miércoles, 6 de junio de 2012

LAZD


Por Angie Leal Rodríguez y José Luis “Pepe” Martínez.


Malecón de Isla de la Gonâve. Viernes, 7:30 a. m.

   Las personas van presurosas por llegar a sus centros de trabajo, unas a la oficina, las amas de casa al mercado, y algunas más a los puestos de comida o a los de periódicos. La mañana transcurre como cualquier otra en el muelle, aparentemente sin acontecimientos extraordinarios que comentar. Salvo por la esquina más concurrida del lugar, ésa donde se encuentran la central de autobuses y el puesto de periódicos, ahí un pequeño grupo de isleños curiosean, miran al suelo y murmuran por lo bajo. El objeto de su atención es un cuerpo con la piel reseca y macerada, parcialmente cubierto de harapos, dejando a la vista solo las marcas de tortura en brazos y piernas. Lo peor es la cabeza o lo que queda de ella, un par de disparos en esa zona ha desparramado el podrido cerebro por toda la acera, su rostro desfigurado no hace menos tétrica la escena, un verdadero festín para las moscas que rondan los fétidos restos de materia gris y pedazos de carne arrancados de lo que alguna vez fue la cara. Nadie tiene idea de dónde ha salido ni quieren saberlo.

   Lo único que importa son los turistas que van llegando desde Puerto Príncipe, ahí mismo ya los espera un tour que los llevará a lo que puede llamarse la playa más hermosa del Caribe y como aliciente al final del día algunos irán a un viaje especial a la Isla de la Vache a conocer las minas, donde tendrán una experiencia sin igual.

Cerca de la central de autobuses, escena del crimen, 12:00 p. m.

   El malecón está libre de turistas y los oficiales ya se encuentran en el lugar del incidente. Solo hay una mujer entre ellos, lo cual es de admirar en una sociedad machista; la fémina llama la atención por su elegante porte, tiene unos treinta y cinco años, es alta y esbelta, su piel morena armoniza a la perfección con el impecable traje sastre color caqui, en el cual no existe una sola arruga o mancha. Sin duda una bèl fanm (mujer hermosa), se trata de la Inspectora Ariane Bolduc, quien está a cargo de investigar a detalle cada elemento del lugar.

—Inspectora Bolduc— le llama uno de los oficiales— creemos que lo mataron por la madrugada.
—No pueden matar a alguien que ya está muerto, oficial— le contesta a su espalda una voz masculina.
—Agente Fournier…— se sorprende.

   El Agente Evan Fournier, nuevo compañero de la Inspectora Bolduc es su contraparte, se le ve desaliñado y luce bastante informal a pesar de sus veintiocho años y de lo que su trabajo significa, los jeans arrugados hacen juego con su camisa de lino azul, en el pálido rostro se nota ya la barba de unos dos días, y calza sus converse rojos de la suerte. A pesar de todo eso no pierde su atractivo.

—Llegas tarde— recrimina Ariane con un tono de madre regañona al ver la facha de su aprendiz.
—Da igual, él no irá a ningún lado— dice sonriendo ante la regañina de su superior. —estuve informándome sobre la minería, es un tema muy interesante, cuando quieras puedo ser tu guía. —propone con una mirada coqueta. 
— ¡Basta Casanova! Aquí se viene a trabajar. —contesta cortante— Es el séptimo este mes— informa señalando el cadáver al joven agente que ya toma notas.
—Seguro que éste es igual, dos disparos, uno en la frente y otro en la boca— anuncia Fournier mientras se acerca a la masa de carne.
—Dime qué ves Evan, tómalo como un examen. —ordena la mujer.
—Los andrajos que usa son los mismos que vestía antes de ser transformado, el tiro en la boca ha destruido los pocos dientes que le quedaban, así que no podremos buscar en los registros dentales, no tiene la marca del zarpado en la muñeca ni en ningún otro lugar visible, seguro que el calibre de las balas es .38 como los demás y huele a almendras podridas, ¡puaj! —dice mientras se arrodilla a un lado del cuerpo y lo olfatea.
— ¿Sabes lo que significa?— le interrumpe la Inspectora.
—Que es un zombi ilegal, como los otros seis.
— ¡Exacto! ¿Pero de dónde salieron? ¿Están relacionados los asesinatos? ¿Por qué acabaron con ellos?—interroga Ariane.
—Son muchas preguntas a la vez, Bolduc, vamos por partes.

   Los peritos se ocupan del kò (cuerpo) y de hacer las diligencias pertinentes para el caso, mientras los investigadores continúan con las averiguaciones. 

Rumbo al Solidarite Bridge, 5:25 p. m.

   El coche patrulla recorre las calles a toda velocidad pues tiene que llegar al puente que une la  Isla de la Vache —dedicada a la minería— con la Isla de la Gonâve —dedicada al turismo— el automóvil es conducido por el joven de tez blanca y barba rala.

