martes, 1 de marzo de 2016

BUEN GOURMET

Por Zvonimir Dobrovolski.

El sol golpea con fuerza sobre la metrópoli, creando espejismos sobre el caliente asfalto. Son pasadas las tres de la tarde y los minutos parecen quedarse detenidos en el tiempo. Tal vez sea la hora en donde el sopor parece adueñarse de cada cosa o persona existente en el planeta. Vamos volando y observando todo lo que hay bajo nosotros. Nuestras alas nos llevan al sector más pobre y abandonado de la capital. Vemos personas arrastrando los pies dirigiéndose a ninguna parte, quizás atontados por los rayos que caen del cielo. Ha sucedido algo terrible hemos sabido y ese es el motivo de nuestra visita. No estamos acá para juzgar, sino para conocer y analizar el comportamiento de esta mal llamada humanidad. Tenemos los datos. Lo sabemos todo, por que somos observadores omniscientes de cada una de las cosas que suceden en este mundo. Volamos un poco más y descendemos lentamente, puesto que ya hemos visto a unos de los principales protagonistas de esta historia. No nos sorprende que sea como uno mas de los millones de seres que a duras penas lucha por tener como recompensa un día mas de vida. Lleva una sucia camiseta que en tiempos mejores fue de color amarillo; unos pantalones color caqui que tiene agujeros y cortes en las rodillas y corona la decadente vestimenta, unas sandalias de plástico que nos da la impresión que en cualquier momento se van a desarmar. Vemos su cara que curiosamente, nos parece la de una buena persona: tez quemada por el sol, ojos claros y un sin fin de arrugas que le dan un aspecto bondadoso. Lo vemos caminar apresuradamente por las calles polvorientas que existen en aquel rincón de la ciudad .Las gotas de sudor le recorren todo el rostro y bajan cuesta abajo por su cuello .Lleva sobre sus hombros una raída mochila llena de cachivaches inservibles que ha intentado vender en el mercadillo local .A veces las ventas andan realmente mal pero hoy al menos ha tenido algo de suerte: vendió una taza a la cual le faltaba la oreja. Sin dejar de caminar, lanza un suspiro y mira a su alrededor. Las casuchas que no son mas que escombros armados parecen rodearlo todo .Ve niños desnudos y desnutridos jugando sobre un basural gigantesco lanzándose cáscaras de sandia mientras los perros esqueléticos, husmean de aquí a allá, en busca de cualquier resto que les pueda servir como alimento.  La pobreza es extrema. Parece la postal de algún pueblo perdido en otro continente. Le deprime cada centímetro que ve. Baja la mirada. Lo mejor es no ver, no pensar, solo sobrevivir de la manera que sea .Se lleva una mano al bolsillo del pantalón y saca la moneda que ganó producto de la venta .Cree que lo mejor es hacer las cosas rápido. No analizar, ni cuestionarse nada .Apura más sus pasos y entra a la pocilga de boliche que sabemos, se llama Juan .Las tripas le suenan en el momento exacto en que le pide un pan al viejo .Este se lo da sin siquiera mirarlo y vuelve a la parte trasera del rancho. Sale. Ya falta poco. En su hogar tiene un paquete que le durará varios días. Llega a donde vive. Saca de la mochila las llaves y las mete en el candado que protege la puerta de madera .Entra desesperado y se dirige rápidamente donde tiene la cocinilla y mientras lanza la mochila lejos , sabe que lo peor no es ser pobre, lo peor es casi no tener que comer y lamentablemente para el , hoy tiene mucha, mucha hambre.

