lunes, 8 de junio de 2015

Ji, ji, ji.

Por Miguel Ángel Di Giovanni.

1

Ya hace rato que Edy (pongamos que se llama Edy), se alegra por el trabajo que tiene. Le deja tiempo libre, dice. Y aún trabajando puede disfrutar de ciertos placeres. Por eso no le gusta que se piense de él, como de un simple verdugo, o buchón. No señor, según él, su trabajo es algo más que esa simplificación. Digamos que Edy cobra algún dinero por conseguir y dar información no oficial.
Su cliente no siempre es un marido cornudo. Y, con el tiempo, se ha contactado con poderosos clientes que mejoraron de forma considerable sus ingresos. Y en el caso que voy a contarles, por añadidura, las cosas se dieron de manera que casi todos los involucrados salieron satisfechos.
En la calle Billinghurst al 800 del barrio de El Abasto, un  pasillo esconde al fondo un restaurante a la usanza rusa.
Edy conoció este lugar hace unos años. Lo llevó, por primera vez, una amiga suya que escribe para una revista de gastronomía. Desde entonces, este hijo de puta fue no menos de una veintena de veces. En ocasiones solo, otras con amigos, o para comenzar una noche blanca, el muy verdugo ha cenado distinguido, con alguna señorita.
La cuestión es que el reducto tiene para él, un condimento especial. Siempre se escucha, suave, música de Los Redonditos de Ricota. Una banda que lo tuvo como público, en su juventud. Y eso lo llena de alegría.
En el salón de este comedor, hasta tiene una mesa favorita junto al ventanal que da al patio interno. Desde allí, Edy puede disfrutar de una enamorada del muro, que forra las paredes extendiéndose hacia el cielo.
Hace poco, ahí conoció a un sujeto que empezó a frecuentar el restaurante.
—Me llamo Sergei, ustedes dicen Sergio —Le tradujo por aquel entonces, cuando se presentó el muchacho. Alto, rubio, hablaba muy bien español pero con acento ruso, siempre estaba bien vestido, y aparentaba unos treinta años.
El asunto de la música y la sensación que le provocaba a Edy fue motivo de conversación más de una vez.
—¡Conocés a los Redonditos! —Le había dicho Edy— ¿Cómo mierda un ruso puede conocer a Los Redondos? —le pregunto cuando, siendo vecinos de mesa, cayó en la cuenta de que Sergio canturreaba la música de fondo.
—Tanya —respondió Sergio señalando a la morocha que iba y venía por el salón con la bandeja —me mostró cosas de ellos por internet cuando yo vivía en Rusia. Me gustaron mucho. Y aproveché para traducir sus letras y aprobar español en el profesorado. Hay una canción llamada “Ji, ji, ji”, ¿la conoce? La elegí quizás porque al final dice: “Olga sudorova... Vodka de chernobil” y mi madre se llama Olga, y…
—…Sí, sí, claro que la conozco.
La cuestión que Sergio y Edy se cruzaron almorzando o cenando unas cuantas veces.
Así que cuando se enteró por azar, que cierta gente, andaba atrás de alguien de las características de Sergio, decidió tirar las redes.
Debía cerciorarse de no entregar el paquete equivocado.  Estaba casi seguro de que el buscado era su nuevo amiguito ruso. Solo que esta vez, le hacía ruido estar conociendo íntimamente, a quien pasaría a ser su objetivo. Porque de algo no tenía dudas: si sus clientes lo buscaban, no era para felicitarlo. Pero, un trabajo es un trabajo, se decía Edy.


2

Sergio, para su mal, en alguno de esos encuentros le dio a Edy herramientas que confirmarían la sospecha. Era una casualidad muy grande, pero tratándose de un ambiente gastronómico, este turro pensaba que le había venido servido en bandeja.
—Lea por favor, lea ahí. —le dijo Sergio, mientras le pasaba un diario.
Edy notó que el diario no era del día. Con más detenimiento, pudo ver que era de hacía un par de semanas. En un recuadro perdido, la noticia de Agence France-Presse, decía:

  RUSIA. Una pelea entre dos jóvenes en Rostov del Don, al sur de Rusia, sobre la obra del filósofo alemán Immanuel Kant, derivó ayer en un tiroteo en el que resultó herido uno de ellos. Los hombres reunidos en un bar se disponían a comprar cerveza cuando empezaron a discutir sobre quién de ellos lo admiraba más. / Afp

