Por Soledad Fernández.
No sé si contarle mi sueño servirá de algo. A mi, es lo único que me queda por hacer. Porque si sólo fuese por lo que soñé, mi vida no estaría tan trastornada como lo está. Incluso verlo a usted sentado frente a mí, con esa cámara, con esa pequeña luz roja… no sé. Es una verdadera pesadilla cotidiana la que vivo. Todo por ese maldito sueño.
No sé si contarle mi sueño servirá de algo. A mi, es lo único que me queda por hacer. Porque si sólo fuese por lo que soñé, mi vida no estaría tan trastornada como lo está. Incluso verlo a usted sentado frente a mí, con esa cámara, con esa pequeña luz roja… no sé. Es una verdadera pesadilla cotidiana la que vivo. Todo por ese maldito sueño.
Mi nombre es Martín Esparza.
Soy estudiante de derecho. En poco tiempo me graduaré. No estoy para juegos ni
nada parecido. Es más, creo que si no logro recomponer mi vida jamás llegaré a
ser el profesional que deseo ser. El ser humano que quiero ser. Todo comenzó un
mes atrás en una noche de fiesta de fraternidades. Había tomado de más y había
probado por primera vez una pequeña pastillita. Tenía forma de corazón. La tomé
por estupidez, para probarme a mi mismo de que no había desperdiciado mis
mejores años sumergido entre libros. Ahora sé que soy un estúpido.
Luego de la pastillita, entré en un sueño
pesado. Enseguida sentí que mi cuerpo estaba rígido sobre una tabla de madera
muy dura. Me dolía la espalda y mis piernas y brazos se encontraban atados. En
el sueño estaba cabeza abajo. Juro que pude sentir la sangre acumulándose en mi
cerebro, latiendo al ritmo de mi corazón. Al mismo ritmo desquiciado apareció
de la nada una luz roja, que encandiló mis ojos. Parpadeaba con una intensidad
escarlata sobre un fondo negro. Con cada latido, la luz roja se agrandó. Creció
cada vez mas grabándose en mis neuronas que no entendían mucho. A la vez que
todo se volvía rojo, un zumbido penetrante retumbó en mis oídos haciéndome
gritar de dolor. Mientras gritaba, el círculo rojo se fue transformando en una
especie de lanza que se dirigió directo a mis ojos y en el momento en que
esperé que me atravesara, desperté.
Por supuesto esa visión me trastornó, aunque solo
fue un sueño. ¿Qué más podría ser? ¡Era una maldita luz! Eso no debía
asustarme. Sin embargo las cosas se pusieron raras y enseguida comencé a
encontrar las señales.
Recuerdo que la primera apareció una tarde en
el parque. Estaba esperando a que el semáforo cambiara la luz para cruzar la
calle. Los segundos y los autos pasaban uno atrás de otro, rápidos. Ajenos como
yo a lo que estaba por pasar. Y ahí se encontraba la luz roja de no avanzar.
Redonda. Intensa. Penetrante. Me la quedé mirando, hipnotizado. Vi como
lentamente los fotones escarlata llegaban y alertaban mis sentidos. Me invadían
y se adueñaban de mi espíritu. En un instante, como en mi sueño, la luz comenzó
a titilar. Rítmica. A la par de mi pulso. Me alarmé porque sentí que aquella
luz estaba en mi torrente sanguíneo, en mis neuronas, en todo mí ser. ¿Alucinaba?
Era muy probable.
Reaccioné brevemente y miré a mí alrededor. El
mundo parecía detenido; las personas en pausa. Y la luz roja que continuó con
su código titilante. El zumbido del sueño apareció de pronto, intenso, invasivo.
Mi cuerpo se sintió rígido y me sobrevino una tremenda desesperación. Todo se
repetía. Cada detalle, cada situación. Sentí que iba a enloquecer. Quise
avanzar, moverme, salir de ahí. Nada. Ni un músculo se me movió. Y llegué al
límite de mi tolerancia. Grité desesperado y solo así el mundo arrancó otra
vez. El semáforo pasó al verde y la gente que me rodeaba cruzó junto a mí como
si nada. Entonces entendí que algo malo me estaba pasando.
