martes, 12 de abril de 2016

La creación

     Por Carmen Gutiérrez.

     —Caballero dijo el supuesto Alonso Quijano con voz grave y rasposa mientras estrechaba mi mano, es un honor para mí saludarle.

     Estábamos en su celda en el ala oeste del Asilo San Juan de Dios, un cubículo de tres metros cuadrados y sin ventanas; un pequeño catre, una silla y una mesa eran los únicos muebles en ese espacio tan reducido; y parecía más reducido porque el señor Quijano era muy alto.

     El honor es mío, caballero respondí tomando asiento en la silla y él se sentó en el catre. Desde que la doctora Drake me habló de usted, he tenido el deseo de verle y poder platicar con usted.

     Debéis disculpar el acento tan coloquial que, debido a mi caminar por el mundo, he adquirido con el paso del tiempo. En el constante ir y venir en los hospitales alrededor del mundo descubrí que mi manera de hablar era difícil de entender para algunos seres, quienes, al no tener el acceso elevado a las letras, confundían mis deseos con necedades y por consecuencia, llegué a pasar horas de apremio antes de conseguir que me trajesen la bacinilla dijo entre risas.

     Reí junto con él, más que nada por hacer algo. Cuando Lucrecia Drake, la directora del hospital y amante ocasional, me contó reticente acerca de su curioso paciente, no pude dejar de pensar en hablar con el personaje. Debo confesar que tuve que ejercer presión sobre Lucrecia para que me permitiera entrar al asilo y hablar con El Quijote, como lo llamaban. Fingí ofenderme ante su negativa, no funcionó. Luego intenté el convencerla con sexo, pero después de terminar siguió en sus trece. Tuve que amenazarla con contarle de nuestras relaciones a su esposo y me vio tan decidido que arregló todo para la entrevista en la que me encontraba en esos momentos.

     Lucrecia me preparó para el aspecto físico de su Quijote, alto, enjuto con el rostro seco, la piel ambarina y estoy seguro de que si le hubiera sido permitido, Alonso Quijano habría llevado un poblado y puntiagudo bigote pero las reglas de los hospitales mentales son rudas y no concuerdan con la armonía de los rostros. Pero nunca me dijo que me sentiría como una cucaracha ante semejante hombre y que me perdería en esa mirada castaña que parecía comprender todo… quizá Lucrecia nunca fue seguidora del caballero de la triste figura, quizá estaba segura de que el tipo era un enfermo mental, quizá ella no me dijo lo que se sentía, como siempre.

     Pero ahí estaba yo, empapado en turbación sin saber cómo actuar. El diagnóstico médico afirma que ese hombre estaba loco pero yo, que hice un cierto trabajo de investigación antes de convencer a Lucrecia, me encontré con que los registros de su ingreso se habían quemado en un incendio cincuenta años atrás. Ningún registro médico mencionaba el ingreso del personaje, y un tal doctor Emmerson había declarado, veinte años atrás, que si no fuera porque el hombre seguía diciendo que era El Quijote lo habría dejado libre.

     Debo asumir, señor Quijano, que ha estado internado en varias instituciones mentales a lo largo de su vida.dije después de un breve silencio incomodo en el que fingí aclararme la garganta varias veces.
     Por supuesto, señor K…afirmó. Nací en la locura y fui creado en la demencia; desde el inicio de mi vida he sido catalogado como un loco, fui envilecido por Avellaneda y burlado por la alta sociedad, pero he aceptado como un hecho que el estar loco no es, de ningún modo, impedimento alguno para el conocimiento de uno mismo. Las horas que he pasado analizando mi locura me han dado sabiduría como para entender mi enclaustramiento.

     ¿No le molesta estar encerrado? pregunté.

     Al contrario, amigo mío. Es mejor para mí y para los demás. El mundo ha cambiado tanto que cualquier cosa me asusta y me desconcierta. Últimamente algunos de mis celadores o médicos cargan pequeños artefactos brillantes que miran cada cierto tiempo con marcada obsesión, incluso se los llevan al oído y hablan con ellos. Miguel, mi celador diurno, ha tratado en vano de hacerme entender el uso de los celulaides, pero no puedo mirar uno sin sentir aprensión y él ha desistido en sus clases. Miguel es una fina persona, educado y amable, me hace pensar que las personas nacidas en los niveles más bajos de la sociedad son bondadosas por naturaleza. Los condes y barones suelen abusar de su posición para oprimir a los débiles. 
   
