miércoles, 1 de octubre de 2014

Vox

Por Paris Legaz.

DOS DE TRES


Aarón estaba sentado detrás de su escritorio. A su espalda, los marcos con todos sus diplomas y agradecimientos adornaban la pared formando un mosaico de egocentrismo y presunción. En el escritorio, una única foto, del mismo Aarón estrechando la mano del fundador y director de B.E.G (Búsqueda y Erradicación Global), Egglar Leggard, tomada hacía ya dos años. La empresa había sido un éxito y Aarón se sentía orgulloso de ser la mente detrás de la idea. Aquella foto representaba la farsa de un dirigente marioneta, un teatro bien dirigido y una crítica impecable. El éxito de la empresa fue inmediato, y la caja fuerte se hizo pequeña en tan solo semanas. Las acciones subieron como la espuma y los medios de comunicación bautizaron a Eglar Leggard como el nuevo Rockefeller. Todo el mundo tiene alguien a quien quiere matar, ¿verdad? ¿Por qué no comercializarlo? Aarón había puesto en manos de Egglar un abanico de posibilidades, le había dado toda la libertad para explotar la idea siempre y cuando el 51% de las acciones estuvieran en su bolsillo y su nombre nunca saliera a la luz. De esa manera era como se sentía cómodo, actuando a espaldas y llenándose los bolsillos. Por esa misma razón los cuadros adornaban la pared, si quieres esconderte, hazlo delante de los ojos del mundo.

Aarón abrió el primer cajón de su escritorio y sacó una caja de habanos, todavía cerrada. La guardaba para una ocasión especial y esa lo era. Minutos antes, un mensaje a su teléfono le había dado la noticia, el último trabajo había sido un éxito. Todo iba sobre ruedas, un dolor de cabeza menos. Sabía que a su esposa no le sentaría bien la noticia y quizá acabaría perdiéndola, pero no podía dejar que todo se fuera a la mierda de aquella manera, era su hijo pero no estaba dispuesto a tolerar ninguna tontería. Primero estaba todo ese asunto de cuando era niño, había llegado a la prensa, pero una cantidad sustanciosa de dinero había convertido lo que podía haber sido una noticia escandalosa en una simple nota y ahora estaba el escándalo con la modelo sueca y eso no podía salir a la luz. Muerto el perro se acabó la rabia, había tenido que pagar una fortuna para que las personas adecuadas hicieran desaparecer el cadáver de la chica y le había bastado una bofetada para calmar al inútil de su hijo, pero la calma había sido efímera, solo tardó dos semanas en matar a la segunda, no habría una tercera, por eso convirtió a su hijo en objetivo.

Abrió la caja de puros y algo llamó su atención. Una nota pegada al dorso de la tapa. ¿Cómo era eso posible si la caja era nueva? Repasó mentalmente la procedencia de la caja de habanos, la compró en su viaje a Cuba, tres meses atrás, desde que la trajo, la caja había estado guardada en el mismo cajón. Sacó la nota y se acercó a la luz, su vista ya no era la de antes. Ocho palabras, tan solo ocho palabras hicieron que un sudor frío recorriera instantáneamente la espalda de Aarón; “¿Qué se siente al ser el nuevo objetivo?”.
La luz se apagó. Durante unos segundos que parecieron horas, Aarón se quedó congelado en su asiento, esperando a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad.

—Dime Aarón, ¿Qué se siente al ser el nuevo objetivo?

La voz masculina hizo que la sangre se le congelara. Se sabía el guión de memoria, él mismo lo había escrito. Ya estaba muerto. La bala le entró por la oreja derecha y se quedó alojada en su cerebro.


