jueves, 28 de febrero de 2013

Repercusión apocalíptica entre los holinitas

Por Alejandra López.


El origen de los sentimientos siempre fue un misterio para los holinitas. Sabían que en un pasado remoto carecían de ellos y, por lo tanto, la vida había sido mucho más sencilla en ese entonces.
Desde que llegaron los sentimientos, los holinitas trataron de combatirlos sin resultados hasta el momento.
—Papi, te quiero mucho.
—Bueno, pero mejor tratá de pensar en otra cosa ¿eh?
—¿Por qué?
Esos cuestionamientos que tampoco antes existían tenían preocupado a Lónesis.
— Bueno, hija…Esas cosas que sentís: el amor, el enojo, el dolor, antes no existían aquí. Y podríamos decir que desde que se instalaron estamos tratando de que desaparezcan porque solo nos han traído complicaciones. Yo no soy el más indicado para dar el ejemplo ya que me enamoré de tu madre. Eso trajo aparejado un montón de problemas. Empecé a sentir celos de ella y por esa estupidez, ayer la maté.
—No sé lo que son los celos.
— Sos muy chica para saberlo. Tal vez cuando crezcas, alguna vez los sientas.
—En el instituto nos dijeron que los sentimientos son muy difíciles de quitar.
—Así es. Para eso estás yendo al instituto, allí te enseñan a controlarlos.
—También nos contaron que están aquí por el asunto de un rozamiento.
—Es una probabilidad, aunque todavía no hay nada demostrado. Dicen que puede deberse al impacto de una porción del planeta Tierra que chocó contra el nuestro hace diez mil portustis.
—No tengo muy en claro qué tiene que ver eso, todavía no me lo explicaron.
—Allí vivían unos seres llamados terrícolas que se extinguieron hace cincuenta mil portustis. Ellos tenían sentimientos. Todo lo hacían en el nombre de los sentimientos.
—¿Algo así como por lo que mataste a mami?
—¡Correcto! Se amaban, se odiaban y todo eso les trajo aparejados problemas: guerras, conflictos familiares y sociales. Endiosaban al poder y algo a lo que llamaban dinero. Así, paulatinamente, fueron destruyendo su planeta.
Ellos esperaban un apocalipsis diferente. Tal vez que sobreviniera rápido o tal vez más lento por los cambios climáticos y la escasez del agua que era vital para ellos. La cuestión es que fue una agonía lenta. Un día azotó a los terrícolas un virus que los extinguió. No se sabe bien qué lo desencadenó, probablemente haya sido un ave o un pez que con su materia fecal contaminó las aguas. La cuestión es que el virus, prácticamente asintomático provocó la esterilidad de esos seres.
—No entiendo qué es eso.
—Ellos no se reproducían como nosotros, no podían crear nuevos seres humanos. Era un virus muy potente además de contagioso y no lo podían combatir.
— ¡Contagioso! Eso es lo que está pasando con nosotros.
—¡Exacto! Hace diez mil portustis se desprendió un trozo del planeta Tierra que rozó al nuestro y se supone que por contagio nosotros empezamos a tener sentimientos.
—¿Y eso nos trae los problemas?
—Sí. Realmente es un grave problema. Los holinitas del norte están en guerra con los del sur ¿por qué? Por la envidia que es otro sentimiento vil. Eso les trajo aparejado el odio y ahora están combatiendo porque unos son opacos y otros, luminosos.
—Es muy malo todo lo que pasa, papi.
—Bueno, pequeña, vamos a ver si don Difuntis terminó de preparar a tu madre para el funeral. Los holinitas somos difíciles de sepultar. Mañana vendrán los del servicio técnico a traernos otra madre para vos.
—Nosotros nunca fuimos a la Tierra ¿no?
—No, pero allá existía algo parecido a nosotros, lo llamaban hologramas.



Viejas leyendas

Por Axel Salas.


1

En la camioneta, Mädchen no dejaba de pensar en las aves entre los árboles que crecían fuera de la casa que dejaban atrás en Palmer, Nueva Jersey, mientras miraba por la ventana con un cansado interés. Se ajustó de nuevo los auriculares en los oídos.

Al otro de lado del asiento, Brody se encontraba pegado al cristal, casi en la misma posición desde que entraran y sin hacer más que una que otra pregunta a veces. El videojuego portátil, bastante caro por cierto, que le habían obsequiado la navidad anterior descansaba apagado junto a su pequeño trasero. Mädchen no creía haber visto aquel fenómeno antes, el juego lejos de las manos del chico, pero a la vez lo entendía.