Toma un cuchillo oxidado, una cebolla media podrida y la corta rápidamente ya que no quiere tener los ojos anegados en lágrimas. Saca de un cajón de tomates- que le sirve de despensa- un trozo de pimiento, las cáscaras de una zanahoria y unos dientes de ajo. Los pela, los rebana en tiras y los lanza las verduras dentro de la cacerola. Le añade un chorro de aceite. Enciende la cocinilla y tararea una canción de un tipo que habla otro idioma a todo pulmón: VOLAAREE…OH OH OH OH mientras el menjunje empieza a freírse .Va hacia el colchón que usa de dormitorio. Allí en una esquina, toma un paquete que al parecer, es bastante pesado y que está envuelto en un grasiento envoltorio marrón. Se da cuenta de que aun queda sangre coagulada en el suelo y en el mismo paquete. Las moscas zumban enloquecidas alrededor. Vuelve donde prepara su almuerzo. Deja la preciada mercancía sobre un sucio mesón, lo abre y se queda mirándolo durante algunos segundos. No cree que pueda. Esta a punto de arrepentirse. Sin embargo, sus tripas no dejan de reclamarle algo de comida. Tal vez debió exigir otra parte, pero los otros dos idiotas lo amenazaron con dejarlo sin nada.  Toma nuevamente el cuchillo y lo afila en una piedra especial que ha guardado durante años y pone manos a la obra. El trabajo es arduo ya que tiene que eliminar la grasa y los pequeños huesos que encuentra .Nunca pensó que fuera tan difícil .Una vez terminado el desposte, corta la carne en cubitos y la deja reposar. Se gira y revuelve el sofrito que esta casi listo. Echa una taza de agua a la cacerola, además de una pizca de sal. Camina hacia el otro extremo de la habitación y toma otros dos cajones de tomates. Los pone de pie y sobre estos, una tabla de perfectos 50 x 50 centímetros. ''La mesa está lista'', piensa. Regresa a la cocina, revuelve la olla y le añade los trocitos de carne que ha cortado con anterioridad. Cubre la olla con la tapa y pone la cocina a fuego lento. Esa cocción le garantizará -cree- un sabor casi tan marcado como la carne tradicional. Saca un cigarrillo doblado del bolsillo de su camiseta y lo fuma tranquilamente mientras el aroma a comida inunda el lugar. Intenta no pensar en nada mientras se toca los brazos llenos de rasguños, pero le llegan a la mente las imágenes como si fuera el protagonista de una película de terror. Termina de fumar, destapa la olla y prueba el caldo. Le parece asombrosamente delicioso. Toma un plato limpio desde una caja y vierte dentro de el la comida que ha preparado y conseguido con sus propias manos. Da unos pasos hasta la improvisada mesa y deposita la cocción dentro del mismo plato. Toma el pan que compro en el boliche y lo deposita a un costado de la comida. Se sienta en el suelo de tierra con las piernas cruzadas, lanza un suspiro aún mas profundo que el anterior y en el preciso momento en que va a dar la primera cucharada, golpean la puerta. Se sobresalta. Piensa que han sido descubiertos. Intenta mantener la calma y se decide a actuar con naturalidad. Se levanta lentamente y se las arregla para que una sonrisa cruce su cara. Después de todo, los vecinos le tienen por una persona amable y educada. Camina hacia la puerta, quita el candado y abre. Es la vecina Mirella quien lo saluda. Se le ve demacrada, como si todo si tuviera que cargar todo el peso del mundo sobre sus hombros y se le nota además, que ha pasado la noche en vela. Se miran fijamente por algunos segundos y finalmente le pregunta si ha visto a su hijo Adrián. El le pregunta inocentemente cual de los siete hijos es Adrián y ella le responde que es el menor, el que tiene 3 años. El hace la parodia de que esta recordando y luego le dice que no, que no lo ha visto. La señora le cuenta que se ha perdido desde ayer, que aun no lo han encontrado  y que para mas remate se encontraba enfermo, pues aparte de unas ronchas que le había visto en el cuerpo, vomitó durante toda la mañana. La imagen de la sangre coagulada en el suelo y el paquete, cruzan como un rayo la mente del tipo. Se atraganta con su propia saliva y escupe un gargajo que va a dar a la polvorienta calle. La nota realmente preocupada. Él le pregunta si no ha llamado a la policía y ella le responde que aun no lo ha hecho pero al parecer no le queda otra opción. Él le dice que si lo ve, le avisará. Que se quede tranquila, que ya aparecerá. Que lo más probable es que este jugando por ahí con otros de sus amigos. Por fin se despiden. Cierra la puerta, y le pone el candado nuevamente. Camina unos pasos y se detiene en medio de la habitación con la mente en blanco. Reanuda sus pasos, vuelve a sentarse en el suelo y se queda mirando fijamente el humeante plato, mientras una terrible duda inunda sus pensamientos.

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