sábado, 27 de agosto de 2016

El secreto del pueblo


Por Leonardo Chirinos.


El lunes veintiuno de septiembre despertó para los habitantes del pueblo de El Alto con el cielo nublado y grisáceo. El meteorólogo del noticiero de radio había pronosticado un día soleado con fuertes vientos en dirección al este, pero había errado otra vez.
Richard Ramos, que había pasado el fin de semana en cama, salió de su casa, pálido y enfermo, a comprar unas aspirinas a la farmacia de Henry. Su anciana madre se encontraba tendida en el sótano detrás de las bolsas negras que guardaban los adornos navideños. Y una araña se metía silenciosa por su nariz oscura y helada.
—Eh, flaco, ¿qué tienes bueno para el dolor de cabeza?
El farmacéutico miró el cutis pálido y las profundas ojeras de su cliente.
—Oye, ¿todavía te alcanza para las quince botellas? —rio.
—Qué va —respondió Richard con cierta indiferencia—. Debe ser gripe o una de esas virosis de mierda que están dando. —Se sentía débil, desganado y con la cabeza vacía.
El vendedor calmó la expresión burlona de su cara y fue hasta el almacén. Salió de allí con una caja en las manos y la golpeó contra la mesa del mostrador como si la estuviera apostando.
—Broxilford. Toma una ahora y la segunda dentro de seis horas.
—¿No tienes un poco de agua? —El farmacéutico asintió y le pasó un vaso cónico de papel—. Tengo la garganta encendida —agregó, frotándose el cuello. Se lanzó la tableta a la boca y tomó un buche de agua. El broxilford pasó por la garganta con un sabor amargo como un cristal de sábila.
—Eso te ayudará. —El vendedor flexionó uno de los codos y se apoyó sobre el cristal del mostrador—. ¿Qué te pasó aquí? —preguntó, palpándose la tráquea.
—Esto…, ah, me corté cuando me rasuraba. No es gran cosa, no me di cuenta hasta después. —Arrugó la cara—. ¡Mierda! Dame otro vaso de agua, esta pastilla es muy amarga.
—No somos caridad, Richard, puedes tomar limonada en tu casa si quieres, te queda a dos cuadras.
—¡Menuda suerte! —exclamó con sarcasmo y se alejó del mostrador.
Afuera las nubes abandonaban el techo del pueblo y la luz del día lentamente abarcaba su terreno.
—¡Oye! —gritó el farmacéutico desde atrás—. Se me había olvidado. —Le pasó una pequeña bolsa de papel marrón—. Lo encargó tu mamá hace tres días.
Richard se acercó y miró en su interior.
—Me gustaría apostar a que ya la pagó.
—Perderías.
—Cuando no, la vieja. —Richard sacó el dinero del bolsillo.
—No inventes, es una santa.
—Ese es el mayor problema. El viernes, cuando llegué del trabajo, la encontré en la sala hablando con dos testigos de Jehová. ¡Puedes creerlo! Los tipos pudieron llevarse hasta los muebles, dejar a mi madre atada con una nota pegada en la frente e irse sin ningún problema.
—¿Qué crees que diría la nota?
—Yo que sé, no soy un jodido ladrón.
—Ya veo. Al parecer sigue habiendo gente honesta por ahí. ¿De qué te hablaron?
Richard encogió los hombros, mostrando un pequeño gesto de dolor mientras pensaba; todavía tenía el mal sabor de boca y hacía demasiado calor.
—No recuerdo — respondió con una mueca extrañada, y se rascó la herida en el cuello. El dueño de la farmacia frunció las cejas.
—Espera. ¿A qué hora llegas de trabajar?
—A las seis, como todos. Creo que te lo comenté una vez.
—Y tu mamá los dejó entrar a esa hora.
—A los testigos de Jehová. Mierda, sí. Parece que ahora tienen horarios nocturno los muy cabrones.
El farmacéutico tragó saliva y apartó las manos de encima del mostrador.
—Richard, ya debes irte a tu casa. Te veo muy mal, amigo mío.
—Sí, tienes razón. Seguro te veo pronto. Hablamos.
Jesucristo, espero que no, pensó el vendedor alejándose del mostrador.
Eran las nueve de la mañana cuando Richard salió de la farmacia para dirigirse a su casa. Dos pasos afuera, su cuerpo se envolvió en una enorme antorcha de fuego que despertó los gritos de las señoras que pasaban por la calle. Los hijos del zapatero —Jesús y Ronald— apagaron la llamarada con cubetas de agua dulce expulsada por la bomba de su casa. El farmacéutico no salió del local hasta después del intento de rescate de los muchachos. Mientras todo pasaba, él realizó una llamada de emergencia hacia la casa del padre Fernando, cabeza de la iglesia católica San Pedro —ubicada frente a la plaza del pueblo—. Y para la tarde de ese día ya todos se habían enterado de cómo el sujeto, totalmente negro y consumido hasta los huesos, seguía moviéndose y balbuceando con dificultad «sed».
Siete días después hallaron a la madre. Para ese entonces, en El Alto nadie salía después de las seis ni dejaban entrar a nadie a sus casas. La anciana dormía para siempre en el centro de una pila enorme de heno en lo alto de un corral, con el pelo lleno de paja. La encontraron al final de una fila de cerdos desangrados, ocultándose del sol de verano.
Ambos fueron enterrados en el cementerio viejo del pueblo, con la boca llena de ajo y tomillo silvestre. Jamás volvieron a levantarse. Y no fueron los únicos.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Bella Juliana

