miércoles, 9 de mayo de 2012

Inesperado

Por María Mychemicalromance.

Basado en «Yaguaí» de Horacio Quiroga.

Era una tarde de agosto. Había poco viento y una temperatura de 40 grados centígrados a la sombra. Era una época de mucha sequía, cómo hacía años. Los árboles apenas se movían, la hierba se había transformado en poco pasto y la tierra casi no daba ningún sustento por la falta de lluvias. En ese momento el cielo estaba completamente despejado y el sol era cegador.
Julia, la hija de Cooper, aún recordaba a Yaguaí, el perro de caza, ese pequeño Fox-terrier muerto en aquel pozo. Aún le entraban escalofríos.

Flashback:

-¿Murió, papá?
-Sí, allá en el pozo... es Yaguaí.
Cogió la pala, y seguido de sus dos hijos consternados, fue al pozo.
Julia, después de mirar un momento inmóvil, se acercó despacio a sollozar junto al pantalón de Cooper.
-¡Qué hiciste, papá!
-No sabía, chiquita... Apártate un momento.

Ahora ella trabajaba de veterinaria, tantos años después de eso.
El aire acondicionado no servía allá en el veterinario, era demasiada calor a pesar de llevar unos pantalones vaqueros cortos y una camiseta blanca de tirantas.
Ella estaba en ese momento atendiendo a un hamster encima de una mesa de color blanco.
En las paredes había estanterías con medicinas. También había un botiquín de primeros auxilios. En una caja metálica, al lado de donde estaba el colirio para los animales,  se encontraban las inyecciones letales, algo a lo que Julia no le gustaba usar. Siempre le encargaba ese trabajo a otro, aunque la joven intentaba hacer todo lo posible por todos esos animales tan indefensos.
Volviendo al hámster, que se llamaba Quirón, le puso una venda en una pata. Se lo entregó a su dueña y sonrió.
-En unos días su hámster estará como nuevo, ya lo verá-le aseguró.
-Muchas gracias, ¿Cuánto te debo?
-Son veinte dólares.
La dueña de hámster pagó y se fue.
La veterinaria acabó su turno a las pocas horas de eso y salió a la calle.
Su pequeño Ford de color gris estaba aparcado al otro lado de la calle, pero aún así, le resultaba insufrible tener que salir con el calor que hacía. Sentía sus mejillas rojas por ello.
Julia vivía todavía con Cooper y su hermano, que seguía cazando aunque con otros perros. Después de Yaguaí, que murió por accidente, se compró un par de meses después un pastor alemán que como es lógico, acabó muriendo de viejo.
En ese momento tenía a un Beagle, que en realidad era una mezcla entre esa raza y otra, y un Golden. Su padre nunca más volvió a tener un fox- terrier, no después de aquello. Él no quería, no sabía a quién había disparado con esa escopeta.
Cooper sabía que no tenía que haber prestado a su perro de caza, en el fondo lo sabía, pero Fragoso insistió en que se lo prestase para que fuese junto con sus otros tres perros y no le quedó más remedio que ceder.
Su perro no lo pasó muy bien el tiempo que estuvo con Fragoso y la noche que volvieron a San Ignacio, Yaguaí no pudo esperar y fue solo hacia la casa de su amo. Desgraciadamente murió.
Al pasar con el coche vio el bananal donde estaba enterrado ese perro y suspiró.
Su padre le había contado muchas cosas de él, que era un buen cazador y un perro muy fiel, entre otras cosas. Julia admiraba esa raza.
-¡Julia!-la llamó su hermano alarmado al bajarse ella del coche.
-¿Qué ocurre?
-A papá le ha dado algo. No se mueve, no sé qué hacer. Está tendido en el suelo, suerte que has llegado ya-le dijo su hermano bastante alterado.
-Lo mejor es llamar a una ambulancia o, no, espera, lo llevaremos nosotros en el coche.
-Vale, ayúdame a traerlo, rápido-le pidió.
Lo subieron al coche con cuidado, les costó mucho sacarlo de casa. Acabaron sin aliento.
Julia iba muy rápido con el coche, Cooper estaba muy mal, demasiado pálido.
Ya en la sala de espera se repetía a sí misma por dentro que todo saldría bien, que no era nada, que su padre, aquel que se había encargado de ella siempre y le había dado valores, aquel que inconscientemente le llevó a amar a los animales, sobreviviría.
