sábado, 20 de septiembre de 2014

El testigo


Por Alejandra López.



¡Qué artista que sos hija de puta! Casi, casi me haces creer que estás mal. Dejá de llorar, si es eso lo que querías.
Bah… mejor dicho, lo que vos hiciste.
Y el César ni se da cuenta, se come el verso de que fue un infarto. Claro, el pobrecito está tan destrozado… Lo quería mucho al Julio. Creo que mucho más que a la madre. O mejor dicho, no la quiere nada a la vieja podrida. Si le hizo la vida imposible cuando se casó con la Lili, “esa atorranta” le decía siempre.
Pensar que yo vi todo lo que hizo con el Julio y no pude hacer nada para impedirlo…
La vi sacar varias pastillitas de esas que ella usa para dormir. Las molió con sumo cuidado en la mesada de la cocina y se las puso en el tecito.
“Tomá, te compré este té de yuyos en la farmacia. Es para que puedas dormir mejor, viejo. Cien por ciento natural” le dijo con esa sonrisa chueca que tiene mientras se sentaba en el sofá, al lado de él y le extendía la taza tibia.
Y el Julio se lo fue tomando de a sorbos, y unos veinte minutos más tarde, cuando la bruja lo agarró del brazo y lo acompañó a la cama, él se tambaleaba que casi, casi se durmió parado.
La verdad es que hasta ahí no me imaginaba lo que quería hacer. Eso sí, me pareció un poco raro tanta amabilidad con el Julio, ella que siempre lo trataba mal y a los gritos por cualquier cosa: que si hacía caca y no apretaba el botón, que si comía el guiso con la mano en lugar de usar cubiertos, que no se podía abrochar los botones de la camisa sin ayuda. Y así infinidad de cosas, todo le molestaba, no se aguantaba la enfermedad del pobre.
¡Qué basura! Hacer esto… al menos lo hubiera abandonado, o qué sé yo…lo podría haber metido en un geriátrico.
Pero, claro. Eligió el camino más fácil para que no la critiquen, eligió matarlo. Yo vi cuando le aplastó la cara con la almohada un montón de tiempo. Vi los temblores en el cuerpo del Julio y la vi a ella redoblar los esfuerzos con la almohada que no soltó hasta que vio que por un buen rato el Julio permanecía inmóvil.
Después agarró el teléfono y llamó al médico. Cuando vino el gordito ése, trataba de consolarla: que la demencia senil estaba muy avanzada, que el corazón de su esposo era débil y ¡ja!, que no se sintiera mal porque ella lo había cuidado mucho.

Recién llegaron de la calle, traen olor a flores y tierra. Ella sigue sollozando de a ratos sobre el hombro del César hasta que le dice que va a preparar café y se aleja.
El César me mira de repente como dándose cuenta de mi presencia. Me acaricia la cabeza mientras pronuncia mi nombre. Yo le muevo la cola y lengüeteo su mano, más no puedo hacer.

1 comentario:

  1. Conmovedor siempre resulta el testimonio de un perrito; ésta especie que nos supera en honestidad y buenos sentimientos, tal como se detalla aquí con la vieja malvada.
    Cuan difícil no ser paranóico en un mundo donde únicamente los paranoides sobreviven.

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