Por Teresa Nuñez.

Para vos, a quien algún día creí amar.
Para alguien especial, un ser bello, noble y bondadoso.
Tal vez, pensé que eso era suficiente para enamorarse. Pero lamentablemente no alcanza. Al menos no para mí.
Quiero y necesito a alguien, que me ayude a subir las colinas infinitas de la ilusión y el deseo.
Que me permita dibujar en ella, un furioso rayo de fuego y quemarme hasta desaparecer transformado en brasa, siempre a punto de encender esa llama perpetua. que sostiene vivas a las personas como yo.
No quiero, ni debo, por respeto a vos y a tantas horas compartidas, caer en el triste sentimiento del desamor. No lo mereces.
Sos muy, muy bella, me gustaría, que tomaras en cuenta, todo esto que te estoy confesando por este medio.
¡Se trata de vivir! ¡De soñar, volar! ¡Somos agua y fuego! Somos todo o nada, ¿me entendes?
Pensalo, por favor pensalo. Sabes dónde encontrarme.
Te voy a estar pensando, extrañando. Bebiendo los besos que dejaste en mi boca.
Sé que me amas, te pido que no me juzgues mal. Que te juegues y corras hacia mí.
Si decidís hacerlo, te abriré la puerta, el alma, el corazón. Y juro, hacerte feliz por siempre.
Seguro, existirá en algún lugar, una casa, una choza o porque no un palacio. Simplemente el espacio ideal para que podamos vivir algunas horas, meses, años. Lo que vaya surgiendo, el día a día.
Sera mi regalo, para vos, para ambos.
Te pido que lo consideres.
Sé que parecen solo  utopías. Y quien dijo, que no se puede vivir de utopías. Yo creo que sí.
Podrás pensar que solo soy un soñador. Y si, lo soy.
Seguramente, alguien te dijo que no se puede vivir de sueños. Yo creo que sí. Que los sueños, alimentan el alma.
Yo puedo decirte que temes alas, y seguramente te sentirás libre. Puedo decirte que el mundo está a tus pies, y te sentirás poderosa. Y que está en tus manos y en tu corazón ser  feliz, y seguramente te sacare una sonrisa.
Entonces, sonriente, libre y poderosa. ¿Qué consideras, que serias?
¡Una persona feliz! No lo dudes.
Ahora, solo te faltaría encender el fuego, ese fuego que yo necesito que me demuestres, en  cada caricia, en cada mirada.  Y que cada vez que te me acerques, temblorosamente prohibida, logres en mi el punto justo que me provoque un orgasmo.
Te estaré esperando, no demores demasiado, no despiertes el desamor.


Te dejo una caricia.
                               
                              Solamente toca tus labios

Querido Mariano

Por Soledad Fernández.

