sábado, 29 de diciembre de 2012

Esta vez no

Ay del Chiquirritin

Ay del chiquirritín chiquirriquitín
metidito entre pajas
Ay del chiquirritín chiquirriquitín
queridín, queridito del alma. *coro

Entre un buey y una mula Dios ha nacido
y en un pobre pesebre lo han recogido.
*coro

Por debajo del arco del portalico
se descubre a María, José y al Niño.
*coro
No me mires airado, hijito mío
mírame con los ojos que yo te miro.

Ay del chiquirritín chiquirriquitín
metidito entre pajas
Ay del chiquirritín chiquirriquitín
queridín, queridito del alma.

Por Carmen Gutiérrez.


     Corro por las calles empedradas, este barrio es muy inseguro y sé que no me buscarán aquí. Espero que la dotación que llevo de mantas y pañales de tela no llame la atención, de cualquier modo, evito el contacto visual con la gente.


     Al entrar en la húmeda habitación tengo un momento de pánico, las mantas están más revueltas de lo normal y la cama está vacía. “Nos han encontrado” pienso estrujando los pañales entre mis manos y de pronto recuerdo: puse la cunita en la cocina para darle algo de calor. Voy hacia allá corriendo y lo veo durmiendo profundamente. Lo tomo en mis brazos y su manita busca mi pecho y se apoya con toda naturalidad. Ni siquiera abre los ojos. Le beso la cabecita con labios temblorosos, el contacto con sus cabellos suaves y su olor a leche me llenan los ojos de lágrimas.


     Vuelvo a la cama con mi pequeño en brazos mientras lo beso, voy meciéndolo suavemente para que no despierte y le digo cosas tiernas. Él sigue ahí, con su manita cálida en mi pecho y con tu tibio esplendor.


     Al recostarlo en la cama recuerdo que debo preparar todo para el viaje de mañana, pero estoy cansada y mis ojos se cierran en un sueño pesado, mi cuerpo exige descanso y los músculos se relajan. Sólo quiero quedarme con mi niño y acunarlo en mis brazos. Tengo tantas noches en vela que sé que debo dormir antes de planear nada. No puedo permitirme cometer ningún error.


    Después de unas horas de sueño despierto sobresaltada, tenemos que irnos, hemos pasado muchas noches en este lugar. Debo apresurarme. En una bolsa preparo mis cosas al lado de los pañales, ropita y mantas, necesitamos muchas mantas. Mi pobre bebé sufre de calor cuando lo arropo tanto pero debo hacerlo parecer mayor. Más grande.


     Antes del alba tengo todo listo y levanto en brazos a mi hijo, quien aun se remueve entre sueños. Espero que el frío no le afecte como la última vez, que tuve que pasar más tiempo de lo normal esperando a que se recuperara. ¡Sufro tanto cuando mi pequeño llora! No quiero que pase por eso de nuevo y le preparo un pequeño nido de telas afelpadas.


     Dejo pagado el alquiler en un sobre cerrado y saco a mi pequeño al fresco del amanecer y él no se queja. Se remueve un poco y le beso de nuevo para hacerlo sentir seguro. Tomo el primer autobús que pasa.  Creo que será mejor seguir con el plan de no saber a dónde voy, así no podrán adivinarlo.


     Mientras el autobús avanza, mi pequeño abre los ojos, me busca con sus ojitos color miel y sonríe cuando le hablo en susurros pero empieza a buscar con su naricita entre mis pechos, está hambriento. Con ternura me abro la blusa cubriéndome con una esquina de su manta. Se pega a mi pezón con avidez pero sus ojos me miran como siempre, como si me pidiera permiso para alimentarse de mí. Con una mezcla de agradecimiento y compasión. Y lo entiendo. No necesita hablar para expresar mucho más de lo que yo puedo cantarle o decirle. Su mirada me estremece.


     “No voy a dejar que nos encuentren” le digo entre caricias mientras lo amamanto. Me mira complacido mientras succiona y vuelve a colocar su manita en mi piel. El camión sigue por el camino empedrado y el movimiento me adormece.


     Tengo casi un año huyendo de ciudad en ciudad, desde que supe que estaba embarazada. Las visiones se han hecho más fuertes y frecuentes desde que él nació así como mi temor y la certeza de que huyo en vano.


     No quiero que le pase todo lo que he visto, no quiero que lo arrebaten de mi lado para salvar a nadie. No quiero que lo consideren el elegido ni el cordero de Dios. Es mío, es mi niñito, es producto de mi vientre y lo protegeré con mi vida. Con mi muerte, si es preciso. Nadie lo va a maltratar y nadie me va a convencer de que es necesario.


     Él se mueve despacio, cayendo en el sueño de los inocentes, me dedica una sonrisa juguetona pero cansada y se duerme en mi regazo.


     Descansa, chiquirrín. Tu madre está aquí. 


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