     Ya que los menciona, la doctora Drake afirma que hay modo de rastrear su llegada al asilo; lo considera un poco misterioso, si me permite la indiscreción.

     No hay misterio en ello, caballero dijo haciendo un gesto desdeñoso con la mano. Lo que pasa es que nunca han creído en mi versión. Por muchos años viajé solo, recorrí muchos países y aprendí varios idiomas, siempre cambiando de nombre, haciendo pequeños trabajos a cambio de comida y abrigo, pero un día, comía con tranquilidad, cuando un barco se acercó al puerto de Marsella, donde vivía. Hacía un ruido del demonio y echaba humo por una pipa descomunal, pensé que los gigantes habían encontrado el modo de viajar por el mar y entré en tal estado de pánico que me encerraron en el Monasterio de la Serviane.
    
     ¿Se refiere al barco de vapor? pregunté divertido.

     Eso me explicaron los monjes, pero el miedo que me producía la mera idea de esa velocidad de desplazamiento me paralizaba y no puedo convencerme de que no son gigantes modernos. Estuve en el monasterio hasta que el Abad Francisco murió y el nuevo regente me envió a Paris. Ahí estuve en el manicomio de La Merced  y me han ido trasladando, hasta que un joven inquieto llamado Ernesto Guevara Lynch me encontró en Galicia. Hizo arreglos para que se me incluyera en una lista de refugiados políticos y me llevaron a México, donde me internaron en La Castañeda. Al cierre del hospital me trajeron aquí.

     ¿La Castañeda? Ese lugar era terrible.

     Un infierno, si me permite la expresión. Pero ya había mi persona aprendido a pasar desapercibido, a no causar rencillas ni en defensa de mi honor, así que me dejaban tranquilo. Fueron los médicos de La Castañeda quienes reconocieron mi persona y me aceptaron como tal. Ellos comenzaron a llamarme El Quijote y fue una liberación para mi mente atormentada tener algo de mi origen a que aferrarme.
     Entonces, si usted es Alfonso Quijano, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha… ¿Es usted inmortal? pregunté disimulando la burla en mi voz.

     No. Moriré el día en que nadie recuerde la obra de mi padre. El día en que nadie sepa mi nombre y no haya persona en el mundo que relacione mí vida con aquel lugar de La Mancha…

     Es increíble dije sintiendo un escalofrío a mi pesar.

     No lo es, caballero. Soy la creación de una mente vagabunda, una mente como la suya, pues según me han dicho, sois escritor. Soy uno de los primeros en vagar por el mundo, y espero ser de los últimos. Si hacéis bien vuestro trabajo, quizá encontrareis alguna de vuestras creaciones vagando por ahí, si es que no hay varias en este momento.

     Osea que existen otros como usted…dejé la afirmación en el aire al ver que Alonso asentía efusivamente.

     Tan cierto como que me tenéis enfrente. En mi paso por Europa conocí a varios de mis colegas, nos reconocemos en el andar y en tener la sangre de tinta, nos saludamos como compañeros de armas alejados por la batalla. ¿No habéis sentido su presencia en las noches de desvelo que su imaginación le otorga?

     ¿A quien conoció? evadí la pregunta con otra. 

     A un joven francés llamado Edmundo que era marinero en Marsella, a un inglés que era investigador privado y que fue hospitalizado por un tiempo en una celda junto a la mía… una chica adorable que trajeron desde Bretaña ya que tenía la costumbre de hablar con los conejos… no sé de qué historias fueron protagonistas pues  nosotros no podemos leer libros.

     ¿Por qué no? pregunté con extrañeza.

     Es nuestra maldición. Podemos leer las noticias, los anuncios y todo lo leíble, menos los libros con historias propias o de otros. En cuanto un libro cae en nuestras manos se vuelve inteligible, Miguel me trajo hace poco una cosa llamada libro degetal  o algo parecido, disculpad mi falta de memoria en cuanto a la tecnología, y como le digo, el aparato  se descompuso.

     Me levanté y di unos pocos pasos por la minúscula celda. Mi cabeza daba vueltas y vueltas tratando de ubicar mis pensamientos. No podía creer ni dudar completamente lo que estaba escuchando. Tenía que convencerme de que estaba hablando con un enfermo mental, pero mucho de lo que decía era aceptado sin dudar por mi mente de escritor. Quería creerlo, pero a la vez tenía miedo de que fuera verdad.

