sábado, 2 de febrero de 2013

El estigma de las raflessias


Por Diego Hernández Negrete.


I
La ley del talión
Leodegario era un niño no tan común, ni tan corriente. A menudo llegaba de la escuela golpeado, con chicles en el pelo, pezones retorcidos, escupitajos en la espalda, con el elástico del calzón descosido (no necesito explicar a qué castigo oriental me refiero) y hasta una vez llegó con el cabello tuzado.
Hijo de una fanática religiosa, Mary era una puritana; una santurrona que maldecía todos los placeres de la vida, su especialidad consistía en que todo lo bueno era precisamente lo que a Leo no le gustaba hacer, para el mayor de los colmos nunca le prestó demasiada atención.
Mary siempre lo recibía con la sonrisa de los mil pesares, aun viéndole el labio sangrando o el cuero cabelludo expuesto, fingía que todo estaba bien y cualquier situación la quería remediar con una tonta sonrisa.
Leo aprendió a pagarle con la misma moneda por lo que se limitaba a anunciar su llegada y después ponía el seguro de la puerta de su habitación durando largas jornadas somníferas encima de su colchón.
Nunca tuvo un amigo, o al menos que fuera racional y de carne y hueso. La mayor parte del día estaba utilizando su IPhone, regalo que le dio Mary cuando cumplió doce años, Leo no quiso pastel, ni fiesta o visitas de la abuela Eduviges, solamente rogó por su IPhone.
Cuando recién lo obtuvo duró dos días sin asistir a la escuela, Mary se dio cuenta que no iba porque en el refrigerador estaban las cinco tortas que le preparaba por semana para comer durante el receso, hubiera sido más sencillo echar un vistazo a la perilla del cuarto de Leo para darse cuenta que seguía encerrado, sin embargo como ya te has dado cuenta, Mary era un poquito distraída.
Como te iba diciendo, Leo no salía a jugar con sus vecinos, tampoco iba a darle la vuelta en bicicleta a la manzana, prefería pasar horas jugando Angry Birds o buscando nuevas aplicaciones en su IPhone que le permitieran sumergirse en su mundo sin tener que verle la cara a nadie.
Todas las noches lo despertaba una voz y en su mente resonaban tres nombres: Moisés, Raúl y Ascencio.
II
Dulces sueños
Moisés, Raúl y Asencio. Eran los tres nombres que más odiaba Leo, estaban en su salón de clase y eran los que siempre lo acechaban. Una vez metieron su cabeza en un inodoro lleno de heces, Leo no pudo contenerse y vomitó, lo hizo hasta que le resbalaba por las comisuras de la boca un líquido amarillento, su garganta ardía por las arcadas.
Ese fue el único día que Leo insultó a su madre, llegó llorando a casa y Mary le ordenó que bajara a saludar a la abuela Eduviges, le respondió llamándola ¡Albóndiga de mierda!
Ella pudo haberlo castigado, aunque quedó petrificada al oír semejante insulto, Mary se quedó unos segundos de cara a la puerta y con los nudillos pegados a la madera, no supo como reaccionar por lo que una vez más, sonrió e hizo como si tal evento jamás hubiera existido.
Leo consiguió un poco de calma cuando encontró una aplicación en su IPhone llamada Dream on, el nombre desde luego era muy llamativo, en la reseña explicaba el desarrollador, que se trataba de un controlador de sueños, podías soñar con los diferentes escenarios y sonidos que ofrecía la aplicación. Desde un jardín pacífico hasta una batalla en el desierto salvaje.
Consistía en poner el IPhone a un lado de la almohada, éste detectaba los movimientos de Leo mientras dormía y justo en el momento, reproducía el sonido del ambiente que había elegido.
Al principio no fue mas que un engaño, intentó con diferentes ambientes y las primeras tres veces resultó decepcionante, su iPhone a un lado conectado a la luz y sin ningún resultado favorable. La cuarta ocasión tenía un vago recuerdo de haber soñado algo, no lograba descifrar nada, de hecho estuvo apunto de borrar la dichosa aplicación, aunque decidió intentarlo una vez más.
