jueves, 28 de febrero de 2013

Viejas leyendas

Por Axel Salas.


1

En la camioneta, Mädchen no dejaba de pensar en las aves entre los árboles que crecían fuera de la casa que dejaban atrás en Palmer, Nueva Jersey, mientras miraba por la ventana con un cansado interés. Se ajustó de nuevo los auriculares en los oídos.

Al otro de lado del asiento, Brody se encontraba pegado al cristal, casi en la misma posición desde que entraran y sin hacer más que una que otra pregunta a veces. El videojuego portátil, bastante caro por cierto, que le habían obsequiado la navidad anterior descansaba apagado junto a su pequeño trasero. Mädchen no creía haber visto aquel fenómeno antes, el juego lejos de las manos del chico, pero a la vez lo entendía.

La camioneta se agitaba como una vieja licuadora mientras viajaba sobre los cien kilómetros por hora. Kevin Paterson, el hombre de gafas que era el padre de Mädchen y Brody apretaba con fuerza el volante de aquella camioneta.

Tessa Paterson, su mujer, barría cada estación de la fm y am con la radio de la camioneta, produciendo un montón de chasquidos y chispazos de estática en las bocinas de la Chrysler modelo noventa y ocho.

—¡Oh por dios! — Exclamó Tessa cuando el Chevrolet plateado los rebasó con brusquedad para luego volver a insertarse entre los autos de adelante. Pero además de eso, no dijo otro cosa. Ni ningún otro miembro de la familia.

Era como si aquel cielo oscuro hubiese lanzado un hechizo sobre la familia Paterson. Quizás sobre todas las personas de Jersey, pensó Mädchen.

El cielo donde podía observarse una profundidad abismal y salpicada como nunca de estrellas sobre una Jersey parcialmente oscura. Un cielo que a los ojos de Mädchen se miraba extraño, con estrellas y planetas que parecían asomarse y estar a punto de caerles encima. No era aquel el mismo cielo que inspirara tantos poemas, menciones en canciones y citas románticas.
Y estaba aquel detalle que quizás resultaba ser el detonante para confundir y enloquecer a todo el mundo por ahí. El sol, flotando enorme e incandescente sobre aquella espesa oscuridad.

Para Mädchen, eso y el recuerdo de las aves entre los árboles la hacían sentirse mareada.

—Tessa, basta, por favor.
— ¿Qué? —Preguntó la mujer con aquel tono irritado que acostumbraba.
—La radio, basta con eso.
—Kev, intento encontrar el noticiero, alguna estación, al presidente tal vez.
—Pero no vas a encontrar nada, llevas media hora dándole vueltas a esa perilla sin parar y ninguna estación transmite. Lo único que vas a conseguir es darme una jaqueca de muerte y arrancar la perilla del aparato.
—Ya veo ¿Es eso lo que te preocupa, no? ¿El estúpido estéreo, de tu estúpido auto? No te preocupes, Kevin, no voy a joderte nada, la perilla va a estar bien. A menos  que quieras…
Ahí van de nuevo” Pensó,  Mädchen. La chica miró su móvil. “Sin señal” Ni si quiera se molestó en abrir la portátil que llevaba en la mochilita entre los pies. 
Eran las dos con quince de la tarde y sin embargo, aquella parecía ser la noche más oscura de la historia.


2
—Creo que el culpable podría ser ese ruido. Sus notas cambian, y algunos de los que antes no habían perdido la cabeza luego terminan por hacerlo. Las aves por ejemplo, casi todas enloquecieron desde el inicio, supongo que esas se tragaron al resto. Pero los perros parecían encontrarse bien, hasta dos semanas después que escuché aquel ruido. Era distinto.
— ¿Cómo lo sabes? —Inquirió su madre con los ojos asustados, rodeados por cuencas que parecían escavarse solas. A causa del hambre quizás.
—Mi oído es absoluto y creo que un poco más que solo eso. Me lo dijo el director Mc Kane. —La madre quedó en silencio, sin replicar esta vez. Mädchen pensó que quizás ella ya nunca más creería que haber pagado el internado de artes había sido un desperdicio.
3
— ¿Crees que papá estará bien?
Brody observaba a su padre a la luz de las velas. Kevin Paterson recostado, sangraba aún espesamente por la nariz desde que comenzara la fiebre un día atrás.
— Creo que todos estaremos bien. —Respondió Mädchen, acariciando el cabello de su hermano aun cuando no creía haber visto un solo animal recuperarse después de que la fiebre se presentara. Ninguno recuperaba la cabeza después de que empezaba a perderla.