— ¿Es gente es conocida tuya? —preguntó Edy después de leer.
Aquel día, Sergio con alguna cerveza de más, dio detalles.
—Misha y yo, somos esos dos.
—No he leído más que alguna frase suelta de Kant: —le confesó, Edy, y agregó —El hombre es celoso si ama; la mujer también, aunque no ame. ¿Esa es de Kan…
—… La verdad, mi amigo, es que no estábamos comprando cerveza—. Dijo Sergio.
Edy intentó eludir la referencia al tiroteo, pero la interrupción de Sergio, lo superó. Y pregunto qué estaban comprando entonces.
—No comprábamos señor —dijo, Sergio dando un golpecito en la mesa. Y le clavó esas bolitas celestes que tenía por ojos. Y en un tono más bajo agregó —: Estábamos vendiendo perico. Dos kilos de cocaína.
A partir de allí, quedó claro por qué lo buscaban con tanto esmero. En los sucesivos encuentros, ya no tan casuales, Sergio le fue contando su historia como en capítulos. Le ponía un film de acción a esos ricos platos de  shaslik o solianka. Y siempre con la música preferida de Edy como fondo.
El increíble escape de Sergio y Misha empezó cuando robaron la cocaína. La vendieron desprolijamente, y la huida terminó en desastre. Al intentar salir de aquel bar en su Rostov natal, unos tipos entraron, y empezó la balacera. Y entre tanto cristal hecho añicos, Misha cayó con un balazo en la panza, Sergio agarró el paquete con la plata que tenía Misha, y se escurrió por los fondos. Sergio le contó que corrió por las calles angostas del suburbio ferroviario. Después, con una bicicleta robada a la carrera, cruzó calles y avenidas hacia el parque Rostovsky. Y, otra vez corriendo, perdió a los chicos malos. Llegó a su barrio, un complejo de edificios para trabajadores del puerto. Fue a su departamento. Armó un bolso con algo de ropa, el pasaporte, y le dio un beso a su abuela, con quien vivía. Salió a buscar un taxi y marchó al aeropuerto. No podía quedarse un minuto más.
— ¿Y qué te hizo decidir por Argentina? — Pregunto Edy.
—La madre de Tanya, la moza —contaba Sergio resoplando aliento a cerveza—,  fue novia de mi papá. Ellos se comunicaban, y por eso Tanya y yo, terminamos conociéndonos por facebook. Primero por el tema de nuestros padres, y después por la música. Como ya le dije, somos fans del grupo que usted está escuchando.
—Decime, Sergio  —dijo Edy—,  ¿vos trajiste mucha guita?
Sergio se tiro para atrás en su silla, y tomó un  trago de cerveza. Edy pensó que no le iba a contestar, pero…
— ¿Qué, sos policía? ¡Já!
—Curioso nomás  —dijo Edy—. ¿Qué son, euros, dólares…?
—En Rusia, no sé bien por qué, la mafia prefiere estos billetes a los euros—dijo, Sergio mientras metía la mano en el bolsillo. Le mostró tres billetes arrugados de veinte dólares con unas manchas amarronadas. Bien podían ser sangre de Misha—, tengo suficiente para irme a un lugar que Tanya me mostró por internet. Lindo mar, muchos pinos. Pampas de mar… o algo así.
—Mar de las Pampas —dijo Edy.
—Eso, señor, Mar de las Pampas. Si tengo suerte.
— ¿Y querés vender los dólares?
—No, no, no. Tanya me cambió algo para moverme cómodo. No quiero vender nada, no quiero más escapar. Kant dice: Cuando duermo sueño que la vida es bella, pero una vez despierto: es un deber.
Sergio relojeó la puerta por segunda vez, y agregó:
—Si tengo suerte, mi amigo. Si tengo suerte.
— ¿Pensás que te siguieron hasta acá? Preguntó Edy con su mejor cara de boludo.
Y aquel encuentro terminó con Sergei, otra vez, clavándole esas bolitas celestes, por toda repuesta.


3

Pero, a Edy se le estaba terminando el tiempo. En este rubro no hay lugar para satisfacer curiosidades personales. Era interesante escuchar al rubiecito, pero tenía que ponerle el moño. Si el final era como Edy imaginaba, hoy sería la última oportunidad de salir de la duda.
Volviendo a lo suyo, Edy se vanagloriaba de conjugar trabajo y placer: Buena comida, la alegría de los recuerdos musicales y buena guita. Principalmente buena guita.
Con un llamado a la mañana confirmó la dirección y la hora en la que iba a hacer la entrega. Buscó un libro que le sería útil, como herramienta de trabajo, y poco antes del medio día saló para el restaurante.