Apareció un médico por fin para darles la información que su hermano y ella necesitaban.
Era jóven, de unos veintisiete años. Aún así, tenía mucha experiencia. Se llamaba Joel y su gran pasión por ayudar a los heridos y necesitados en la cruz roja, donde colaboraba, lo llevó a estudiar medicina.
-Le ha dado un ataque de corazón muy feo. No sabemos si vivirá o no, lo siento-les informó.
Julia y Alberto-así se llamaba su hermano- se abrazaron y Julia rompió a llorar.
-¿Quieren que les traiga algo?-inquirió el médico, que se sentía incapaz de marcharse.
Alberto negó con la cabeza.
-¿Se puede hacer algo aún?-preguntó Julia.
-Hacemos lo que podemos, o sea, sí que estamos haciendo lo imposible para que Cooper viva. Alguien me dijo que siempre hay esperanza-respondió el joven.
Los dos hermanos se quedaron por fin solos en la sala de espera blanca y verde. Sillas de plástico y una máquina expendedora era lo único que había allí aparte de ellos dos.
Pasaron las horas y nadie decía nada.
-Voy al baño, vuelvo enseguida-dijo Julia.
Alberto asintió.
En realidad lo que Julia iba a hacer aparte de ir al baño era ir en busca de noticias, ya que nadie le daba información. Joel no volvió a aparecer por la sala, pero después se lo encontró por los pasillos del hospital.
-Perdona, quería preguntarte si había noticias-musitó ella al encontrárselo.
-Todo sigue igual, sino ya os hubiera avisado.
En ese momento, Joel cayó en la cuenta de algo.
-Oye, ¿Tú eres Julia? La hija del hombre que tenía a Yaguaí.
-¿Me conoces?
-Sí y al perro. Ya tu padre me resultaba familiar. Mi padre en ocasiones acompañaba a tu padre y a su perro a cazar. Era un buen fox-terrier. Una lástima su final. Soy Joel, dudo que te acuerdes de mí de todas maneras.
-¿Joel? Sí, creo que sí.
Julia miró de arriba abajo al muchacho. Estaba muy cambiado. Antes era un chico más bien bajito y escuchimizado cuyos ojos azules estaban rodeados por unas gafas. Sin embargo, podía notar que había cambiado considerablemente. Era alto, fuerte y ya no llevaba gafas. Su pelo oscuro estaba peinado con gomina y una bata y los vaqueros habían cambiado su viejo atuendo casi siempre  campechano.
Ese chico se había quedado cuidando de ella y de su hermano algunas veces, a pesar de tener sólo tres años más que ella y Alberto.
-Me hubiese gustado encontrarme contigo en otra situación-confesó el médico-. Has crecido mucho desde la última vez que te vi, cuando sólo contabas con unos siete años más o menos.
-A mí también me hubiese gustado encontrarte en otras circunstancias. Tú también has cambiado mucho-Julia miró el reloj-. Tengo que irme, han pasado diez minutos y mi hermano está solo en la sala de espera. Nos vemos.
Julia dejó los pasillos atrás para volver hacia el punto de partida, la sala de espera.
-Has tardado-señaló Alberto.
-Fui a preguntar por papá-se excusó Julia-. Todo sigue igual.
Al caer la noche, Alberto le dijo a Julia que se fuera a casa, que tenía que dormir un poco y que él se quedaría allí para ver qué pasaba con Cooper y que la llamaría si había noticias.
El Ford estaba aparcado justo enfrente del hospital. Julia se dirigió hacia a él, pero algo la detuvo. Joel estaba saliendo también del hospital, habría acabado su turno.
Se acercó a saludarlo.
-Hola-le dijo.
-¿Cómo lo llevas?
La muchacha se encogió de hombros.
-Pues, ya sabes, como puedo. Ahora me iba a casa, mi hermano se queda aquí y me llamará si hay noticias-explicó.
-Me parece bien. Oye, ya sé que no es el momento, pero, ¿Quieres que vayamos a una cafetería tranquila para hablar? Ya sabes, hace mucho que no nos vemos y tal…
Julia dudó un momento. Su padre estaba mal y su hermano se quedaba allí con él. Pero, por otra parte, ¿Qué daño podía hacer? Hacía tiempo que no veía a su amigo de la infancia.
-Me encantaría-contestó finalmente.