La camioneta se agitaba como una vieja licuadora mientras viajaba sobre los cien kilómetros por hora. Kevin Paterson, el hombre de gafas que era el padre de Mädchen y Brody apretaba con fuerza el volante de aquella camioneta.

Tessa Paterson, su mujer, barría cada estación de la fm y am con la radio de la camioneta, produciendo un montón de chasquidos y chispazos de estática en las bocinas de la Chrysler modelo noventa y ocho.

—¡Oh por dios! — Exclamó Tessa cuando el Chevrolet plateado los rebasó con brusquedad para luego volver a insertarse entre los autos de adelante. Pero además de eso, no dijo otro cosa. Ni ningún otro miembro de la familia.

Era como si aquel cielo oscuro hubiese lanzado un hechizo sobre la familia Paterson. Quizás sobre todas las personas de Jersey, pensó Mädchen.

El cielo donde podía observarse una profundidad abismal y salpicada como nunca de estrellas sobre una Jersey parcialmente oscura. Un cielo que a los ojos de Mädchen se miraba extraño, con estrellas y planetas que parecían asomarse y estar a punto de caerles encima. No era aquel el mismo cielo que inspirara tantos poemas, menciones en canciones y citas románticas.
Y estaba aquel detalle que quizás resultaba ser el detonante para confundir y enloquecer a todo el mundo por ahí. El sol, flotando enorme e incandescente sobre aquella espesa oscuridad.

Para Mädchen, eso y el recuerdo de las aves entre los árboles la hacían sentirse mareada.

—Tessa, basta, por favor.
— ¿Qué? —Preguntó la mujer con aquel tono irritado que acostumbraba.
—La radio, basta con eso.
—Kev, intento encontrar el noticiero, alguna estación, al presidente tal vez.
—Pero no vas a encontrar nada, llevas media hora dándole vueltas a esa perilla sin parar y ninguna estación transmite. Lo único que vas a conseguir es darme una jaqueca de muerte y arrancar la perilla del aparato.
—Ya veo ¿Es eso lo que te preocupa, no? ¿El estúpido estéreo, de tu estúpido auto? No te preocupes, Kevin, no voy a joderte nada, la perilla va a estar bien. A menos  que quieras…
Ahí van de nuevo” Pensó,  Mädchen. La chica miró su móvil. “Sin señal” Ni si quiera se molestó en abrir la portátil que llevaba en la mochilita entre los pies. 
Eran las dos con quince de la tarde y sin embargo, aquella parecía ser la noche más oscura de la historia.


2
—Creo que el culpable podría ser ese ruido. Sus notas cambian, y algunos de los que antes no habían perdido la cabeza luego terminan por hacerlo. Las aves por ejemplo, casi todas enloquecieron desde el inicio, supongo que esas se tragaron al resto. Pero los perros parecían encontrarse bien, hasta dos semanas después que escuché aquel ruido. Era distinto.
— ¿Cómo lo sabes? —Inquirió su madre con los ojos asustados, rodeados por cuencas que parecían escavarse solas. A causa del hambre quizás.
—Mi oído es absoluto y creo que un poco más que solo eso. Me lo dijo el director Mc Kane. —La madre quedó en silencio, sin replicar esta vez. Mädchen pensó que quizás ella ya nunca más creería que haber pagado el internado de artes había sido un desperdicio.
3
— ¿Crees que papá estará bien?
Brody observaba a su padre a la luz de las velas. Kevin Paterson recostado, sangraba aún espesamente por la nariz desde que comenzara la fiebre un día atrás.
— Creo que todos estaremos bien. —Respondió Mädchen, acariciando el cabello de su hermano aun cuando no creía haber visto un solo animal recuperarse después de que la fiebre se presentara. Ninguno recuperaba la cabeza después de que empezaba a perderla.

El sonido había vuelto a aparecer hacía solo un día y ella sabía que eso era lo que tenía a su padre así. Hacía ya un mes que el cielo era una constante ventana al universo. Los días y las noches eran todos idénticos. La gente en las calles era cada vez más escasa, más furtiva y hostil, aún aquellos que no habían enloquecido gracias a los sonidos. Realmente comenzaba a preguntarse si había diferencia entre los cuerdos y los “lunáticos”.