—Te lo digo Bolduc, los hechiceros y las minas son la clave— dice con un tono de excitación.
—Ya lo habíamos pensado, llegamos a un callejón sin salida, los registros dicen que su plantilla está completa—contesta exasperada— los trescientos veinte zombis están en la mina, son contados tres veces al día: por la mañana al empezar la jornada, por la tarde cuando da comienzo la exhibición para los turistas y por la noche cuando los encierran. No es posible que un pwofesè del voodoo (Maestro del Vudú) esté relacionado, perdería su licencia.
—Pero…
—No hay pero que valga Agente Evan—reprocha al instante—solo tienes unos meses en el Departamento, te pusieron a mi cargo para que aprendieras. Dime cuáles son las leyes para la creación de un zombi.
—El artículo…—comienza a recitar el hombre.
—No polluelo, desde los antecedentes—lo interrumpe Bolduc.
—El doce de Enero del año dos mil diez  la República de Haití sufrió un sismo con magnitud de siete coma tres en la escala de Richter—reza con desánimo—dejando a más de trescientas mil víctimas fatales. No todo fueron llantos pues unos meses después se descubrió el yacimiento de oro en la Isla de la Vache y al no tener suficiente mano de obra el gobierno hizo algunos cambios en el sistema judicial haitiano.
—Dígame Agente Evan, ¿cuáles son esos cambios?— le cuestiona la Inspectora Bolduc como si frente a ella tuviera a un alumno.
 —El Código Penal de Haití contempla en el artículo 249: Cualquier persona que intente quitar la voluntad a otra por medio de hechizos será castigada con prisión. Pero sí, intentándolo, llega  a causar la muerte, será acusado de homicidio.
—Lo resumiré por ti: está prohibido crear zombis—dice la Inspectora.
—Sí, sí, una ley creada en mil ochocientos treinta y cinco y modificada para finales del dos mil once, con la nueva Ley 320 llamada así por el número de cuerpos que fueron donados para la transformación en ese mismo año señala: No se impondrá castigo sobre aquella persona que prive de su voluntad a uno o varios individuos por cualquier medio siempre y cuando sea legalizada su conversión mediante una marca permanente en un lugar visible del cuerpo y sean, además, empleados en actividades que no transgredan Ley alguna, y se pague por ellos una contribución al Estado.—concluye el novato.
—Ya lo has dicho, así se creó la división especial Lapolis Ayisyen: Zonbi Depatman (LAZD), donde regulamos los permisos para la transformación, reglas de manejo, decretos para la concesión a particulares, vigilamos el cumplimiento de las cuotas a la República y sancionamos a quien haga uso indebido de los muertos vivientes. Además somos los únicos autorizados para tener contacto con el presidente de la Voodoo Pwofesè yo Association—al decirlo suena muy contenta, se ve que disfruta su trabajo—por lo tanto es imposible que esos zombis sean trabajadores de la mina.
—Lo sabremos cuando crucemos el puente y hablemos con Korawi, he concertado una cita con él y estoy seguro de haber resuelto el caso. —sentencia Evan.
—No cantemos victoria, Fournier.
— ¡Joder se nos ha pegado el olor a almendras podridas!—dice Evan olisqueando.

Isla de la Vache, 6:50 p. m.

   La isla minera está unida a la isla turística por un avanzado sistema de puentes construido hace ya varios años por un grupo de ingenieros franceses en un acto de solidaridad con el pueblo haitiano. Antes de llegar al distrito minero se encuentra la casona del pwofesè Korawi que irradia una extraña vibración.

   A un lado de la casa hay un pequeño patio en el que se realizan danzas ceremoniales requeridas por peticiones especiales. Bolduc y Fournier se disponen a entrar, no es necesario tocar a la puerta porque ésta se encuentra abierta de par en par. Al recorrer el angosto pasillo que los lleva a la sala principal perciben el ambiente cargado de misticismo, de las paredes y techo cuelgan toda clase de adornos y fetiches con formas humanoides. En la habitación, sentado en un cómodo sillón se encuentra el pwofesè Korawi, rodeado de hierbas, máscaras de oscuros colores y aromas singulares, los saluda haciendo una reverencia con sus manos.

— ¿En qué puedo servirle Inspectora Bolduc?—cuestiona el enjuto octogenario ataviado con la típica indumentaria de las ceremonias de transformación, se nota que se ha engalanado para la cita.
—No tenemos tiempo para las formalidades, vejete—grita Evan.
—Y yo no tengo nada que hablar con los de tu clase, san koulè (Descolorido)— le interrumpe el pwofesè.
—Déjame hablar con él Fournier, yo sabré engrasar su engranes—dice Ariane tratando de calmar a su alterado colega.

