jueves, 25 de abril de 2013

Avanti

Por Nati Lou.


Saco uno por uno los libros de su biblioteca. Predominaban King, Rowling, Grisham, Martín y Poe, pero también había un espacio para Allende, García Márquez, Galeano… Había muchos libros.

Separo uno, el que estaba leyendo, el que Lucas le había recomendado. El lector.
Había visto la película dos veces: antes de conocerlo a el, y luego, con el.
Sonó el microondas y fue a la cocina a buscar su café. Lo tomo, mientras Leia un diario por la televisión (sus hermanos las habían convencido, a ella y a su madre, de la necesidad de tener una Smart TV).

Hizo como hacia siempre, leyó dos diarios, el que debía leer. Y el otro.

Daban las mismas noticias. Pero los periodistas estrella de cada uno se encargaban de marcar posturas tan distintas que se hubiera pensado que alguno de los dos diarios contaba noticias de un país en Marte, y el otro del suyo.

No supo decir cual era cual.

Volvió a su habitación, a su tarea con los libros. La vocecita de su cabeza puso play y empezó a hablar. Era gracioso, últimamente ella cambiaba demasiado de postura, y esa voz siempre se las ingeniaba para contradecirla.

Se esforzó por no oírla (tenia la voz de Lu, su puta mente tenia la voz de Lu, o de Cami, o de su madre… las voces que menos quería escuchar. Y que más necesitaba escuchar.)

Esta vez la que sono fue la pava, sobre la hornalla sin fuego de la moderna cocina (su madre la había convencido de la necesidad de comprar una cocina ultramoderna, aunque, en honor a la verdad, a ninguna se le daba la cocina.)

Cargo el termo, y se preparo unos mates con miel (“antes tomabas mates amargos, antes tomabas mates amargos, desde que entraste a la oficina tomas mates con miel, desde que entraste a la oficina tomas mates con miel”). Definitivamente, si acallaba esa maldita voz, todo valdría la pena.

Agarro la soga que había comprado el DIA anterior y volvió a su habitación, con el equipo de mate y la soga. Paso frente a varias fotos, todas familiares. Su familia se había ido a Chacabuco, a casa de su abuela. Ella se quedo. Dijo que tenía que estudiar… y es que en realidad, si se pensaba bien, por primera vez en tres años, estaba atrasada con la facultad. El novio, los viajes, el nuevo laboro… elijan la excusa que prefieran.

El caso es que la dejaron sola en la casa, con sus libros, su equipo de mate, su soga y su habitación con vigas de madera en el techo.

Acomodo los libros sobre una alfombra al suelo. Hizo una escalera de libros. De mas de 150 libros. Subió la escalera. Estaba a más de un metro y medio del suelo. Serviría.

Pensó en esos libros… la mayoría de ellos la había ayudado a sobrellevar todos sus momentos de soledad. Era irónico el nuevo uso que les estaba dando. Era bastante irónico, siempre que había estado confundida, o aturdida, como ahora, recurría a sus libros… pero no exactamente para lo que los usaría ese día.
Amarro, con esa mecanicidad que daba una década de scoutismo, la soga a la viga del techo y puso un CD de Oasis (la voz, extremadamente insoportable, le recordó a quien le recordaba Oasis).

Abrió su agenda, llena de fotos. Había una en especial. Todos llevaban la misma pechera. Todos estaban sucios y cansados. Todos sonreían a la cámara. Ella estaba entre Maga y Lucas, en el extremo superior derecho. Había al menos veinte personas mas en la foto, desplegando una bandera, que tenia la misma inscripción que las pecheras. (“pero no importan ¿no? Acá solo importa Lucas”).

Esa voz era injusta.

Había personas en la foto que no conocía, pero también gente que la quería. Al menos cinco personas, aparte de el.

Fue por ellos que se molesto en escribir la nota. Para que no se sintieran culpables. Ni ellos, ni su familia, ni sus amigos de toda la vida. Hasta en su ultima decisión había pensado en como repercutirían sus actos en los otros. Y en eliminar culpas. Todo era su culpa. Nadie la había obligado a hacer nada en estos últimos 6 meses.

Por lo menos, no directamente.

Igual, quería dejar las cosas claras (“como los ojos de Lucas. También son claros. No podes hacerte esto. Ni a los demás. Ni a el”)

Se puso su remera negra, con la misma inscripción que la pechera, la bandera, y otras dos remeras propias, pero que eran blancas. La remera negra se la había regalado Maga, al final de una movilización. Esa luego de la cual se había quedado a dormir en su casa, para no viajar. Habían comido pizzas y tomado Fernet con Coca. Y antes de que se dieran cuenta, habían pasado la noche despiertas, hablando de la vida de ambas. Tuvo que esconder bastantes cosas. Pero la quería. Era su amiga, mas Allah de lo circunstancial de el ámbito en el cual la había conocido. Y ella le había presentado a Lucas.

Se puso, también, su jean favorito.

Y subió la escalera, libro por libro.
La voz estaba histérica. Seguía gritándole y cambiando. Era Lucas, eras Maga, eran sus hermanos, era su mama, eran sus mejores amigas, eran sus profesores de la facultad. No se iba a rendir tan fácilmente, al parecer.

¿Quiero que se rinda? ¿Realmente quiero hacer esto?

Empezó a sonar su celular. Con una canción de Iván Noble. Esa en la que decía que nadie estaba muerto. La que le había dedicado Lucas. La que había devenido en canción política. Su tono de llamada.

Estaba en el último escalón. Pero quería saber quien llamaba.

1 comentario:

  1. ay, ¿se va a matar? No... pobrecita. Transmite mucha desesperación de parte de la chica!! Intrigante!! *-*

    ResponderEliminar