Querido Mariano, amor:
Escribo esta carta para contarte que desde que te fuiste algo cambió en mí. Tres semanas ya pasaron. Tres largas semanas donde pude reflexionar, analizar, pensar lo nuestro. Nuestro amor… Me pregunto ¿por qué te fuiste? ¿Por qué me dejaste sola? ¿Acaso no fui suficiente mujer para vos? Parece que no. Parece que necesitabas más. Necesitabas la felicidad que te dio esa guacha con la que te acostaste. Con la que me metiste los cuernos una y otra vez. Esa desgraciada que se dice mujer y amiga mía. Pero tranquilo…quedate muy tranquilo que en estas semanas pude revivir cada uno de los momentos de porquería que vivimos juntos. Cada desplante, cada discusión vacía, cada crítica que me hiciste. Yo digo ¿por qué fui tan pelotuda como para seguir aguantándote día tras día? ¿Por qué dejé que me basurearas y me mantuvieras como una sirvienta de tus necesidades?  Porque vos te cagabas de risa de mí. Con ella. Con Andreita, como le decías. Con esa desgracia viviente que se dijo mi amiga. Esa falsa amiga que me aconsejaba que te deje, porque en realidad te quería para ella sola. ¡Y yo! Yo dudaba. Dudaba en dejarte. Tenía miedo de hacerte sufrir. Y me cagaste la vida. Me dejaste sola para irte con ella.
Pero tranquilo. No te estreses ni desesperes porque desde que me dejaste, me encargué de visitar a cada uno de tus estupendos amigos. A Javi que siempre supe que me tenía ganas y yo me hacía la tonta. Viste lo lindo que es, tan alto y musculoso. No como vos que tenés esa panza cervecera tan antiestética. A diferencia tuya a él le gustó mi ropa interior de encaje negro. Sí. Y también a Fabián. Con esos rulos maravillosos, y sus ojitos claros. Con él desahogué mis penas en el jacuzzi que mandaste a poner en la piscina. Ese que salió tanto y al que te dije “¿Te parece amor? ¿No sería mejor pensar en un hijo…agrandar la casa?” Y vos te reíste con aquel proyecto. Bueno, al final tenías razón, lo disfruté. Y no sabés cuanto.
Pero no quiero aburrirte con los detalles. Solo necesito decirte que agradezco que me hayas abierto los ojos. Lo agradezco de corazón, porque me di cuenta de que soy deseada y por eso mi autoestima está bien alta. Andá con Andreita, disfrutala, y cuando te canses de ella no vuelvas, porque no tengo ni un maldito segundo disponible para vos. Ya no.

El sitio de Piedras Negras

Por Carmen Gutiérrez.

     En cuanto se abrió la puerta de su cuarto, Constanza confirmó que enviar aquella carta había sido un error. La historia la recordaría como una hermosa doncella atrapada en medio de una guerra sin sentido y no como la hija de puta que era.

     Vio a Valentín Aguirre en el umbral de la puerta con la camisa manchada de sangre, las botas llenas de lodo y el arma desenfundada. Respiraba agitadamente, tenía los ojos desencajados pero no dijo nada. La miró con desprecio y entró. Ella se dejó caer de rodillas en un acto suplicante, lo único inteligente que había hecho en los últimos meses.

     Todos me dijeron que eras una puta dijo con sequedad.

     Constanza trató de decir algo pero solo pudo balbucear.

     Te dejé entrar en mi campamento, cenaste con nosotros, cantaste con nosotros y te hice mía. Algunos de la tropa me dijeron que coqueteabas con todos, que dormiste con muchos y yo…¿sabes qué hice? Los fusilé, a cada uno de mis hermanos de guerra… todo por una puta.

     No soy una puta dijo ella por fin con un toque de orgullo Soy Constanza Marín, hija del gobernador de Piedras Negras.

     La hija del gobernador…a ese lo acabo de sentenciar a muerte. Será fusilado al amanecer, pero antes le enseñaré esto, para que sepa la clase de puta que lleva su apellido.

     Lanzó al piso un montón de cartas. Constanza reconoció su letra en cada una de ellas.

     Después de fusilar a mis amigos llegó esta sacó un pliego arrugado y más gastado que las otras cartas-. La que le mandaste a mi mejor amigo, a mi carnal Federico Mosqueda. Llegó justo cuando quitábamos su cuerpo del campo.

     Constanza no dijo nada. Conocía muy bien el contenido de la misiva y sabía que no podría decir nada que mejorase la situación. Cerró los ojos cuando Valentín comenzó a leer.

     …las noches que pasamos juntos, amado Federico, son las mejores de mi vida. Sólo junto a ti he podido conocer el amor y el placer…Valentín se acercó un poco más-, y encontré las otras.

     Pateó el montón que seguía tirado en el suelo. Constanza se encogió de miedo. Él se acercó a ella y la tomó del cabello arrastrándola por el piso con una violencia desmedida, con la furia que invade el cuerpo, el alma y los pensamientos de un hombre herido, señal de que el amor que había sentido por ella se le estaba pudriendo en el pecho.