                                                     
TRES DE TRES


El teléfono de Egglar vibró en su mesita de noche. No le hizo falta abrir el mensaje para saber qué decía, trabajo cumplido, dos de tres. No recibiría más órdenes, él era el dueño y señor de todo. Había sido un buen movimiento, usar al hijo para poder deshacerse del padre. Aarón y él habían convertido el asesinato en un negocio, al principio las redes sociales elevaron el grito al cielo, pero los índices de violencia habían bajado en un 83% en los primeros cuatro días, un record histórico. La gente se cagaba en los pantalones tan solo de pensar que podían convertirse en objetivos por una simple discusión en la calle, un cambio mal dado, un choque de hombros o saltarse la fila del banco podían hacer que te borrasen de la faz de la tierra, siempre y cuando, la otra persona se lo pudiese permitir.

En un mundo caótico el caos absoluto es la solución más limpia, su discurso había tomado por sorpresa a políticos de segunda y periodistas por igual, había sido perfecto. Pero, ¿realmente había sido su discurso? Aarón lo había escrito para él, había sido muy claro en qué gestos tenía que hacer y qué tono de voz usar en cada momento. ¿De qué servía ser director y fundador de una empresa millonaria si no podía hacer y deshacer a su antojo?

Pero esos días habían acabado, y todo gracias a su mascota, el eje de la empresa, su ejecutor. Nadie debía saber la identidad del ejecutor salvo el mismo director, otro beneficio que Aarón le había robado. Pero él se había encargado de cambiar eso, ahora el ejecutor era su marioneta. El dinero tenía un poder excelente en las personas, pero las promesas eran aún mejores. Entrelazó las manos por detrás de su cabeza recargándose en la almohada, a su derecha, la muchacha que dormía a su lado se giró dándole la espalda y haciendo que la sábana se deslizase por debajo de su cintura, no debía pasar de los veinticinco años, le encantaba el poder que su figura ejercía. La había conocido esa misma tarde, era una becaria que ansiaba trabajar para él, no había tardado ni cinco segundos en contratarla, no podía dejar escapar ese culito joven y bronceado. La invitó a cenar y más tarde a tomar unas copas en su ático. Noche redonda. Había dado la noche libre a sus guardaespaldas, no le gustaba tener público cuando se follaba a sus empleadas.

Acarició la espalda de la chica y sintió como la piel se le erizaba, no tardó en ponérsele dura de nuevo. La agarró del hombro y la puso boca abajo, separó sus nalgas y antes que la chica pudiera despertarse, la penetró. Ella se despertó de repente con un gemido y le arañó en la pierna. Así le gustaban a Egglar, salvajes. Los gritos de ella se hacían cada vez más rítmicos y ahogados, no tardó en correrse, esta vez no lo hizo fuera, si no dentro y el placer fue mucho mayor. Se limpió con la sábana y le dio la espalda a la chica, no recordaba su nombre, casi nunca lo hacía, no tardó en dormirse. Nunca más despertó.

Aitana abrió los ojos y se desperezó, le dolía el trasero y se sentía pegajosa, necesitaba una ducha. Se levantó de la cama y se estiró, el suelo estaba tibio al contacto de sus pies descalzos, le gustaban esos lujos, podría acostumbrarse. Pero no con ese hombre, era desagradable y malo en la cama. Cogió su blusa del suelo y se la puso por encima para dirigirse al baño. Se dio una ducha larga y caliente para quitarse el hedor del cuerpo, todavía tenía tiempo antes de que llegasen los guardaespaldas de Egglar para llevarla a su casa, eso era lo que el viejo le había dicho. En cuanto acabó, se puso una toalla alrededor de la cabeza para que el pelo no escurriera agua en la alfombra, seguro que era muy costosa y no le iban a pagar por sus servicios. Salió del baño y fue recogiendo su ropa del suelo, por supuesto, no había traído muda extra así que se tendría que poner la del día anterior. Egglar seguía tumbado boca abajo y tapado hasta las orejas, no entendía como podía tener frío con el calor que hacía esa mañana. Se fijó en el teléfono de su jefe, emitía una luz parpadeante, se acercó de puntillas a la mesita de noche y lo agarró. En la pantalla la imagen de un sobre cerrado parpadeaba constantemente, volvió a girarse hacia Egglar, seguía dormido. Abrió el mensaje y casi automáticamente lo dejó caer al suelo. Se acercó a la cama y puso la mano sobre el viejo, estaba helado. Salió corriendo de la habitación con la ropa en los brazos, en el suelo, el celular reposaba boca arriba, había dejado de parpadear y en la pantalla se podía leer el mensaje: ¿Qué se siente al ser el próximo objetivo?


