano. Ella, Dolores está muy cerca de ti pero no le permiten verte, nuestros padres son severos con sus opiniones. Aún así la sientes presente. Debes despertar, brother. Despierta…
Andrés lo miró y notó que la bruma volvía a absorberlo. Una vez más se dejó atrapar por ella. La voz de su hermano se perdía en la lejanía al tiempo que todo el mundo se sumergía en la oscuridad absoluta y amorosa.
Andrés abrió los ojos y pudo ver el mundo real, allí estaba su madre, viéndolo a través de lágrimas secas y cansadas.
—Mamá, lamento haberte asesinado —dijo débilmente.
Ella lo abrazó apenas oyó que su hijo hablaba sin prestar atención a sus palabras.

10
Luego de un largo periodo de recuperación, Andrés fue dado de alta y pudo regresar a su hogar, junto a su madre, padre y Damián. Las flores estaban marchitas, tal vez no había tiempo para preocuparse por esas cosas mientras un hijo yacía recostado en el hospital. Sonrió. Miró sus manos. Estaban limpias.
—Tengo que ver a Dolores, Raúl. No la veo desde hace tiempo —le dijo Andrés.
Raúl asintió con una dulce sonrisa en su rostro.
—Ve, hijo. Ve y arregla este asunto. Al fin y al cabo yo fui como tú, un loco enamorado que quería a una mujer con un hijo, dispuesto a amar el doble. Dispuesto a ser un padre, a darle a un hijo el amor que se merece.
Andrés lo miró y, luego, lo abrazó.
—Gracias, papá. —Dolores está muy cerca de ti pero no le permiten verte, nuestros padres son severos con sus opiniones, le había dicho su hermano. Pero la felicidad de ver a su padre aceptando su amor fue suficiente para enterrar una duda emergente.
Salió afuera y observó al árbol, miró por un momento las hojas, eran del color del otoño, un color rojo tan vivo. No sabía muy bien qué había sido parte del sueño de su purgatorio y qué no. Sintió un estremecimiento recorrer todo su cuerpo.

11
—Hola, Dolores —la saludó desde el portón de la casa.
Ella dio un brinco, estaba jugando con Cristian, giró media vuelta y corrió a abrazar a Andrés. Lo abrazó con tanta fuerza que parecía que sus almas se fundían en una sola, a través de la fortaleza del corazón. Le dio un cálido beso en los labios. Eso, Andrés, no se lo esperaba. Le sonrió.
—Tranquila, Dolores. Todo está bien, yo estoy bien. —Aunque no podía disimular su sorpresa ante ése beso.
—Creí que te perdía en la plaza —dijo ella con palabras entrecortadas por el llanto.
—¿Y él? ¿Dónde está? —inquirió Andrés.
Ella lo observó, el terror asomaba por sus ojos.
—Se fue. Simplemente desapareció de un día para el otro. Nadie sabe nada de él, ni sus amigos ni su familia.
Andrés recordó su fantasía, él lo había matado y enterrado en el jardín de su casa, en el fondo del jardín, donde nadie se acercaba, con sus propias manos, todo el trabajo realizado íntegramente por sus manos. Sintió un fuerte mareo pero trató de reincorporarse. Le dedicó una forzada sonrisa a Dolores pero necesitaba volver. Algo no andaba bien, y él lo sabía a la perfección. Sus padres aceptando su relación, ¿qué había sucedido cuando supieron que él había sufrido un infarto? ¿Por qué no hablaron con él durante la semana antes del alta? Ahora las dudas emergían como una bala emerge del cañón de una pistola disparada al corazón.
—Dolores, no sé qué decirte. La verdad es que no me esperaba esto —parecía estar demasiado confundido—. Discúlpame, debo irme.
—Pero, Andrés, quédate. Debo hablar contigo. Debo decirte algo muy importante.
—Ahora no, Dolores. Luego. Debo ir a casa. Discúlpame, de verdad.

12
Cruzó el jardín y llegó a una zona donde las malas hierbas crecían a diestro y siniestro, sin preocupación alguna de que las manos de algún jardinero llegaran a tocarlas porque estaban en la zona del jardín que nadie visitaba. Andrés comenzó a escarbar. Sabía que había sido él. Lo deseó con tanto anhelo que se hizo realidad.
Arrancó algunas malas hierbas y comenzó a escarbar la tierra, estaba blanda, como si recién hubiera sido agregada al suelo. Pero las hierbas decían lo contrario. Necesitaban meses para crecer hasta esa altura y él solo había estado una semana en el hospital.
Pero allí estaba, una mano enterrada en el suelo. Era de él, estaba seguro. Era del ex novio de Dolores. Y Andrés lo había asesinado. De un modo u otro lo había asesinado.
Se paró y se quedó mirando con sumo terror esa mano emergente del infierno. Miró a lo lejos, las hojas de los arboles susurraban que el otoño se moría. Se acercó al árbol y se sentó en el banco. Las hojas comenzaron a caer directo al infierno. Había tiempo. El amor podía esperar, el amor también era un asesino implacable. Debía pensar en el próximo paso. Él era un asesino. Él era un asesino del amor.




Fin.

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