4
—Bajen del auto. —El hombre jaló del percutor.
— Mamá, vamos.
Tessa Paterson sin embargo parecía hipnotizada, aferrada al volante con las luces del auto alumbrando a aquella chica con el bebé entre brazos. La chica con el vestido de puntos y el arma apuntando directo en su lado del parabrisas.
— ¡Mamá!
El motor rugió con fuerza. Se produjeron dos detonaciones y una brisa cálida cayó en el interior del auto como llovizna veraniega.


5
—Creo que no entiendes la situación, preciosa.  —El hombre la roció con su aliento, susurrando cerca de su oído—  Quizás haya a donde ir, pero no mucho que encontrar además de edificios vacíos, paramos deshabitados, al menos deshabitados por personas normales.  Pero aquí estarán bien, mientras sepas como hacerme feliz, yo te haré feliz a ti, ¿entiendes? Así de sencillo. Tú me das lo que necesito, y yo a ti. Realmente no lo has pensado bien, te ofrezco más de lo que una chica podría imaginarse en estos días. —El hombre le sonrío con aquella fila superior de dientes dorados y le guiñó el ojo.
—No vamos a quedarnos en ninguna parte, no los necesitamos.
El hombre miró a Brody con semblante molesto. La misma expresión que habría hecho respecto a una mosca incomoda.
6

El hombre de la capucha había salido desde ninguna parte y los “lunáticos”, la multitud de gente enloquecida con las narices sangrantes, aparecieron también como un rebaño enfurecido que ha destrozado el corral, corriendo por todas partes.

— ¡Es él! ¡Dispárenle al hijo de puta! —Grito el hombre de los dientes de oro.
— ¡Son demasiados, Johnny!
Los hombres que habían rodeado a Mädchen y Brody se dispersaban entre disparos y rugidos de motocicleta.

— Corran hacia la puerta, sigan hasta el fondo; los sacará de aquí. No se detengan aún cuando crean que no hay nadie detrás de ustedes. —Rugió el hombre encapuchado después de quitarles dos “lunáticos” de encima.

—¡Maddey, vámonos! ¡Maddey! —Brody daba tirones del suéter de la chica que observaba al hombre encapuchado alejarse como una sombra entre la caótica multitud que se apretujaba y despedazaba unos con otros. Los cuernos rotos de aquella capucha negra…

7
— ¡Ellen! ¡Ellen! ¡Vuelve aquí vida mía, has dejado las luces encendidas otra vez! ¡Toda la noche, pequeña! ¡Ven aquí! —Gritaba el hombre de la nariz sangrante que perseguía a la chica y el pequeño por los interminables y desolados pasillos de aquel edificio.
— Ya-no-puedo más. —Jadeaba Brody.
Entonces una puerta se abrió al frente y a la derecha.
— ¡Por aquí! —Exclamó aquel hombre de cabello blanco, con acento británico.

8
— ¿Se encuentran bien? Traeré un poco de té. Siéntense, pónganse cómodos.  Aquí están a salvo. El señor Wayne llegará en unos momentos.
El hombre británico desapareció de la habitación. Aquel era el lugar más cálido y reconfortante en el que Mädchen y Brody habían estado desde que partieran de casa.
— ¿Quién es el señor Wayne, Mäddey?
—No lo sé. —Pero en su mente apareció la imagen de aquel hombre encapuchado.

sábado, 23 de febrero de 2013

Dialogo borinqueño sobre Holocausto anunciado



Tuve una vez , ocasión de viajar a Puerto Rico, donde disfruté unos días
de alegres vivencias  playeras. .  Supe que el propio Cristobal Colon descubrió la isla
en su segundo viaje ( 1493 ) y Ponce de León luchó  y venció a  los indios Caribes ( 1509).
En un viaje al sur, en la costa caribeña, ( Puerto Maunabo), recogí de boca de antiguos habitantes
indios puros , una historia de contactos habidos entre soldados del Almirante de la Mar Oceana y los indios
borinqueños ( Arahuecos, Tainos, Ciguayos y Caribes), que a pesar de rápido y superficial ...dejaron la noticia de estar, los españoles ,  preparando una invasión que sería un verdadero holocausto para los pueblos indígenas, cuya vida sería totalmente modificada, a traves del trabajo esclavo ( Encomenda).
Ataques de holandeses , franceses yfinalmente los ingleses del corsario Drake que incendió la capital San Juan,
en 1595.
Finalmente la derrota española frente a EUA motiva la cesión de Puerto Rico a EEUU.
Cumplíase asi un ciclo previsto y tansmitido aqui por mis personajes ficcionales ...el Alferez Calixto  Alvarado y la india Carimel.