Aquella noche, Leo confiaba en obtener resultados, eligió un paseo por Tokio. Enchufó el cable alimentador a la corriente y puso su IPhone boca abajo, a un costado de su cabeza.
Y en sus sueños por fin conoció a un amigo, se presentó como Dante, lo llevó  a conocer las calles transitadas de Japón, toda la gente tenía la misma cara, hablaban un idioma muy cómico y sus ojos parecían cerrarse. Leo deseó soñar por siempre, nunca despertar ni volver a ver la cara a su madre, tenía una amplia sonrisa de oreja a oreja.
III
Paseo por Tokio
El despertador sonó un lunes a las 6:45, los números que daban la hora eran de color rojo y tenía un extraño recuerdo de que alguna vez habían sido verdes. Leo bajó, tomó su torta y salió a la calle en espera del autobús, el jardín de la entrada lucía diferente, aunque nunca le prestó demasiada atención parecía estar más colorido, se distrajo un momento observando con detalle una raflessia que jamás había visto en su vida y que le producía una exhuberante tripofobia, volvió en sí hasta que el operador del colosal amarillo con franjas blancas estuvo apunto de cerrar sus puertas.
Mientras Leo recorría el autobús notó que todos sus compañeros tenían un extraño parecido, a excepción de los asientos del fondo que ocupaban Moisés, Raúl y Ascencio.
Por primera vez en lo que llevaba de conocerlos, no le lanzaron bolas de papel ni avioncitos, Leo encontró un lugar vacío y se sentó, las ventanas del autobús estaban empañadas y no podía ver hacia el exterior, de repente se empezó a dibujar sobre la humedad una frase: DANTE VIVE.
De repente todos los niños comenzaron a gritar, el autobús patinó y se desequilibró apuntando hacia un muro. Leodegario despertó, todo había sido un sueño.
Los números verdes parpadeaban y el aparato producía un estridente sonido de campana, se hacía tarde y Leo aun no se levantaba. Cuando abrió la puerta del refrigerador agarró su torta y contó las restantes; solo quedaban tres, para confirmar sus pensamientos volteó hacia el calendario y vio que era martes ¿Acaso se había dormido todo el Lunes? Era absurdo basar sus días en tortas, tal vez Mary había hecho una menos, o quizá solo había comprado cuatro bolillos en el supermercado, ¿ A quién carajo le importaba eso? Su jardín retornaba a la normalidad, subió al autobús y lo primero que vio fue un asiento vacío al fondo. Moisés estaba ausente.
Leo jamás había visto derramar una sola lágrima a Carmela, su maestra de historia. No podía ni hablar cuando intentó explicar la dolorosa muerte de Moisés, lo encontraron en un terreno baldío con la cara inmersa en un charco de agua, se había hinchado tanto que sus ojos no se veían, igual que los japoneses.
Esa noche, Leo sentía un terrible e inexplicable remordimiento, se colocó óleo en las sienes y buscó un escenario tranquilo en dream on. Eligió Jardín pacífico.
IV
Jardín pacífico
Dante estaba en un jardín de raflessias sentado en posición de flor de loto, su rostro dibujaba una horrorosa sonrisa, Leo sabía que Dante tenía que ver algo con el asesinato de Moisés. Dante asintió con la cabeza y empezó a carcajearse, su garganta se movía de una forma extraña, emitía una risotada distorsionada y cruel.
A un lado de Dante estaba un mantel de cuadros y una canastilla de mimbre, Leo alcanzó a ver en el interior una cabeza ensangrentada, corrió para vaciarla y cayó una torta envuelta en una bolsa de plástico con cierre, las mismas que utilizaba Mary.
Leo se alejó corriendo y tropezó con algo, buscó a tientas el objeto que lo hizo caer, era un collar con un diente de marfil. Recordó habérselo visto alguna vez a... ¡Raúl!
Despertó de inmediato y bajó con grandes pasos, abrió el refrigerador y había dos tortas. Inconscientemente ya estaba a la espera del autobús, esperó y esperó, aunque el camión nunca pasó.