     Valentín Aguirre, el revolucionario. Conocido en todo el norte por ser el más educado y respetuoso de sus colegas. El que exigía a sus hombres que respetasen a las familias de sus enemigos, el que siempre hacía juicios justos, el que nunca antes había atacado con otro sentimiento que no fuera el del deseo de la libertad estaba ahora fuera de control. Los dos guardias que dejó custodiando la puerta se miraron asombrados al escucharlo gritar y gemir de rabia por encima de los gritos de dolor de Constanza.

     ¡Juan Felipe! ¡Marcos Serdán! ¡Pedro Loza! ¡Emilio Valles! ¡Federico Mosqueda! con cada nombre le asestaba un golpe al rostro que muchas veces cubrió de besos hasta el amanecer ¡Todos eran mis amigos! ¡Te revolcaste con todos mientras me decías que me amabas!

     Ellos eran hombres, tu no dijo Constanza Marín antes de morir de un balazo en la frente.   

La lluvia y el lago.

Por Leo Lamas.

Para
Ana,
Cuando leas esto lo más probable es que ya este con los pulmones llenos de agua, ahogada en el lago en el que solíamos nadar cuando niñas. Ese que se encontraba al final del camino marcado por el abuelo para nosotros.
Oh mi querida Ana, lo lamento tanto. No puedo evitar derramar una lágrima mientras escribo esto. Mi cabeza está inundada por el dolor y la nostalgia. Me duele tanto, pero tanto.
¿Recuerdas a Esteban?¿ El hombre que me conquisto con palabras hermosas y promesas imposibles? Pues volvió, ¡Volvió por mí! Él estaba prometido a otra mujer de grandes riquezas, miles de propiedades y un futuro próspero. Pero decidió volver a reclamar mi amor, que según él, todavía le pertenece.
Han pasado tres años desde la última vez que nos vimos, aquella horrorosa noche donde las lágrimas se escondían en la lluvia. Fue allí donde me conto toda la verdad. Él ya estaba comprometido y yo fui solo un entretenimiento, un objeto, carne. No creí en el amor hasta que al  año siguiente Daniel, mi marido, mi amante, mi amigo, apareció en mi vida.
Con el viví los que hasta ahora fueron los pocos momentos más cortos de mi vida. ¡No logro entender, mi querida Ana, como fui tan tonta!
Anoche, mientras leía a la luz de las velas alguien toco a mi puerta. Era Esteban. Empezó a proponerme cosas que alguien común consideraría como locuras. Me dijo que quería escaparse conmigo, irse del país, dejar todo atrás. No pude decir nada. Mejor dicho, no me dejo decir nada. Se lo veía tan emocionado, tan seguro de sí mismo. Tomo mi mano y entro a la casa para tratar de convencerme. Las velas y la noche fueron suficientes para avivar la pasión, querida Ana. Sucedió lo que no debía suceder. Cuando despertamos, Daniel estaba allí, mirándonos con cuchillo en mano. El momento en el que se agacho y clavo el cuchillo en el pecho de Esteban fue instantáneo. Estaba asustada, no podía quitar de la sangre que emanaba a chorros de la herida. Daniel se fue corriendo, y que tonta habré sido para seguirlo y ver que con el mismo cuchillo se quitaba la vida en el establo detrás de la casa, clavándoselo en el estómago en una suerte de último acto de honor. Cambie amor por lujuria, Ana, y sé que debo pagar por mi pecado. ¿Recuerdas la cuerda con la que los peones pescaban en el lago? Ahora mismo está llena de piedras para que no se la roben. Atare la punta a mis pies y me dejare llevar por el agua. La red soportara el peso de las piedras, estoy segura. Lamento si algunas palabras no se entienden, puedo ver que las lágrimas están borrando algunas. Eso es, Ana. Deja que las lágrimas se oculten, deja que se escondan en el fondo del lago, deja que la lluvia se ponga celosa.
Quédate con esta carta, querida Ana. No olvides nunca el amor que me condeno. No olvides nunca que te amo.
                                                                                                                                           Helena.

Amor eterno

Por Juan Carlos Santillán.