ALFEREZ CALIXTO :
Buen día, morena de cobre
y de los ojos rasgados
te habla un alferez del rey
don Fernando ...de Aragón,
nombre : Calixto Alvarado,
y aunque no ostento blasón
ya navegué con Colón
y soy valiente soldado.

Y tú… Vives por aquí ?

INDIA CARIMEL :
Yo aqui he nacido
soy borinqueña
( las de la boca de ajenjolí )
tengo esta choza hecha con barro…
con estas manos la construí !!

Vete soldado
no quiero nada
de lo que piensas
hacer en mí…

Quiero a mi bravo
que es un guajiro
y mata al tigre
y la sucurí …
que sabe historias
sobre la luna
y sobre la bruja
que habita allí…!

CALIXTO :
No tengas miedo
moza desnuda
y no te cubras solo por mí…

Yo soy templado
en el mar y en tierra
luché en conquista
del Guadalquivir…

y vencí al moro
en la Santa Guerra
donde fue preciso …
matar o morir .

Entré en Granada
y consagré mi espada
en la Misa Campal…

navegué rompientes
de la Mar Oceana
enfrenté naufragio
en un gran temporal…

Y hoy aqui buscamos
especias y oro
y un nuevo camino
hacia el mundo oriental


CARIMEL :
No entiendo que dices
sobre estas batallas
que habrán resonado
detrás de este mar…

no se de que dioses
o reyes me hablas
que especias son esas
” del mundo oriental “…

ni quienes son ” moros ”
” Granada ” o las rezas
que consagran armas
en ” Misa Campal.”

Mas te ruego guardes
tu espada, soldado
y no pienses nada
que no sea el pasado
o el ” nunca jamás “…

Retornes al barco
y tomando otro rumbo
- me dejes en Paz !!

CALIXTO :
– Como yo quisiera
bonita pequeña
dejarte tranquila
en tu libertad,
viviendo en tu bella
tierra borinqueña
soñando y amando
tu guajiro en Paz…!!

pero yo he sabido…
- mil hombres llegando
en breve
a estas playas -
tendrán sed de guerra
y de prosperidad;
buscarán el oro
pisando tu tierra
imponiendo leyes
servidumbre, hambre
y perplejidad.

No hay nada
en el mundo
que pueda impedirlo…

la suerte han lanzado …
viene por el mar,
trayendo un destino
mortal y malvado

- morena de cobre
con ojos rasgados -

te horrorizarás !!!

sábado, 16 de febrero de 2013

Especial de Sábado de Brutos Escritores


[Sin título]
Por Grisel Amador.

Al salir, todo parecia normal, todo se veia igual al momento que entre a esa habitación, pero algo habia cambiado dentro de mi. . . No sabia si era miedo lo que sentia o una alegria inmensa que, no sabia como explicar, lagrimas de comprension, de paz, de amor corrieron por mis mejillas. Al llegar a mi casa abrace a mis hijos que me esperaban ansiosos, hablamos, compartimos una cena especial. Pasan los dias y llega ese momento esperado y temido por todos, debo ir de nuevo. . .

[Sin título]
Por Grisel Amador.

Debo recorrer ese pasillo de hospital, es la hora en la cual debo entregarme, sin miedo, con mucha paz pero, que alegria! ahi estan ellos! las personas que ame y que hacia tiempo que no veia, me llaman, sonrien, abren sus brazos para recivirme. . . ESTOY FELIZ! ESTOY BIEN! al caminar por ese pasillo del hospital, ya no vi nada, Yo no estaba en ese cuerpo.

[Sin título]
Por Alfred Comerma.

Cada día me enfrento a un recorrido para mí angustioso, ver lo largo del trayecto, con todas esas puertas, sin saber lo que esconden, donde tal vez la raya que separa vida y muerte, ya la han traspaso sus ocupantes, o quizás peor, no la acaban de traspasar nunca, quedando como seres que miran sin luz propia.

[Sin título]
Por Angie Leal Rodríguez.

Tengo miedo, pero llegaré hasta él… sé que me espera, oigo el latido de su corazón agitado, ¿o es el mío? ¡Debo estar loco!
El piso está frío y resbaloso… Como sea.
Ya casi, no desesperes. ¡No te vayas! ¡Espérame!
***
Cuando llegó hasta ahí solo vio el rastro de sangre.

Despedida
Por Luis Seijas.