Llegó a la escuela con el corazón a ciento sesenta latidos por minuto. Mientras caminaba hacia su salón, vio de reojo que Carmela estaba en la dirección, parecía un muerto viviente, pálida y con la mirada despistada. Leo chocó con la madre de Raúl quien había salido de su salón de clase, tenía las mismas características y en sus manos llevaba una caja llena de trabajos manuales y libros.
Un letrero pegado en el salón decía: se suspenden clases del 102 hasta nuevo aviso.
Leo regresó llorando a casa, quería arrojar su IPhone al concreto, lo sacó del bolsillo y vio que tenía una notificación de dream on.
¿Quieres vivir un Apocalipsis zombie o un paseo por la casa embrujada? Prueba los nuevos sonidos para esta noche de brujas, solo por tiempo limitado.
¡Nuevos escenarios disponibles en la tienda de sueños, pruébalo esta noche!
Leo llegó a casa, su madre no estaba, (o al menos el silencio lo decía) tampoco la abuela Eduviges, la casa olía a rancio, a carne podrida. Un olor similar al de las raflessias.
Subió a su cuarto y conectó su IPhone al contacto de luz, quería su última noche de brujas.
V
Noche de brujas
Las calles de Jerome estaban oscuras, llenas de niños disfrazados pidiendo dulces en las casas, niños vestidos de Jason, Michael Myers, Pennywise y unas cuantas brujitas con nariz postiza.
Leo afilaba un cuchillo de cocina con una piedra, tenía preparado su disfraz. Un saco negro lleno de hoyos y su cara maquillada de manera que parecía piel de rana, lucía agujeros por todos lados.
Salió a la calle con su dulcero en forma de calabaza, todos lo miraban atónitos y muertos de miedo, Leo no se detuvo, tenía claro su destino. Brincó la barda para acceder a la parte trasera de una casa, miró a través de la ventana y ahí estaba Ascencio, estaba ayudando a su hermano menor a ponerse una capa de vampiro, se veía más temible que ese que se dice llamar vampiro, aquel que lucha contra lobos feroces para defender a su novia humana que después, convertirá en vampiro para estar con ella hasta la eternidad, al final resulta que la hija se casa con un lobo (archi- enemigo del vampiro narcisista) y todos terminan felices, vaya estupidez, pensó Leo.
Asomó por la siguiente ventana, el cuarto estaba vacío, entró sigilosamente y cerró la ventana. Caminó pegado a la pared esperando el momento exacto, la luz empezó a fallar hasta que el foco del cuarto se fundió, echó la última mirada hacia la ventana y sonrió cuando vio que se había dibujado el nombre de Dante.
Ascencio cruzaba la penumbra con su hermano cuando Leo se abalanzó hacia él, le hundió el cuchillo en la garganta hasta que la sangre salió a chorros, Leo apretaba los dientes y no se dio cuenta que el pequeño vampiro yacía desmayado en el charco de sangre, ¿Qué ironía no? El vampirillo ya no necesitaba salir en busca de alimento, el lago hemático sería suficiente para esa noche.
Se escucharon fuertes alaridos por toda la ciudad, las lejanas sirenas cada vez se hacían más próximas. En Jerome, la ciudad se había pintado de rojo, rojo como las raflessias.
Fin

2 comentarios:

  1. Muy bueno, Diego, genial el suspenso el empleado por vos en la trama.
    Mucha y muy interesante tu imaginación: hay un gran material allí para trabajar, eh :) .
    Debo decir, nobleza obliga, que la lectura se me dificultó un poco debido, quizás, a una puntuación que (opinión muy subjetiva, claro), creo, debe modificarse (por ejemplo, veo demasiadas "," que frenan un poco la lectura...) en pos de dotar de más agilidad, aún, a la lectura del texto por nosotros, tus lectores.
    Por supuesto, si lo escrito no te sirve se descarta de plano, sin inconvenientes :) .
    ¡Saludos!

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  2. Muchas gracias Juanito, son las criticas que mas ayudan a crecer, desde luego creo que hace falta echarle una manita, no es más que falta de experiencia pero daré un doble esfuerzo para mejorarlo, saludos!

    Atte: Diego

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