UNO DE TRES


La mente de Abraham funcionaba de forma diferente a la de los demás, las voces de su cabeza habían sido sus mejores amigos. Toda su vida había sido relativamente fácil, su padre le daban todo lo que quería con tal de que no molestara y su madre lo sobreprotegía, pero realmente se sentía vacío. A los trece años le habían regalado un gatito siamés, Abraham lo cuidó con todo el cariño del mundo, lo alimentaba, le cambiaba la arena, lo bañaba y jugaba con él. A los seis meses el gato desapareció y Abraham se puso muy nervioso, estaba todo el día inquieto, no comía y apenas dormía. Su madre le dio la opción de comprar otro gato, pero él se negó en rotundo, solo quería a Patas. Salía cada tarde después del colegio durante horas a buscarlo, había pegado carteles en todos los árboles y postes de luz a lo largo de diez manzanas desde su casa, había llamado puerta por puerta preguntando por su gato, pero nadie lo había visto.

Pasadas dos semanas encontró a Patas, o parte de él. Su cabeza adornaba el tronco de un árbol, justo donde días antes había colgado uno de sus carteles de búsqueda. Salió corriendo hacia su casa y se encerró en su habitación, lloró durante horas hasta que el cansancio pudo más y se quedó dormido.

Al día siguiente, en la escuela escuchó por primera vez la voz de Carl. Fue durante el recreo, unos niños estaban jugando fútbol mientras Abraham se comía su bocadillo sentado en una esquina del patio, solo como de costumbre. Uno de los chicos chutó más fuerte de lo normal y el balón golpeó en la comida de Abraham tirándola al suelo, una lluvia de carcajadas estalló en el campo de fútbol.

—Eh, imbécil ¡pásame el balón! —dijo un muchacho con la cara sucia de sudor y el pelo pegado a la frente.

La voz de Carl causó una punzada en el cerebro de Abraham.

—Es él, ese es el hijo puta que mató a Patas. Hazle lo mismo, mátalo, deja a ese desgraciado como él dejó a tu gato, se lo merece. —Abraham se llevó las manos a las sienes y cerró los ojos con fuerza.

—¿No me has oído, imbécil? Dame el balón ahora mismo, no tengo ganas de golpear a nadie hoy, así que no me obligues —El muchacho cerró los puños y avanzó rápidamente hacia Abraham con pose amenazadora.

—Déjame en paz, tú lo mataste, te daré tu merecido, te cortaré la cabeza ¡oh si!, me beberé tu sangre —la cabeza de Abraham giró bruscamente hacia la derecha a causa del puñetazo del muchacho. El sabor metálico de la sangre no tardó en inundarle la boca.

—Estás loco de remate, imbécil, completamente loco. Te espero a la salida, esto solo ha sido una pequeña prueba.

El muchacho cumplió su promesa y Abraham llegó a su casa acompañado por el director de la escuela. Dos costillas rotas y un derrame en el ojo fueron el resultado de la brutal paliza que recibió, estuvo dos semanas sin salir de casa. Sus padres quisieron poner una denuncia al muchacho que inició la pelea, pero el pequeño se negó, tenía miedo de la reacción que pudiera tener y acabar golpeado de nuevo.

La última noche de recuperación en casa, Abraham volvió a escuchar a Carl.

