martes, 21 de junio de 2016

Un cura de pueblo

Por Conxita Casamitjana.

—Mi nombre es Mariano Ramírez García, soy cura de este pueblo desde hace veinte cinco años. Llegué recién salido del seminario, fue mi primer destino y aquí me aposenté. Hoy algunos quieren que muera, están exaltados, fuera de razón, los oigo muy cerca y tengo mucho miedo, mucho—.Tragué saliva mientras miraba a la cámara, era una sensación muy extraña estar contando allí, delante de aquel desconocido que lo apuntaba todo y de aquella lente que no dejaba de grabar—. Enfócame muchacho, quiero que se vea bien que soy un cobarde, que nada de lo que he dicho a lo largo de los años desde mi atril era cierto. No existe nada después de muerto, no existe ni el paraíso ni el infierno, aquí es donde todo se vive. Mírame a mí, hasta ayer en el paraíso, un edén modesto pero mío y hoy el infierno. No, no creo ni en la resurrección ni en Dios ni en el Santo Padre y ese es uno de mis pecados, no aquello de lo que me acusan.
El hombre joven me miró mientras seguía enfocándome con su cámara profesional y mis ojos se empañaban en lágrimas. El calor era sofocante o quizás solo era mi miedo, fuese lo que fuese, la camisa empapada se pegaba a mi cuerpo, rechoncho y ya maduro, como intentando añadir más ofensas a mi pobre apariencia. El pelo liso y escaso, humedecido, adherido a mi cuero cabelludo y las gotas de sudor que se deslizaban, raudas, por mis mejillas. Mis ojos parecían aún más pequeños sin aquellas gafas que los protegían y que los primeros empujones habían roto en mil pedazos. Lo sé, lo sé…No soy un ser agraciado y en estos momentos me siento como un gusano y no lo soy, aunque todos se empeñen en acusarme y en castigarme por un delito que no he cometido.
Enfócame bien, quiero que al menos se me distinga perfectamente. Déjame que te cuente cómo ha pasado y después el cámara y tú podréis juzgar si me creéis o no, antes de que toda esa jauría justiciera acabe conmigo. ¿Te das cuenta de lo fácil que es ser valiente cuando se está rodeado de gente? Esos mismos que hoy me increpan, arropados por otros, son los mismos que serían incapaces de mirarme a los ojos si estuvieran solos. Eso, es algo muy propio del ser humano, siempre despreciable y cobarde. Pero no, no quiero distraerme…Chico, dame un pañuelo para secarme el sudor. No, no te preocupes, no voy a marcharme…¿A dónde podría ir con todos esos que me esperan ahí fuera? Quiero contarlo, quiero explicar aquello qué ha pasado y que alguien intente entender algo porque yo no lo consigo.
Hace un tiempo que esto empezó. Las primeras desapariciones son de hace un año, siempre mujeres, de distintas edades, jóvenes y también viejas. Creo que la primera fue María. A María no la querían mucho en el pueblo y se la acusó de largarse con su amante, quizá fuese cierto o tal vez habladurías, el caso es que se dijo que la habían visto en la capital besuqueándose con un tipo. Yo no lo sé. 
Después el turno fue para Antonia, la del panadero. Un buen día desapareció y en su caso a nadie le pasó por la cabeza que se hubiera fugado, no podía ser, era ya vieja y sin ganas de aventuras, ya tenía bastante con soportar al panadero. No se encontraba nada que hiciera intuir lo que había pasado, todos hablaban, se pensó que igual se había caído en alguna zanja y se encontraría más tarde su cuerpo. Se hicieron batidas, participaron todos los del pueblo y del de al lado, pero nada. Se removió cielo y tierra pero no se encontró ni una sola pista.
Carolina fue la siguiente, era apenas una chiquilla flacucha y poca cosa, empezaba a vivir la vida y desapareció una noche que volvía de una fiesta. Fue horrible, sus pobres padres no levantaban cabeza, su única hija y había desaparecido. No había novios, ni malos entendidos, nada había pasado, simplemente se había esfumado. Aún recuerdo su foto con aquella chaqueta verde pistacho que tanto le gustaba. Estábamos aterrorizados, ¿qué estaba pasando? ¿Quién lo hacía?
Este siempre ha sido un pueblo muy tranquilo, siempre y ahora de repente era como un avispero de rumores, de suspicacias, de visitantes que, como vosotros, micrófono en mano, nos asaltaban para conocer nuestra opinión, cómo eran las mujeres, qué pie calzaban o cualquier rumor que quisiéramos difundir. Nuestro pueblo se había convertido en un circo y nosotros en peleles para aumentar audiencias, algunos ya sacaban tajada de tanta desgracia.
Yo seguía dando mis sermones, citando a todos los santos habidos y por haber, mentando el nombre de Dios, en vano porque allí nada pasaba, ninguna volvía. Desde mi púlpito clamaba una y otra vez pidiendo que los culpables se entregaran, que dejaran libres a las mujeres…pero nadie parecía escuchar.
¿Puedes acercarme un vaso de agua? Estoy seco, me duele la garganta aunque eso ya no importa…Oigo los gritos, ¿cuánto tardarán en entrar a por mí? ¿No me preguntas nada? ¿Solo escuchas? ¿Qué clase de periodistas sois vosotros, los dos callados? ¿Qué reportaje es este? Cada vez están nerviosos quieren ajusticiarme. ¿Justicia? ¿Qué es eso? ¿Quién puede hacerla? Lo divino y lo terrenal. ¿Cuándo va a llegar la policía? ¿No me habíais dicho que la habíais avisado? ¿Dónde están? No, no quiero calmarme…¿Están llegando? Dios que calor que hace aquí dentro, ¿puedes subir el aire acondicionado?