El sonido había vuelto a aparecer hacía solo un día y ella sabía que eso era lo que tenía a su padre así. Hacía ya un mes que el cielo era una constante ventana al universo. Los días y las noches eran todos idénticos. La gente en las calles era cada vez más escasa, más furtiva y hostil, aún aquellos que no habían enloquecido gracias a los sonidos. Realmente comenzaba a preguntarse si había diferencia entre los cuerdos y los “lunáticos”.

4
—Bajen del auto. —El hombre jaló del percutor.
— Mamá, vamos.
Tessa Paterson sin embargo parecía hipnotizada, aferrada al volante con las luces del auto alumbrando a aquella chica con el bebé entre brazos. La chica con el vestido de puntos y el arma apuntando directo en su lado del parabrisas.
— ¡Mamá!
El motor rugió con fuerza. Se produjeron dos detonaciones y una brisa cálida cayó en el interior del auto como llovizna veraniega.


5
—Creo que no entiendes la situación, preciosa.  —El hombre la roció con su aliento, susurrando cerca de su oído—  Quizás haya a donde ir, pero no mucho que encontrar además de edificios vacíos, paramos deshabitados, al menos deshabitados por personas normales.  Pero aquí estarán bien, mientras sepas como hacerme feliz, yo te haré feliz a ti, ¿entiendes? Así de sencillo. Tú me das lo que necesito, y yo a ti. Realmente no lo has pensado bien, te ofrezco más de lo que una chica podría imaginarse en estos días. —El hombre le sonrío con aquella fila superior de dientes dorados y le guiñó el ojo.
—No vamos a quedarnos en ninguna parte, no los necesitamos.
El hombre miró a Brody con semblante molesto. La misma expresión que habría hecho respecto a una mosca incomoda.
6

El hombre de la capucha había salido desde ninguna parte y los “lunáticos”, la multitud de gente enloquecida con las narices sangrantes, aparecieron también como un rebaño enfurecido que ha destrozado el corral, corriendo por todas partes.

— ¡Es él! ¡Dispárenle al hijo de puta! —Grito el hombre de los dientes de oro.
— ¡Son demasiados, Johnny!
Los hombres que habían rodeado a Mädchen y Brody se dispersaban entre disparos y rugidos de motocicleta.

— Corran hacia la puerta, sigan hasta el fondo; los sacará de aquí. No se detengan aún cuando crean que no hay nadie detrás de ustedes. —Rugió el hombre encapuchado después de quitarles dos “lunáticos” de encima.

—¡Maddey, vámonos! ¡Maddey! —Brody daba tirones del suéter de la chica que observaba al hombre encapuchado alejarse como una sombra entre la caótica multitud que se apretujaba y despedazaba unos con otros. Los cuernos rotos de aquella capucha negra…

7
— ¡Ellen! ¡Ellen! ¡Vuelve aquí vida mía, has dejado las luces encendidas otra vez! ¡Toda la noche, pequeña! ¡Ven aquí! —Gritaba el hombre de la nariz sangrante que perseguía a la chica y el pequeño por los interminables y desolados pasillos de aquel edificio.
— Ya-no-puedo más. —Jadeaba Brody.
Entonces una puerta se abrió al frente y a la derecha.
— ¡Por aquí! —Exclamó aquel hombre de cabello blanco, con acento británico.

8
— ¿Se encuentran bien? Traeré un poco de té. Siéntense, pónganse cómodos.  Aquí están a salvo. El señor Wayne llegará en unos momentos.
El hombre británico desapareció de la habitación. Aquel era el lugar más cálido y reconfortante en el que Mädchen y Brody habían estado desde que partieran de casa.
— ¿Quién es el señor Wayne, Mäddey?
—No lo sé. —Pero en su mente apareció la imagen de aquel hombre encapuchado.

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