martes, 12 de abril de 2016

Aún giran las aspas de los molinos

Por María Galerna.

El hidalgo de oxidada armadura, mira las otrora verdes llanuras y busca vivir grandes historias que lo hagan inmortal.
Enjuto, montado sobre un caballo todo pellejo y moscas sueña con “desfacer entuertos” para que los juglares canten loas en su honor.

El jamelgo, con la cabeza baja, va mirando sus patas intentando no tropezar y hacer caer a su amo, tan huesudo como él.  Tan hambriento y tan solo.

Recuerda el anciano grandes gestas en las que tanto él como su caballo fueran dignos adversarios de otros tantos caballeros. Haciendo un esfuerzo, ya que su memoria no es lo que era, trae a su mente un nombre, El Caballero de los Espejos, y sonríe al pensar en cómo y pese a los encantamientos, logró vencerlo.

— ¡Pardiez! ¡Qué buenos tiempos, mi querido Sancho! —le diría a su fiel escudero si aún estuviera a su lado.

Desmonta y se deja caer sobre el árido suelo, no sin antes sacar de la alforja un libro, uno de esos malditos de caballería, de los que dicen le ha sorbido el seso y vuelto loco.

— ¡Loooocooo…! —grita a la nada. Nunca había sido tan feliz como cuando la bella Dulcinea era la señora de sus sueños.

Más ya no hay sueños, ni caballeros, ni Dulcineas. Está en un mundo que desconoce.

Pobre, pobre Quijote” susurra el viento. Es el mismo que viera los grandes gigantes. El mismo que viera cómo peleaba con bravura.
Si, quizá estaba loco. Con esa locura que lo contagia todo, que lo trasmuta todo. Loco

La cabeza del hidalgo cae hacia un lado, mientras Amadís de Gaula resbala entre sus manos. Duerme.

Pronuncia el nombre de su amada. Revive momentos nunca  antes vividos. Daría su armadura y todo lo que posee por sentir sus besos, volver a sus brazos, notar su calidez…

El sueño se torna intranquilo mientras llega la oscuridad. No nota el frío de la noche.

—Harás fortuna, mi fiel Sancho.

—No es oro todo lo que reluce, mi señor.

Andaremos por lugares ignotos.

— ¡Ay! Más vale camino viejo, que sendero nuevo.

— ¡Viviremos grandes aventuras!

—Hidalgo pobre, fantasía de oro y olla de cobre.

El sueño se convierte en pesadilla.

— ¡El manco, el manco! —grita despavorido aún inmerso en el mundo de la inconsciencia.

Despierta el durmiente con gran desasosiego. Palpa el lugar donde  debería estar su escudero, pero no siente ni la tibieza que le diga que se acaba de levantar para ir en busca de ese frugal almuerzo con el que reponer fuerzas.

¿Dónde se encuentra? Por un instante se siente perdido. Piensa en rendirse y volver a su casa, aunque lo llamen loco. Pero ¡no!, no lo hará. El es un hidalgo de rancio abolengo.

Recompone su vieja armadura y monta sobre su fiel rocín. Es tan viejo como él y piensa si no será hora de darle un descanso. Lo acaricia mientras una lágrima rueda por su arrugada mejilla.

—Iremos en busca de aventuras —le susurra en uno de sus orejas. Parece como si lo entendiera, porque retorna a ser un brioso corcel. Alza la cabeza y relincha. Si, grandes gestas los esperan. Y emprenden el viaje dispuestos a enfrentarse a lo que la diosa fortuna  ponga en su camino.

Allá, en lontananza, divisan una gran polvareda. El corazón del hidalgo late con fuerza.
Se prepara.

— ¡Ah! ¡Bellacos! —maldice mientras afianza la lanza en su costado. Y encomendándose a su señora Dulcinea  para que lo libre de todo mal, se dirige al encuentro. de sus enemigos.

La nube de polvo preñada de ruidos, avanza. El hidalgo con los ojos entrecerrados se afana para distinguir a sus adversarios.

Un coche de policía y una ambulancia del psiquiátrico provincial se dirigen en busca del huido “caballero”.

Una esperpéntica figura vestida con retales de chapa engarzada con alambre, un largo palo en una mano y una especie de bacina en la cabeza y montado sobre un caballo que apenas se mantiene en pie, les grita:

— ¡Ay! El diablo os confunda. Estos  ruidos y estas luces no son de éste mundo —vocifera— ¡Follones! ¡Malandrines! No sé quienes sois, algún encantamiento os oculta a mis ojos, pero por la devoción que profeso a la sin par Dulcinea, mi señora, os juro que ¡caeréis bajo mi lanza!


Los esbeltos molinos eólicos mueven sus largas aspas en un giro sin fin…”Loco, loco…”












1 comentario:

  1. La forma narrativa de este realto es muy bonita, debo expresar mi total gusto por las palabras escogidas.

    A media historia, uno parece preveer un final mucho más oscuro, más amargo, por suerte (yo no lo deseaba, aunque quizás hubiera sido más dramático), la historia se reconduce y acaba mucho mejor, con la locura como tema principal (y no la muerte).

    Cuando leo relatos así, donde las palabras están tan bien escogidas, me encanta formar parte de este Edén.

    Bravo!!!

    Abrazos. ^^

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