—¡Hola Sergio! —dijo ni bien lo vio.
—Hola amigo mío —contestó haciéndole un lugar en su mesa.
—¡Qué banda! —dijo Edy mientras señalaba al techo, como para subrayar la música que flotaba. El rubiecito brindó alzando su vaso.
Edy se sentó a su mesa, y llamó a Tanya, la moza de flequillo renegrido y ojos verdes.
—Hoy dejame invitarte a comer, hace fresquito. ¿Qué te parece si pedimos mi plato favorito Sergei?
—Bueno, amigo, ¿por qué no?
Edy entonces pidió dos goulyash al vino tinto, agua mineral para él, y cerveza para Sergio. Lo quería con la lengua aceitada.
Mientras esperaban el pedido, Sergio se interesó por el libro que llevaba Edy.
—Después te cuento, Sergio. Después te cuento. —dijo Edy con una sonrisa de oreja a oreja.
En eso, Tanya llegó con la comida, el agua y la cerveza. A Sergio le brillaron los ojos celestes como a un nene con juguete nuevo. El aroma del goulyash, le hacía agua la boca a Edy. Cortó un poco de pan y empezó a comer.
—Te quiero preguntar algo, pibe —mientras Edy mojaba el pancito en la salsa dijo—. Tengo una duda que me viene dando vueltas en la cabeza. Y por una cosa o por otra, no te he preguntado antes. Me contaste del robo de  la droga, la venta, la persecución y tu viaje hasta acá. Pero…
—… ¿No me crees? ¿Es eso?
Edy se metió otro bocado,  y con la boca llena le dijo.
—No, Sergei. Te creo, te creo. Es otra cosa lo que quiero saber. —Tomó un poco de agua, y siguió— En la noticia que me mostraste hablaban del filósofo alemán Immanuel Kant: ¡¿Qué carajo tiene que ver  en esto, Kant?!
—No sé, no se amigo mío. —Sergei, saboreaba la cerveza con calma, como si tuviera todo el tiempo del mundo—. Sería invento de la policía para ocultar sus conexiones con la mafia. Y algo tenían que escribir los periodistas que compiten por el Pulitzer ¡ja! Y cuanto más estúpido mejor. Misha ese día tenía puesta una remera con la inscripción “I love Kant”. Nunca lo olvidaré. Pero yo sí he leído a Kant ¿eh?
La respuesta dejó a Edy con sabor a poco, pero no el almuerzo, así que le pasó un pancito al plato, se enderezó y brindó a su suerte.
—Bueno, todo muy rico pero, tengo que seguir salando las heridas, jodiendo Cristos. Mi trabajo.
—Eso que dice, amigo, es de otra canción de los Redonditos.
—Sí, así es —le dijo nuestro Judas, preparando el montaje final—. Y este libro, “Gasolina”, es de Gregory Corso. A Los Redonditos les inspiró más de una canción. Toma, te lo regalo.
Llamó a Tanya, pagó la cuenta y salió.
Por el pasillo, se decía: ruso ricotero. Y jugando con esas dos palabras se reía con un ji, ji, ji, burlón.
En la calle buscó con la mirada. Allá estaban. Caminó hasta la esquina, y metió la cabeza por la ventanilla de la camioneta.
—Está adentro —le dijo a los dos osos—. Tiene un libro: “Gasolina”.
Agarró el sobre con la guita, y se fue a la mierda.


4

Hoy, leyendo el diario, Edy se rió de buena gana cuando encontró la noticia.
—Sergei tenía razón —se dijo—, los periodistas siempre en busca del Pulitzer, algo tenían que decir, y cuanto más estúpido mejor.

ALMAGRO. Una violenta discusión entre jóvenes en un restaurante de la colectividad rusa, terminó en tragedia y se llevó la vida de uno de ellos. Los dos agresores se dieron a la fuga. Los hombres se disponían a comprar cerveza cuando empezaron a discutir sobre las letras del grupo de rock, Los Redonditos de Ricota. / DyN


Fin

Consigna: basado en La letra de la canción Ji ji ji de Patricio Rey en una situación de alegría.             


Ji, ji, ji./Patricio Rey y sus redonditos de ricota

En este film velado en blanca noche 
El hijo tenaz de tu enemigo 
El muy verdugo cena distinguido 
Una noche de cristal que se hace añicos. 
No lo soñé -¡ieee-eeeeh! 
(se enderezó y brindó a tu suerte) 
No lo soñé -¡ieee-eeeeh! 
Y se ofreció mejor que nunca 
¡no mires por favor! y no prendas la luz... 
La imagen te desfiguró. 
Este film da una imagen exquisita 
Esos Chicos son como bomba pequeñitas 
El peor camino a la cueva del perico 
Para tipos que no duermen por la noche. 
No lo soñé -¡ieee-eeeeh! 
Ibas corriendo a la deriva 
No lo soñé -¡ieee-eeeeh! 
Los ojos ciegos bien abiertos. 
¡no mires por favor! y no prendas la luz... 
La imagen te desfiguró. 
El montaje final es muy curioso, 
Es en verdad realmente entretenido 
Vas en la oscura multitud desprevenido 
Tiranizando a quienes te han querido. 
No lo soñé -¡ieee-eeeeh! 
(se enderezó y brindó a tu suerte) 
No lo soñé -¡ieee-eeeeh! 
Y se ofreció mejor que nunca 
No lo soñé -¡ieee-eeeeh! 
Ibas corriendo a la deriva 
No lo soñé -¡ieee-eeeeh! 
Los ojos ciegos bien abiertos. 
¡no mires por favor! y no prendas la luz... 
La imagen te desfiguró. 
Olga sudorova... 
Vodka de chernobil 
¡pobre la Olga! ¡crepó!

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