     Alonso Quijano muere al final del libro dije a modo de acusación, aferrándome a la poca cordura que encontraba.

     Ah si…-dijo pensativo fue un recurso que muchos creadores han tomado, una salida fácil cuando ven que un personaje se está convirtiendo en algo más grande que ellos mismos. El inglés me dijo que creía haber muerto y después había regresado con más vitalidad que nunca. Tenía recuerdos vivos de su muerte, sabía que había desaparecido en unas cataratas, después… solo…siguió vivo.

     Me miró fijamente a través de la habitación y agregó:

     Veo con claridad que no comprendéis, y aun cuando vuestro corazón os diga que no miento, el hecho de verme encerrado pone en duda todo cuanto os he dicho. No soy de los primeros en mi especie, pero si uno de los únicos en ser creado sabiendo que es una creación. Soy un personaje de un libro en el que se me informa que soy un personaje. Mi creador me mató en su obra para poder seguir adelante con su vida, pero no puedes matar una idea y nosotros, señor K…, somos una idea.

     Si lo que dice es cierto ¿Dónde están todos ahora? pregunté aferrándome a mi cordura.

     Muchos de ellos se han forjado una vida y creado sus propias historias, algunos seguirán haciendo lo que saben hacer, el inglés seguirá investigando, la pequeña seguirá imaginando lugares mágicos y yo, yo sigo siendo un loco dijo con un poco de tristeza.

     Me dio un escalofrío al pensar en la cantidad de personajes asesinos seriales creados en los últimos siglos. De pronto sentí pavor de mis propias ideas.

     No tengáis miedo, caballero dijo adivinando mis pensamientos. Dios hizo a los artistas para darle al mundo una segunda creación. Cuando el escultor plasma la belleza de la naturaleza en la piedra está preservando lo perecedero. Los escritores hacen lo mismo al llenar con tinta la sangre de sus ideas, moldear con letras los músculos y rostros de sus pensamientos. Una idea no es perecedera, pero puede cambiar, al plasmarla en papel vosotros la estáis preservando en su tinte original.

     El celador en turno dio un golpecito en la reja para anunciar el fin de la entrevista. Alonso se puso de pie de nuevo y me tendió la maño.

     Espero verlo de nuevo dije con un convencimiento que en su momento me pareció duradero.

     No nos encontraremos otra vez, señor K…, os lo aseguró.

     Desvié la mirada y el celador me hizo una seña para que saliese. Quise decir tantas cosas y preguntar muchas otras pero todo se me hizo un nudo en la garganta y solo pude obedecer.

     Hacedme el favor, amigo mío, de seguir creando dijo Quijano mientras me alejaba pero no use al mismo personaje una y otra vez. Hacedlos enormes, entrañables, valientes, dignos de admiración si es que caéis en la tentación.

     Seguí caminando sin mirar atrás. No tenía ánimos de seguir escuchando ese sinsentido.


     ¡¿Sabe lo que le pasó a Cervantes?! gritó ¡Yo lo maté! ¡Lo perseguí hasta el final de sus días hasta que el miedo lo enfermó! y soltó una carcajada enfermiza que aún me atormenta mientras escribo.



1 comentario:

  1. El nudo en el estómago es lo que ha hecho este relato conmigo.

    ¿Pero como se os ocurren todas estas cosas?

    Antes de ponerme a escribir como un loco acerca de lo mucho que me ha gustado este relato.

    ¿Os habeis dado todos cuenta lo bien documentado que está?

    Avellaneda, Ernesto Guevara Lynch, la castañeda mexico, las referencias ocultas a Sherlock Holmes (se me saltan las lágrimas), y la otra chica que no se quien es que imagina cosas, no caigo ahora, ¿algún alma caritativa? argggg...malvado/a escritor/a.

    Si tuviera que poner algún punto negativo (y eso es una necedad por mi parte), diría que que no me acaba de convercer la introducción sobre como Mr. K quiere conocer a El quijote, pero digo que no me gusta, por que en el momento que El Quijote empieza a platicar con Mr. K, es simplemente brutal, dando tantos giros, tantos datos, haciendo tan creíble toda esta farse (¿lo és?¿es realmente una farsa?).

    Y el final, es amargo, casi malvado diría, pero es brutal.

    Mis mas sentidas felicitaciones al autor/a tan loco, tan bruto, para realizar esta obra. ^^

    Abrazos.

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