—Mírate, te dejó hecho una mierda, ¿vas a dejar que se salga con la suya? Tienes que hacer algo y ¡ya! Mató a tu gato y te ha dejado en cama todo este tiempo, ¿quieres seguir siendo un maricón toda tu vida? He visto tu futuro, chico, y tienes potencial, pero tienes que hacer lo que te digamos, niño, no estás solo, somos varios dentro de ti, estamos aquí para ayudarte, haznos caso y serás todo lo que quieras ser.

—¿Qué eres? ¿quién eres? ¿por qué estás dentro de mi cabeza?

—No hay necesidad de que hables chico, piensa, solo piensa. Soy lo que más deseas, soy lo que no tienes, estoy porque soy, siempre he sido y siempre seré—. La voz sonaba gutural, pero lo tranquilizaba, Abraham sentía que lo conocía de toda la vida, como si fuera ese amigo de la niñez que no veía desde hacía años y de repente regresaba a su vida. —Ahora duerme, y sueña chico, porque es en los sueños más profundos, donde tus miedos se calman y se convierten en los verdugos de los demás. Esta noche escribiremos la primera página del resto de tu vida.

Sebastián Corso, el chico que había golpeado a Abraham, fue encontrado muerto en su cama, rodeado de un charco de sangre y la cabeza separada de su torso, tenía catorce años. La policía estuvo en casa de los Escorza toda la mañana, interrogando a Aarón y Miriam, los padres de Abraham, pero su hijo no se había salido de casa en toda la noche, o eso creían ellos. Aarón hizo entonces el primer gasto para ocultar a su familia de un escándalo y fue en ese mismo momento, cuando en su mente se comenzó a dibujar la posibilidad de crear B.E.G.

Jen había aparecido seis años más tarde, el día que Abraham conoció a Darla, una modelo sueca, en la fiesta de inauguración del tercer edificio de la B.E.G, donde el señor Leggard, daría las gracias a Aarón por todo la cesión desinteresada del terreno donde estaba edificado. Abraham había bebido unas copas de más y a Darla no le había sido difícil convencerlo de ir a un lugar más “íntimo”.

Subieron al ático, una zona donde los muebles seguían envueltos en bolsas de plástico y el aroma a madera todavía se hacía presente. Se besaron calurosamente y Abraham empujó a la chica contra la pared. Comenzó a desnudarla mientras le mordía el cuello, sus manos eran ágiles y fuertes. Darla le desabrochó el pantalón y lo bajó hasta los tobillos. Abraham la tiró al suelo y la besó de nuevo. Fue justo en ese momento cuando la escuchó.

—Esa puta trabaja para la prensa, tiene una cámara escondida en su bolso, le han prometido una fuerte cantidad de dinero y un reportaje especial en la revista del próximo mes, ya le han tomado las fotos desnuda —Abraham sacudió bruscamente la cabeza.

—¿Qué te pasa mi vida? ¿por qué te detienes?

—No es nada, no te preocupes —pero Abraham había aprendido a confiar en la voz de Carl y esta no podía ser diferente, ya le había dicho que eran varias.

—Fóllatela, chico, dale lo que quiere y después deshazte de ella, no dejes que te engañe esa cara bonita, no permitas que esas tetas salgan en la portada del mes que viene —Jen sonaba divertida y Abraham le hizo caso, se corrió en su espalda mientras ella gritaba y se dejó caer a su lado, jadeando.

—Gracias, Jen —dijo Abraham con la respiración agitada—. Gracias, de verdad, ha sido el mejor polvo en mucho tiempo.

—¿Por qué me llamas Jen? mi nombre es Darla.

—Cállate zorra, sé lo que quieres hacer conmigo. Follarte al hijo de Aarón Escorza iba a dar un impulso a tu carrera, ¿verdad? quieres aprovecharte de mí, pero no va a ser así —las manos de Abraham se cerraron alrededor del cuello de Darla mientras la chica se retorcía y su vida se escapaba lentamente. La adrenalina hizo que se le pusiera dura.