-¿Tienes coche?-le preguntó Joel.
La aludida  asintió y señaló a su Ford.
-¿Quieres que te lleve yo?-preguntó ella.
-Pensaba en llevarte yo a ti, pero si tienes coche…tú sígueme a mí. Te llevaré a mi cafetería favorita.
Julia respondió afirmativamente. Acabaron en una cafetería un  poco lujosa y cara. Las mesas estaban decoradas con flores en el centro y había un mantel de seda de color lavanda con servilletas. Hasta las sillas eran de ese color. Muy monótono para Julia, bonito para Joel.
Había algunos cuadros en las paredes. Parecía que a los dueños les gustaba mucho Pablo Picasso y Claude Monet. Las formas geométricas y los paisajes impresionistas no pegaban mucho, al menos en opinión de la joven. Sin embargo, a ella le gustaban mucho esos dos pintores.
Los dos hablaron de lo que habían hecho con sus vidas en esos años que no se habían visto.
Él contó que se mudó, que le costó mucho pero que a su padre le ofrecieron un trabajo en otro lugar y que se decidió años después por estudiar medicina y colaborar por buenas causas y ella le contó cómo le había ido en los últimos años.
Al menos estuvieron una hora y media en esa cafetería, hasta que Julia decidió que era oportuno marcharse para descansar un poco, nunca se sabía a qué hora iba a llamar Alberto con noticias sobre su padre.
Se intercambiaron los teléfonos antes para estar en contacto y se despidieron.
Julia estaba en el coche cuando recibió esa llamada. La llamada de Alberto. Ni siquiera estaba llegando a su casa.
Su hermano le dijo que Cooper había muerto. Julia comenzó a llorar en el coche. Paró en una gasolinera vacía. Estuvo allí por lo menos media hora. Entre sollozos y golpes al volante y al salpicadero del Ford por la rabia que tenía, se dio cuenta de que la vida sólo hay una y hay que vivirla porque en cualquier momento se te va de las manos. Como a su padre. Como a aquel fox-terrier. Y eso, jamás se va a poder recuperar, no hay vuelta atrás.
Suspiró y decidió ir al hospital, donde su hermano la esperaba.
Lo peor de todo fue el velorio y el funeral. Tener que elegir la caja en la que iría el padre de ambos, por ejemplo. Las condolencias de los demás. Era horrible.
Pasaron dos meses desde la muerte de su padre. Julia había seguido con su vida, dolía la pérdida, sí, pero no podía quedarse hundida en la miseria. Eso mismo le dijo a su hermano, para ayudarlo. Ahora se tenían el uno al otro.
Un día, en el trabajo, oyó su móvil y fue a contestar.
-¿Diga?
-Julia, soy Joel. No nos vemos desde el funeral de tu padre.
-Hola, sí es cierto-respondió.
-Te llamaba para saber qué tal estás. Perdona por no haber llamado antes, pero tuve que irme fuera un tiempo y bueno, de paso, tomar un café o salir, lo que tú quieras.
Julia le dijo que lo llamaría después y lo hizo, vaya si lo hizo. Quedaron una vez más y luego otra, y otra, y otra. Muchas veces. Hasta el punto de hacerse íntimos amigos.
Una tarde de Abril soleada, Joel tenía una sorpresa para su amiga. Sabía que aún no había superado lo de su padre y decidió hacerle un regalo que seguro le recordaría a él y le haría sentirlo más cerca.
Ella tenía los ojos vendados y él la conducía hasta el salón de su casa.
Se oyeron unos agudos ladridos.
-Quítate la venda ya.
Julia se quitó la venda de los ojos con rapidez y vio que Joel en ese momento tenía en sus brazos a un cachorro. Era un fox-terrier.
La joven le dio las gracias muchas veces y tomó en brazos al perrito. Cuando lo dejó en el suelo abrazó a Joel.
-Sé que no está siendo fácil para ti, por eso quería tener ese detalle contigo. Además, quería confesarte algo.
-Dime.
-Me estoy enamorando de ti.
Así fue cómo Julia conoció al que sería el amor de su vida. Quizá no fueron las mejores circunstancias, ni cuando necesitaba encontrar el amor.
-¿Cómo vas a llamar al perro?-inquirió él.
Julia sonrió y contestó:
-Yaguaí.

Fin.

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