Al terminar de pulir el piso, el Sr. Juan se volvió y vio que su labor estaba completa. Soltó un largo suspiro, que viajó a través de ese pasillo que lo había visto primero crecer y luego darle de comer. Envolvió el cable alrededor de su fiel pulidora, para guardarla en el cuarto de mantenimiento. Y aunque ya no se acordaba de cuántas veces había realizado ese ritual, siempre lo terminaba bañado en una mezcla de sudor y lágrimas.

Una promesa incierta
Por Raúl Omar García.

Los sonidos de mis pasos retumban en la soledad del pasillo, el cual recorro como si lo hiciera en cámara lenta. Las paredes que me flanquean son de un gris opaco, con manchas de humedad que dibujan formas que parecieran tener vida propia. A lo lejos, distingo la reja en la parte superior del umbral que debo cruzar, y me resulta extraño verla enrollada: siempre que vengo está bajada.
De pronto, las luces del corredor se apagan, dejándome a ciegas. Los tubos tras los plafones del techo comienzan a titilar y se encienden, mortecinos, de forma alterna. Las puertas de las habitaciones de esa pieza larga y estrecha se abren al unísono de par en par y me invade el olor a azufre.
Me persigno y beso la estola que llevo alrededor del cuello mientras me prometo que este será el último exorcismo que le practique a esa pobre niña.

[Sin título]
Por Alejandra Lopez.

Llegó el día de dejarlo para siempre. Lo miro por última vez y me enternezco. Me llevaré grabadas en las retinas las luces potentes de los pasillos, el olor a desinfectante mezclado con el de la enfermedad. Miro el piso reluciente y siento una tibia lágrima rodar por mi mejilla. Ya es hora de partir aunque no quiera; entonces me alejo sin mirar atrás, preguntándome qué tal será el jovencito que reemplazará en la limpieza a este viejo jubilado.

[Sin título]
Por Alejandra Lopez.

Siempre me gustaron las historias de terror por esa ambivalencia de “creo pero no creo”. Cuando entré a trabajar como enfermera en el hospital y me contaron que por las noches se oye el taconeo de la enfermera fantasma, lo tomé con recelo.
La primera noche en mi puesto escuché los tacos en el pasillo y luego se abrió violentamente la puerta de la ciento dieciocho.
Entré en la habitación, y vi a la jovencita que habían operado por la mañana. Había restos de vómito a los costados de su boca. Le tomé el pulso y no lo encontré, intenté las maniobras de resucitación que no dieron resultado.
Discutimos por mucho tiempo con mis colegas si el fantasma la mató o si la quiso ayudar, y no llegamos a ningún acuerdo por eso que les decía al principio de que las ambivalencias son las que hacen al terror tan interesante.

Habitación de hospital
Por Juan Esteban Bassagaisteguy.

Salgo al silencio nocturno del pasillo a fumar un pucho. Lo necesito urgente. La tensión que estoy viviendo —sumado al intenso olor a fármacos— es insufrible. Y la nicotina es lo único que me proporciona algo de paz y tranquilidad.
Pero, claro, está prohibido fumar dentro del hospital y no tengo otra que salir del lugar. Se ve luz al fondo del pasillo, donde está la salida, y hacia allí me dirijo.
Aunque antes doy una última mirada al interior de la habitación que recién abandoné.
Ella duerme recostada en un sillón junto a la cama, cansada por el duro trajinar de las últimas semanas.
Se me escapa una lágrima cuando noto el amor que explota desde sus poros: ni dormida deja de sostenerme la mano.
Aún no se ha dado cuenta de que, desde hace quince minutos, yo ya no respiro ni sufro más por este cáncer de mierda.

El piso trece
Por Axel S. Salas.

Jimmy Louis se escurrió de las sabanas como cada noche, dando saltitos por el suelo frío del hospital.
El camisón volaba tras de él a lo largo de los pasillos de luces muertas.
Jimmy Louis pasaba de largo entre la gente que se amontonaba cada vez más conforme los pisos del hospital eran más altos. Gente murmurante que se andaba por ahí igual que él, con el camisón por doquier como en un día de campo.
Alcanzó el piso trece, el piso oscuro; y como cada noche la pelota roja salió de entre las sombras, rodando lento hasta sus pies. El otro niño estaba ahí, donde no podía verlo igual que siempre; llorando.
Jugaron hasta que el niño, quién le recordaba a una papa quemada dejó de lanzar la pelota. Le hablaba, siempre decía lo mismo, siempre sin dejar de llorar.
Pero Jimmy nunca cruzaba la línea de luz.