Los hombres de Aarón limpiaron lo que su hijo había dejado en el ático y la noticia no llegó a filtrarse a la prensa, estaba empezando a cansarse del gasto que su hijo representaba para él y dos semanas después, tras la muerte de una reportera, decidió que su hijo sería su próximo objetivo.

—Dime chico, ¿qué se siente al ser el próximo objetivo? —era Carl el que le habló— Todo se ha vuelto en tu contra, ¿sabes? Tu queridísimo papi ha dado la orden, va a caer en el juego de Leggard, ¿vas a permitirlo o vas a actuar como con ese chico… Corso? Esto es un juego, niño, los dos leones se pelean por su empresa y tú eres el peón, la figura sin importancia, pero un peón, puede convertirse en reina si llega donde debe.

—Mi padre nunca me haría eso, mandar a un ejecutor a buscarme. Por mucho que me deteste, sigo siendo su hijo.

—¿En serio? Revisa tu correo.

Abraham encendió su ordenador portátil y entró en su correo electrónico. Un mensaje con remitente desconocido se mostró en la pantalla. ¿Qué se siente al ser el próximo objetivo?

—No te pongas nervioso chico, ya te dije, si nos haces caso, puedes ser y hacer lo que quieras. Tu padre guarda el arma en el segundo cajón de su mesita de noche, ve y hazte con ella. Jen no te falló con la puta sueca y la reportera, yo no te fallé con el que mató a tu gato y él tampoco te fallará. Serás lo que siempre has sido.

Abraham se hizo con la pistola de su padre y regresó a su habitación. Su madre había ido al cine con unas amigas y su padre se quedaría, como siempre, hasta tarde en su oficina.

—Ya viene, él es como tú, pero sus voces no son tan fuertes, no lo permite, no siempre les hace caso —esa voz no la había escuchado nunca, pero había aprendido a confiar en ellas— se jacta viendo sufrir a sus objetivos, es fuerte pero nosotros lo somos más. Siéntate en la silla de tu escritorio y abre la ventana, dale la espalda, deja que se confíe.

No escuchó sonido alguno, sólo una suave brisa en la cara causada por la corriente de aire procedente de la ventana. Abraham notó el frío del acero en la nuca y el pelo se le erizó, sentía miedo.

—Dispara chico, hazlo o deja que gane —se dejó caer de lado en la silla y un disparo pasó rozándole la oreja izquierda, alzó la mano que sostenía la pistola mientras se giraba y apretó el gatillo tres veces consecutivas. El olor a pólvora se mezcló con el olor de la sangre del ejecutor.

—Sus demonios son tuyos chicos, bien jugado —una serie de punzadas sacudieron la cabeza de Abraham— ahora sabes todo lo que él sabía. Aquí empieza tu juego y vas a ganarlo.

El cuerpo que yacía en el suelo llevaba la máscara típica de los ejecutores, al quitársela, Abraham vio que tenía la cara quemada, otra marca que los distinguía, o eso le había dicho su padre. La tomó y se la puso. Tenía poco tiempo antes de que su padre viera la nota dentro de la caja de puros que el ejecutor había puesto días atrás por orden de Leggard. Lo que no sabía el viejo director, era que la mano que lo haría dueño y señor absoluto de la empresa, por un breve espacio de tiempo, era la suya.

Ahora sabía lo que quería, siempre se sentía vivo cuando mataba, las voces ganaban fuerza con cada asesinato y ahora poseía los demonios del ejecutor.

No tenía tiempo que perder, sabía lo que debía hacer, esa noche morirían dos personas más. Sacó el teléfono del bolsillo del cadáver y mandó dos mensajes: Objetivo eliminado y ¿Qué se siente al ser el próximo objetivo?


FIN


Consigna: Escribir un relato ―género y tiempo verbal a elección― donde cuentes una historia que creas que va a ganar, inédita, escrita especialmente para el torneo.


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