Sí, ya sigo. ¿Dónde me he quedado? Ahhh sí, no había pistas, nadie encontraba nada pero la policía seguía investigando en nuestro pueblo, alguien cercano era el culpable, eso decían, aunque seguían sin encontrar a las muchachas ni vivas ni muertas. Nada, se habían esfumado.
En las fiestas de la patrona, hace apenas un par de días, todo se precipitó. De nuevo, una chiquilla, apenas una niña, volvió a desaparecer. Regresaba desde casa de una amiga hasta la suya y no llegó, nadie la había vuelto a ver. En este caso, si encontraron su camisetita tirada y rota. Ya nadie tenía dudas de que teníamos a un monstruo dentro de nuestro pueblo. Solo era cuestión de buscar.
Podéis imaginar que se montaron, de nuevo, pandillas para explorar todos nuestros montes, para revisar cada rincón del pueblo. Sacaron a los perros para seguir rastros, se peinó cada centímetro de nuestro municipio. Los perros desorientados se acercaban una y otra vez al cementerio que hay detrás de la iglesia pero no conseguían ubicarse, gruñían, ladraban y daban vueltas pero no encontraba un rastro nítido, aunque volvían allí, una y otra vez.
Empezaron las voces y los bulos, afianzados por todas esas noticias de curas pederastas y de gente de mal vivir que se estaban esparciendo en las televisiones sobre los religiosos, una iglesia que había sembrado el dolor en aquellos que la seguían. Yo mantenía mi capilla llena, con un público fiel de viejas y beatas, pero estas también empezaban a murmurar, primero a mis espaldas y después, se atrevían cuando yo estaba. No podía parar las habladurías aunque no les había dado ningún motivo.
No tardó en presentarse la Guardia Civil para registrar la sacristía, no sé qué querían encontrar pero encontraron, había ropa de mujer en mi armario, entre ellas una chaquetilla de un color verde pistacho que, según la familia de Carolina y la fotografía que circulaba de mano en mano, era de ella. Yo intenté decirles que aunque sé poco de moda, que era un color que ese verano llevaban todas las chicas, que esa chaquetilla era grande pero no conseguí que me escucharan. ¡Qué sabrá un cura de moda! ¿Qué hacía con esa ropa en su armario? Los rumores se acrecentaron, y yo seguía siendo el protagonista.
Volvieron enseguida con una orden para registrar el cementerio, exhumaron varias tumbas y allí apareció la primera de las desaparecidas. La habían golpeado hasta matarla…¡¡¡¡Yo, no!!! Por Dios, soy incapaz de pegar a nadie, pero no me escuchaban, todas las pruebas parecían estar en mi contra…Por más que negaba, ellos insistían. Y allí estaba yo, alelado, mirando cómo iban apareciendo las desaparecidas, otra en el panteón del crisantemo. Hacía años que allí no se enterraba a nadie…Y en la tumba más reciente la última chiquilla…Aquí, ya sabéis que ha pasado, como todo se ha descontrolado y han empezado primero a abuchearme, a insultarme, a darme empujones y a romperme la ropa. El pobre sargento no podía pararlos, por eso estoy aquí dentro y por eso os habéis colado vosotros para que os lo cuente. Ya tenían asesino. ¿Sabéis? No los culpo, tienen miedo y necesitan encontrar a un culpable, no sirve de nada que niegue, ellos me lincharan porque así parecerá que todo está controlado.
Dicen que no tengo coartada para esa última noche, la tengo pero no puedo decir nada.
Juro por ese Dios en el que no creo, que yo no he hecho nada a esas mujeres. Desconozco cómo han llegado allí, pero yo no he sido. Sé que el pueblo necesita un culpable y Luisito habló de mí, de que lo había tocado y le había hecho hacer atrocidades…Eso es mentira, es una odiosa mentira solo porque lo pillé robando el cepillo. ¿Por qué no quieren creerme? Tengo mucho calor, se me nubla la vista, por favor necesito aire…Deja de grabar y atiéndeme…
Yo no he hecho nada a esas mujeres….Oigo como están subiendo la escalera, los gritos y la rabia, me van a matar, lo sé y nadie alzará una mano para defenderme. No sé quién puede haber cometido estos crímenes pero yo no he sido.
Chico graba, graba…No quiero morir, soy un cobarde y no quiero que me apaleen como un perro. Por Dios…Mi único delito, mi único delito…Me ahogo, por Dios, , no he hecho nada…Mi delito, os contaré cuál es mi delito…¡¡¡¡No quiero morir, no quiero morir!!! ¡¡No los dejéis entrar!!!
Y entonces…sobresaltado, con el corazón desbocado, boqueando intentando que el aire entrara en mis pulmones, me vi en el sofá de la sacristía, delante de mí, estaba la televisión emitiendo una vibración monótona acompañado de un feo gris, no había cámaras, no había periodistas, no había ruido, no había nada.
Me levanté a trompicones, desorientado, empapado en un sudor frío, miré por la ventana, fuera todo estaba oscuro y silencioso, sobre la televisión, la funda de la película del vídeo club: “El cura asesino”. Temblaba, aún desencajado, era increíble, no había muertos ni a mí me iban a linchar. Estaba solo en la rectoría.
Me acerqué hasta mi habitación, abrí el armario que parecía llamarme y allí, delante de mí, esa chaqueta verde pistacho XL de la mujer del alcalde, mi amante desde hacía muchos años.


Mariano Ramírez García

***

Consigna: Debe contar un sueño en el cual es cura y lo quieren linchar por un pecado que no cometió.

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