   Así pues, Evan los deja solos y regresa al coche patrulla. Veinte minutos más tarde sale la Inspectora con una sonrisa triunfal. Monta en el coche y le indica a su compañero que se ponga en marcha con destino al distrito minero. En el trayecto relata la forma en que ha sobornado al anciano: una significativa cantidad de gourdes y el amenazar con quitarle su apoyo en la siguiente junta con los peces gordos del gobierno nunca fallan.

—Tenías razón, es la mina— confiesa Bolduc— pero no es la que todos conocemos, hay una nueva veta, parece que un empresario ladino ha contratado los servicios del viejo hechicero.

   Evan pisa el acelerador hasta el fondo siguiendo al pie de la letra las indicaciones de la que cree es la mejor Inspectora que ha conocido.

Distrito minero, 10:15 p. m.   

   Cerca de la mina de oro se encuentra un corredor rodeado de malla ciclónica sobre el cual circulan los turistas y esperan el espectáculo cada día, ven desfilar al mito viviente, el zombi haitiano. Son poco más de las diez de la noche y a esta hora no queda una sola alma en el pasillo de exhibición, solo dos siluetas se logran distinguir entrando a un almacén.

— ¿Qué hacemos aquí?—pregunta inquieto el novato.
—Te lo dije, la entrada a la nueva veta está escondida, no quieren que se sepa—responde la experimentada mujer mientras desenfunda su revólver calibre treinta y ocho.
—Guauuu, es un Smith & Wesson Special, ¿cierto?—quiere saber Evan y mira el arma con intriga.— creía que la reglamentaria era una nueve milímetros.
—Para estos trabajos me gusta usar un poco más de poder destructivo—dice mientras revisa y recarga dos balas faltantes en el tambor.

   El Agente Evan no es tonto, solo es inexperto, pero aun así es capaz de armar el rompecabezas sin dificultad alguna. El olor a almendras podridas es característico del cianuro, se usa para limpiar el oro en la minería y las balas calibre treinta y ocho.

— ¡Fuiste tú!—grita a la espalda de Bolduc—Los zombis son desechados por la descomposición celular que provoca el cianuro. Aprovechas el contacto con la Voodoo Pwofesè yo Association y tus conocimientos en el sistema para poder borrar todo rastro de evidencias. —sentencia el novato.
—Si así fuera, ¿Qué harás al respecto?—responde la mujer aun de espaldas a Evan.

   El rostro del Agente Evan Fournier está plagado de dudas, no por la culpabilidad de su mentora y compañera, sino por la decisión que ha de tomar. Las manos sudorosas tiemblan mientras sujeta el arma y el pulso se acelera. Toma la decisión de atacar, pero es demasiado tarde. A su espalda un hombre vestido con un típico traje ceremonial lo golpea en la cabeza con un martillo pequeño, la hemorragia es inminente.

—Listo Ariane, ¿qué hacemos con el cuerpo?—dice el viejo Korawi.
—Tú sabes que haremos con él, granpapa—sonríe la Inspectora mientras le guiña el ojo a su abuelo.

Mina de oro, Espectáculo Zombi. Sábado, 4:00 p. m.
 
   Madre e hija corren para llegar a la entrada de exhibición, aunque la niña es algo pequeña para lo que va a presenciar, ha estado insistiendo mucho desde que llegaron a vacacionar a la República de Haití. La hermosa señorita que dirige la exposición está terminando de dar su pequeño discurso.

—En conclusión, el zombi haitiano, como es conocido en el mundo moderno—dice  ante un micrófono con una enorme sonrisa un poco tétrica— es fuerte, obediente y no rechista al recibir órdenes—tras ella se encuentran los lentos protagonistas de su perorata portando en su espalda un número que los identifica, balbuceantes, caminan sin rumbo fijo por el patio de exposición.
—¿Qué pasa si alguno desobedece?—pregunta la madre que recién llega, con la nariz embadurnada de bloqueador solar y un enorme sombrero.
—Es imposible que algo así suceda madame, ellos no tienen voluntad, además el cerebro ya no les funciona más que para las tareas laborales que aquí les imponemos, aún así alguno que otro se distrae, para eso nuestros capataces usan las varas candentes.
—¿Qué es una vara candente, mami?—pregunta la nena.
—En unos momentos lo sabrán—contesta la señorita que dirige el espectáculo—ya es momento de que los chicos regresen a su trabajo—dice con esa misma expresión macabra, como si fuera una de las máscaras del pwofesè Korawi.

   Un hombretón encapuchado aparece en escena, en las manos lleva un tolete metálico de unos dos metros de largo, con cada empujón que da a las criaturas la piel se quema, y ellos caminan obedientes como ganado al corral. Los asistentes observan el bizarro espectáculo con aversión y curiosidad, mientras a lo lejos se escucha una vocecita…

—Mira mami, ese de ahí tiene unos converse rojos, como los míos— dice la niña apuntando con el dedo al nuevo minero con el número trescientos veintiuno.

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