El buen discípulo
Por Héctor Priámida Troyano.

Jack odiaba a aquellos santones. A los doctores del hospital, que marchaban por sus pasillos pavoneándose de su ciencia, enfermos de engreimiento. El recelo que despertaban sus preguntas —¿hasta qué distancia puede saltar la sangre de una aorta cortada de un tajo?, ¿cuántos tirones son necesarios para arrancar unos intestinos a fuerza de brazos?— había forzado al futuro médico a disimular su curiosidad.
¿Cómo esperaban que aprendieran la anatomía? No en la Facultad, con aquellos inútiles remedos artificiales que no alcanzaban a representar más que torpemente huesos y órganos; ni ahora allí, donde solo se les permitía diseccionar cadáveres. Él precisaba experimentar con carne viva, pero no se les dejaba acercarse ni siquiera a los pacientes desahuciados.
Nada importaba ya. Hacía tiempo que practicaba por su cuenta. Saldría de nuevo aquella noche. Y otra golfa de Whitechapel, convenientemente destripada, se hallaría llamando a las puertas del Infierno.

Habitación 217
Por Evelia Garibay.

Cada noche es lo mismo, cien pasos de ida y cien de regreso me bastan para recorrer el pasillo entero. Detrás de cada puerta cerrada hay una historia pero la que más me intriga es la de la chica de la habitación 217.
Ahí esta ella como cada noche, con un lienzo en blanco y las pinturas a la mano. Siempre pinta imágenes de pesadilla que harían temblar al más valiente pero yo ya me acostumbre, lo más extraño fue darme cuenta que después de ver su pintura de la noche al día siguiente me encontraba con la descripción exacta de la imagen en las noticias.
¿Será realmente locura? Eso es lo que dicen los psiquiatras pero no ven lo mismo que yo. Ella comienza a pintar y yo continuo mis rondas, de regreso me asomare y veré que desastre es el que devela esta noche.




sábado, 2 de febrero de 2013

El estigma de las raflessias


Por Diego Hernández Negrete.