Fui hasta la fraternidad y les exigí que me
dieran respuestas. ¿Qué era esa pastilla? El hermetismo de mis amigos fue
extremo y extraño. Tanto que solo me dieron un papel escrito: “En las luces está
tu respuesta”. Todo parecía una maldita broma. ¿Cómo sabían de las luces? Yo no
había dicho nada. Eso me atemorizó más.
Me encerré. No era posible aquello que estaba
viviendo. Era demasiado surreal. Yo solo quería estudiar y pertenecer a algo. Y
sin embargo estaba atado a un desastre potencial. Me intenté relajar. Tal vez
ese episodio del semáforo había sido único. Un recuerdo demasiado vivaz del
sueño. Sí. Así debía ser. Luego de mucho pensar, tomé coraje y decidí que todo
aquello era una mala experiencia con drogas y nada más. Así retomé mi vida normal.
Pero lo normal duró poco.
Una noche en la que caminaba por la ciudad,
una luz titilante me hizo frenar en seco. Era la señal de pare ante una
cochera. No podía avanzar. Quería retroceder, pero por algún motivo mis piernas
estaban paralizadas. “En las luces están tus respuestas”, recordé. Con temor y
casi desencajado por la situación decidí sacar algo en limpio de aquella
situación. Fui paciente aunque la situación no me ayudaba.
Sentí que mi cuerpo se bañaba en sudor y que
mi corazón otra vez se desbocaba. Lo cierto era que nuevamente estaba preso de un
transe psicodélico. Las luces tomaron un ritmo, un tono. No sé. La verdad es
que entendí que decían “Busca al…”
“¿Al qué?”, pregunté al aire, pero el efecto
se esfumó. Una vez que pude moverme corrí cuadras y cuadras hasta la
fraternidad.
Ya en mi dormitorio no supe qué pensar. ¿Sería
otra alucinación? Era todo demasiado rebuscado como para atribuírselo a alguien,
incluso a la pastillita. Habían pasado varios días como para seguir bajo su
efecto. Estaba desconcertado. Pero esta vez había logrado algo…anoté en un
papel el mensaje y quedé a la espera. Durante los próximos días estuve atento.
Necesitaba a estas alturas completar el resto de la frase. Lo sentía en mis
entrañas. Sabía que mi vida dependía de esas palabras. ¿Por qué? No estaba
seguro.
Había algo inquietante en todo lo que me
pasaba. Sí, más inquietante que alucinar despierto. Sentí que algo de otro
mundo, de otro universo o incluso del inframundo se quería comunicar conmigo. Entendí
que el futuro dependía de que descifrara aquel mensaje. Cada vez que pensaba en
las posibilidades, una variedad de situaciones aterradoras se abría ante mí.
Imágenes apocalípticas. Muertes sanguinarias. Me vi sumido en un mundo caótico
donde los seres humanos eran perversos. Donde el mal se había desatado y
terminaba por destruir todo lo bueno y puro de la humanidad. Y yo debía
terminar con todo ese mal. Solo yo.
Pero desgraciadamente el destino se burló de
mí. Una vez que parte del mensaje fue descifrado por mi cabeza, dejé de ver
luces rojas. ¡Era imposible! Busqué y rebusqué por todos lados. Los semáforos
ya no me hablaban, ni las luces del estacionamiento. Silencio lumínico total.
Comencé a buscar otras luces, señales, ritmos en todos lados. Me metí en los
lugares más extraños: en clubes nocturnos, en casa de videos pornográficos.
Nada. El universo me negaba la palabra.
Hasta hoy.
Hoy en la mañana recibí mi mensaje. Lo vi en
un destello. En el colgante de vidrio de un negocio. Esta vez fue hermoso. Fue
tranquilizador. Sentí que las palabras fluían sin esfuerzo, en mi mente. En mi
ser. Hoy se completó el mensaje. Se preguntará ¿qué decía
la otra mitad del mensaje…? Bueno, decía que la cámara que usted maneja, me
daría el nombre de aquel que destruirá el mundo, de la Bestia…y que debería
eliminarlo para que nada de lo malo suceda. Y desafortunadamente, acaba de
decirme que debo asesinarlo a usted.
Consigna: va a narrar un sueño muy corto, pero lo importante es la consecuencia que provocó ese sueño en su vida real.
Martín Esparza
Consigna: va a narrar un sueño muy corto, pero lo importante es la consecuencia que provocó ese sueño en su vida real.
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