jueves, 8 de noviembre de 2012

“Alucinaciones”

Por Palomba Lainez.

 Basado en Vendetta de José Alonso Casas

                                                       Con la furia contenida, de un hachazo. 

                                                       Castigó a quien le quitó lo más preciado, 
                                                       si simplemente su papá no le hubiera escondido la bicicleta.


                                                

-Papá... Papá... Vení, rápido…Dale, apurate… Mirá… Lo ves… Ahí está en el patio andando en mi bicicleta…
Ramón no podía dar crédito a las palabras de su hijo. Acudía a su llamado pero jamás podía comprobar lo que le decía. Él no veía nada. Ni por un segundo era capaz de detenerse a analizar la situación, de imaginar que su hijo no mentía. En cambio sólo se limitaba a reprenderlo:
-Ya no sigas con esa historia…
Pedro era un chico flacucho, algo alto para sus diez añitos. Era muy inteligente, muy estudioso. Jamás tenía problemas de conducta en el colegio.
Las mayores dificultades en su vida eran la falta que le hacía su mamá, había muerto hacía cinco años después de un parto muy complicado al nacer su hermano, y la mala relación que tenía con su padre a causa de estas visiones que desde muy chico experimentaba.
Según su padre, sufría de “alucinaciones”. De noche se despertaba llorando, aterrado. Unos seres espeluznantes, desprovistos de piel, una especie de esqueletos de alambre negro, con una calavera triangular, sus piernas y sus manos terminaban en larguísimas  garras, trepaban por la reja de la ventana de su habitación a oscuras. Él los veía a través de la luz de la calle que los estampaba sobre las rendijas de la persiana de madera. Esto duraba apenas unos segundos los precisos para sumir a Pedro en una total consternación. Así sucedía todas las noches, aparecían, dejaban dos caramelos, uno para cada hermano y huían. Si los niños llegaban a chupar esos dulces, morirían, sus almas serían succionadas de su cuerpo y vagarían en las tinieblas.
Pedro se ocupaba de recoger los caramelos y hacerlos desaparecer.
Una noche no pudo contener su temor…
-Papá… Papá…Ahí vienen… Ahí vienen… Tengo mucho miedo…-exclamó.
Al oírlo Ramón corrió a su habitación, lo tomó fuertemente de un brazo, lo llevó al baño, lo sometió a una ducha de agua fría y luego lo dejó desnudo allí encerrado.
David, su hermano menor, al quedar solo en el dormitorio, descubrió los caramelos.
A la mañana siguiente David yacía inerte en su cama.
El odio que sentía Pedro hacia su padre se iba agigantando cada vez más.
Hasta que un día el niño se cansó de la incredulidad, la indiferencia y la crueldad de su padre.
Con la furia contenida, de un hachazo, castigó a quien le había quitado lo más preciado. 



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