I
La ley del talión
Leodegario era un niño no tan común, ni tan corriente. A menudo llegaba de la escuela golpeado, con chicles en el pelo, pezones retorcidos, escupitajos en la espalda, con el elástico del calzón descosido (no necesito explicar a qué castigo oriental me refiero) y hasta una vez llegó con el cabello tuzado.
Hijo de una fanática religiosa, Mary era una puritana; una santurrona que maldecía todos los placeres de la vida, su especialidad consistía en que todo lo bueno era precisamente lo que a Leo no le gustaba hacer, para el mayor de los colmos nunca le prestó demasiada atención.
Mary siempre lo recibía con la sonrisa de los mil pesares, aun viéndole el labio sangrando o el cuero cabelludo expuesto, fingía que todo estaba bien y cualquier situación la quería remediar con una tonta sonrisa.
Leo aprendió a pagarle con la misma moneda por lo que se limitaba a anunciar su llegada y después ponía el seguro de la puerta de su habitación durando largas jornadas somníferas encima de su colchón.
Nunca tuvo un amigo, o al menos que fuera racional y de carne y hueso. La mayor parte del día estaba utilizando su IPhone, regalo que le dio Mary cuando cumplió doce años, Leo no quiso pastel, ni fiesta o visitas de la abuela Eduviges, solamente rogó por su IPhone.
Cuando recién lo obtuvo duró dos días sin asistir a la escuela, Mary se dio cuenta que no iba porque en el refrigerador estaban las cinco tortas que le preparaba por semana para comer durante el receso, hubiera sido más sencillo echar un vistazo a la perilla del cuarto de Leo para darse cuenta que seguía encerrado, sin embargo como ya te has dado cuenta, Mary era un poquito distraída.
Como te iba diciendo, Leo no salía a jugar con sus vecinos, tampoco iba a darle la vuelta en bicicleta a la manzana, prefería pasar horas jugando Angry Birds o buscando nuevas aplicaciones en su IPhone que le permitieran sumergirse en su mundo sin tener que verle la cara a nadie.
Todas las noches lo despertaba una voz y en su mente resonaban tres nombres: Moisés, Raúl y Ascencio.
II
Dulces sueños
Moisés, Raúl y Asencio. Eran los tres nombres que más odiaba Leo, estaban en su salón de clase y eran los que siempre lo acechaban. Una vez metieron su cabeza en un inodoro lleno de heces, Leo no pudo contenerse y vomitó, lo hizo hasta que le resbalaba por las comisuras de la boca un líquido amarillento, su garganta ardía por las arcadas.
Ese fue el único día que Leo insultó a su madre, llegó llorando a casa y Mary le ordenó que bajara a saludar a la abuela Eduviges, le respondió llamándola ¡Albóndiga de mierda!
Ella pudo haberlo castigado, aunque quedó petrificada al oír semejante insulto, Mary se quedó unos segundos de cara a la puerta y con los nudillos pegados a la madera, no supo como reaccionar por lo que una vez más, sonrió e hizo como si tal evento jamás hubiera existido.
Leo consiguió un poco de calma cuando encontró una aplicación en su IPhone llamada Dream on, el nombre desde luego era muy llamativo, en la reseña explicaba el desarrollador, que se trataba de un controlador de sueños, podías soñar con los diferentes escenarios y sonidos que ofrecía la aplicación. Desde un jardín pacífico hasta una batalla en el desierto salvaje.
Consistía en poner el IPhone a un lado de la almohada, éste detectaba los movimientos de Leo mientras dormía y justo en el momento, reproducía el sonido del ambiente que había elegido.
Al principio no fue mas que un engaño, intentó con diferentes ambientes y las primeras tres veces resultó decepcionante, su iPhone a un lado conectado a la luz y sin ningún resultado favorable. La cuarta ocasión tenía un vago recuerdo de haber soñado algo, no lograba descifrar nada, de hecho estuvo apunto de borrar la dichosa aplicación, aunque decidió intentarlo una vez más.
Aquella noche, Leo confiaba en obtener resultados, eligió un paseo por Tokio. Enchufó el cable alimentador a la corriente y puso su IPhone boca abajo, a un costado de su cabeza.
Y en sus sueños por fin conoció a un amigo, se presentó como Dante, lo llevó  a conocer las calles transitadas de Japón, toda la gente tenía la misma cara, hablaban un idioma muy cómico y sus ojos parecían cerrarse. Leo deseó soñar por siempre, nunca despertar ni volver a ver la cara a su madre, tenía una amplia sonrisa de oreja a oreja.
III
Paseo por Tokio
El despertador sonó un lunes a las 6:45, los números que daban la hora eran de color rojo y tenía un extraño recuerdo de que alguna vez habían sido verdes. Leo bajó, tomó su torta y salió a la calle en espera del autobús, el jardín de la entrada lucía diferente, aunque nunca le prestó demasiada atención parecía estar más colorido, se distrajo un momento observando con detalle una raflessia que jamás había visto en su vida y que le producía una exhuberante tripofobia, volvió en sí hasta que el operador del colosal amarillo con franjas blancas estuvo apunto de cerrar sus puertas.
Mientras Leo recorría el autobús notó que todos sus compañeros tenían un extraño parecido, a excepción de los asientos del fondo que ocupaban Moisés, Raúl y Ascencio.
Por primera vez en lo que llevaba de conocerlos, no le lanzaron bolas de papel ni avioncitos, Leo encontró un lugar vacío y se sentó, las ventanas del autobús estaban empañadas y no podía ver hacia el exterior, de repente se empezó a dibujar sobre la humedad una frase: DANTE VIVE.
De repente todos los niños comenzaron a gritar, el autobús patinó y se desequilibró apuntando hacia un muro. Leodegario despertó, todo había sido un sueño.
Los números verdes parpadeaban y el aparato producía un estridente sonido de campana, se hacía tarde y Leo aun no se levantaba. Cuando abrió la puerta del refrigerador agarró su torta y contó las restantes; solo quedaban tres, para confirmar sus pensamientos volteó hacia el calendario y vio que era martes ¿Acaso se había dormido todo el Lunes? Era absurdo basar sus días en tortas, tal vez Mary había hecho una menos, o quizá solo había comprado cuatro bolillos en el supermercado, ¿ A quién carajo le importaba eso? Su jardín retornaba a la normalidad, subió al autobús y lo primero que vio fue un asiento vacío al fondo. Moisés estaba ausente.
Leo jamás había visto derramar una sola lágrima a Carmela, su maestra de historia. No podía ni hablar cuando intentó explicar la dolorosa muerte de Moisés, lo encontraron en un terreno baldío con la cara inmersa en un charco de agua, se había hinchado tanto que sus ojos no se veían, igual que los japoneses.
Esa noche, Leo sentía un terrible e inexplicable remordimiento, se colocó óleo en las sienes y buscó un escenario tranquilo en dream on. Eligió Jardín pacífico.
IV
Jardín pacífico
Dante estaba en un jardín de raflessias sentado en posición de flor de loto, su rostro dibujaba una horrorosa sonrisa, Leo sabía que Dante tenía que ver algo con el asesinato de Moisés. Dante asintió con la cabeza y empezó a carcajearse, su garganta se movía de una forma extraña, emitía una risotada distorsionada y cruel.
A un lado de Dante estaba un mantel de cuadros y una canastilla de mimbre, Leo alcanzó a ver en el interior una cabeza ensangrentada, corrió para vaciarla y cayó una torta envuelta en una bolsa de plástico con cierre, las mismas que utilizaba Mary.
Leo se alejó corriendo y tropezó con algo, buscó a tientas el objeto que lo hizo caer, era un collar con un diente de marfil. Recordó habérselo visto alguna vez a... ¡Raúl!
Despertó de inmediato y bajó con grandes pasos, abrió el refrigerador y había dos tortas. Inconscientemente ya estaba a la espera del autobús, esperó y esperó, aunque el camión nunca pasó.
Llegó a la escuela con el corazón a ciento sesenta latidos por minuto. Mientras caminaba hacia su salón, vio de reojo que Carmela estaba en la dirección, parecía un muerto viviente, pálida y con la mirada despistada. Leo chocó con la madre de Raúl quien había salido de su salón de clase, tenía las mismas características y en sus manos llevaba una caja llena de trabajos manuales y libros.
Un letrero pegado en el salón decía: se suspenden clases del 102 hasta nuevo aviso.
Leo regresó llorando a casa, quería arrojar su IPhone al concreto, lo sacó del bolsillo y vio que tenía una notificación de dream on.
¿Quieres vivir un Apocalipsis zombie o un paseo por la casa embrujada? Prueba los nuevos sonidos para esta noche de brujas, solo por tiempo limitado.
¡Nuevos escenarios disponibles en la tienda de sueños, pruébalo esta noche!
Leo llegó a casa, su madre no estaba, (o al menos el silencio lo decía) tampoco la abuela Eduviges, la casa olía a rancio, a carne podrida. Un olor similar al de las raflessias.
Subió a su cuarto y conectó su IPhone al contacto de luz, quería su última noche de brujas.
V
Noche de brujas
Las calles de Jerome estaban oscuras, llenas de niños disfrazados pidiendo dulces en las casas, niños vestidos de Jason, Michael Myers, Pennywise y unas cuantas brujitas con nariz postiza.
Leo afilaba un cuchillo de cocina con una piedra, tenía preparado su disfraz. Un saco negro lleno de hoyos y su cara maquillada de manera que parecía piel de rana, lucía agujeros por todos lados.
Salió a la calle con su dulcero en forma de calabaza, todos lo miraban atónitos y muertos de miedo, Leo no se detuvo, tenía claro su destino. Brincó la barda para acceder a la parte trasera de una casa, miró a través de la ventana y ahí estaba Ascencio, estaba ayudando a su hermano menor a ponerse una capa de vampiro, se veía más temible que ese que se dice llamar vampiro, aquel que lucha contra lobos feroces para defender a su novia humana que después, convertirá en vampiro para estar con ella hasta la eternidad, al final resulta que la hija se casa con un lobo (archi- enemigo del vampiro narcisista) y todos terminan felices, vaya estupidez, pensó Leo.
Asomó por la siguiente ventana, el cuarto estaba vacío, entró sigilosamente y cerró la ventana. Caminó pegado a la pared esperando el momento exacto, la luz empezó a fallar hasta que el foco del cuarto se fundió, echó la última mirada hacia la ventana y sonrió cuando vio que se había dibujado el nombre de Dante.
Ascencio cruzaba la penumbra con su hermano cuando Leo se abalanzó hacia él, le hundió el cuchillo en la garganta hasta que la sangre salió a chorros, Leo apretaba los dientes y no se dio cuenta que el pequeño vampiro yacía desmayado en el charco de sangre, ¿Qué ironía no? El vampirillo ya no necesitaba salir en busca de alimento, el lago hemático sería suficiente para esa noche.
Se escucharon fuertes alaridos por toda la ciudad, las lejanas sirenas cada vez se hacían más próximas. En Jerome, la ciudad se había pintado de rojo, rojo como las raflessias.
Fin