-
­­­“Te amaré por siempre”, me dijiste. Ni siquiera sabías lo que significaba. Yo sí. Yo sí sé lo que es “para siempre”.
Aferra con fuerza el rostro de ella. Le escupe en la boca.
- ¡Y me dejas una carta! ¿Sabes qué hago con tu carta? ¡Me limpio el culo con tu carta de mierda, eso hago! ¡Mira!
Estruja el trozo de papel. Se pasa la bola apretada entre las blancas nalgas, lástimándose la delicada piel del ano hasta hacerla sangrar. Luego pasa el papel manchado por el rostro de ella.
- ¡Mira, mamá: un ángel!
Miguel voltea, airado. Fulmina al niño con la mirada.
- ¡Soy un arcángel, estúpido cachorro humano!
- ¡Mi hijo!
La madre abraza el cadáver del niño, llorando y gritando. Fulmina también a la madre. Se yergue, desplegando las alas en toda su dimensión. Lanza un alarido. Cae de rodillas.
- Me siento mareado.
Vuelve a coger el rostro de su amada muerta. Lo limpia. Coge el frasco de veneno de su mano.
- ¿Cómo se te ocurrió que matándote estaríamos juntos? ¿No sabías que los suicidas no entran? ¡Y ahora ya no estás! ¡Por eso tengo que hablar a estos despojos miserables que ya no son tú!
Arroja el cadáver a un lado.
- Ahora entiendo por qué hablan a los cadáveres, a las cenizas, al mármol, a las fotos. Porque ya no pueden hablar al alma y no lo entienden. Porque cuando uno sufre se vuelve estúpido.
Intenta incorporarse de nuevo, pero no lo logra. Todo le da vueltas.
- ¿Qué mierda me pasa?
Cae de costado. Ve la enorme mancha roja en el suelo. Se palpa el ano. Observa su mano manchada. Lanza una gran carcajada.
- ¡Me estoy desangrando! ¡Se supone que soy inmortal! ¡Y tu carta…!
Cae de bruces. Se arrastra hasta el cadáver de ella. Le susurra al oído.
- ¡Tu carta me ha matado!
Extiende las alas por última vez, cubriéndolos a ambos. Y expira. Un chico pasa por ahí. Captura la imagen y la sube a la red. Un instante después, todo el mundo puede ver el ano sanguinolento del arcángel muerto. La imagen se vuelve popular.
El muchacho sigue caminando, feliz.
14.08.16

Mi felicidad está a tu lado

Por Alejandra López.

15 de Agosto de 2016




Querido Romeo:
                         Cuando sientas el vacío, cuando te canses de fingir por tu esposa algo que no sentís, cuando te des cuenta de que estamos hechos el uno para el otro: yo te estaré esperando. Aunque sientas que tu vida se desmorona, debes creer que somos capaces de construir un futuro mejor.
                         Desde que partiste paso las noches insomnes pensando en vos. Tu rostro serio, pensativo, que de repente se transformaba en una sonrisa tímida que me regalabas desde tu asiento mientras yo hablaba, viene a mi mente una y otra vez. Me cautivaste desde la primera vez que te vi atravesar la puerta, recuerdo que llevabas a tu mujer abrazada del hombro y a tu hija de la mano. (Es muy bonita la pequeña, tiene el pelo ensortijado como vos y también tiene tu sonrisa). Fue verte y sentir lo que jamás he sentido por nadie, querido Romeo. No puedo dejar de pensar en nuestros encuentros furtivos, en tu aliento, en el calor de tu cuerpo y tu estremecimiento cada vez que hacíamos el amor. La vida nos sorprendió así, “tarde” dijiste vos. Yo pienso que “tarde” sería “nunca”. Tengo la convicción de que nosotros estamos a tiempo para que el resto que nos queda de vida poder disfrutarla y gozar de este don que nos dio Dios. Es cierto que tu esposa y tu hija saldrán heridas. Pero también es cierto que la vida que estás llevando ahora a su lado es hipócrita y yo creo que a la larga esto se notará y de una u otra manera todos saldrán dañados igual.
                           Sé que te fuiste del pueblo por mí, pediste el traslado en tu trabajo para olvidarme, ¿realmente pudiste hacerlo? Ya pasó casi un año de tu partida y mi amor por vos permanece intacto. No, intacto no. Se acrecienta con cada minuto que pasa, aumenta con mi soledad. Recién ahora me atrevo a escribirte, dejé pasar el tiempo para ver si podía sacar de mi cabeza lo que creí que fuera una infatuación estival. También quise darte tiempo para que pudieras aclarar tus ideas y ver si podías recomponer tu relación con tu esposa y tal vez olvidarme. 
                           Dijiste que el nuestro es un amor prohibido y bastante culpa sentí. Dios bien sabe que traté de apartarte de mi mente y de mi vida en todo este tiempo que no estuviste. Pero pasó algo que me hizo replantear toda mi existencia. Te lo voy a contar pero espero que entiendas que no quiero apelar a que sientas lástima. Hace dos meses me operaron de cáncer. Ahí fue cuando entendí más que nunca la finitud de la existencia y que venimos a esta vida para ser felices, no para sufrir y que eso depende de nosotros. Mi felicidad está a tu lado, si la tuya no está a mi lado sabré retirarme de tu vida. Te pido que lo pienses y me des tu respuesta sincera.
                            Mientras tanto, cada domingo desde el púlpito donde sigo dando el sermón, espero verte otra vez atravesar la puerta del templo como la primera vez que te vi
                           Con todo mi amor:

                                                         Julio


martes, 16 de agosto de 2016

A veces simplemente hay que estallar

Por Gean Rossi.

            En sus veinticinco años de vida, si algo había odiado desde entonces, era que las cosas no fueran claras. Y recibir aquella carta había sido un golpe muy, muy duro para su estabilidad psicológica. Apenas la abrió su primera reacción había sido encender la estufa y verla arder. Por suerte (para la carta, quizá no para ella), se había quedado sin gas. Una maravilla. Así que de alguna manera consiguió calmar sus impulsos y la dejó sobre el escritorio, frente a la silla en la que ahora estaba sentada mientras la admiraba como quien examina una bomba a lo lejos. Pensó que las cosas serían más fáciles si de verdad se tratara de desactivar una bomba en vez de conseguir entender aquel embrollo que creía había terminado ya.
            Todo empezó cuando se conocieron. Desde entonces ya las cosas eran bastante difíciles de entender. A ella le encantaba, claro. Pero no sabía si él sentía lo mismo. Veía señales, sí, estaba segura de ello. Veía gestos en él que la hacían creer que podría existir algo. Cada roce, cada palabra bonita que soltaba eventualmente, cada mirada que le lanzaba cuando estaba distraída… Todo le servía para creer que sí, que efectivamente había una química extraña por allí. Se seguían viendo después de aquella fiesta de verano en la que además de un par de tragos, compartieron sus números de teléfono y una larga noche de garla. Había sido fascinante todo pero, apenas volvió a la rutinaria realidad, donde su soledad era su única acompañante, la melancolía la embargó. Una melancolía inyectada en nostalgia y ansiedad que la hacía sentir con el peor dolor del mundo. Estaba claro que se había obsesionado de alguien que apenas conocía. Para suerte de su obsesión, volvieron a encontrarse; no solo una vez, sino cinco más. La segunda en el parque, la tercera, en su casa. Habían organizado hacer pizzas, pero ella sabía que no podría soportarlo más, así que en el momento que creyó apropiado, se lanzó sobre él y lo besó. Vaya que sí lo había hecho. Él respondió muy bien a su acción, y una cosa llevó a la otra y… bueno. Pasó. ¿Por qué para que ocurriera todo tenía que haber sido ella la que diera el primer movimiento? A él también le gustaba, pero aparentemente, no se sentía lo suficientemente preparado para estar con alguien en ese momento. Al menos así se lo había explicado en su cuarto encuentro. Para cuando se despidió de él, la quinta vez (se iba tras recibir una oferta de trabajo en el exterior), ya sabía con creces que había tenido roces con otra. Realmente no había sido una sorpresa sino… algo confuso. ¿Qué clase de persona hacía eso de estar con alguien cuando no quieres? ¿Es que realmente no lo quería estar? ¿O simplemente era ella? No lo sabía. Nunca lo supo, de hecho.
            De alguna manera había aprendido a sobrellevar las cosas. No eran nada, nunca lo fueron realmente, así que no tenía potestad alguna para reclamarle, quejarse o preguntar. Solo se había limitado a dar vueltas en su cabeza; vueltas que cada día iban disminuyendo hasta que todo se convirtió en algo que, para su memoria, había sido un bonito recuerdo mientras duró. Estaba lejos, no sabía mucho de él y ella había seguido por su cuenta hasta… ese día.
            Miró de nuevo la carta, estiró su brazo para tomarla y la abrió otra vez. Necesitaba hacer algo con ella antes de que su cabeza explotara de todo lo que pasaba por ella. Buscó un marcador y escribió «Puta de mierda» en grandes letras rojas. Evidentemente se trataba de un hombre, pero para ella eso no quitaba el hecho de que seguía siendo una puta de mierda. Sí.
          Anotó la dirección de la que la habían enviado y salió a la oficina de correos. No sabía si aquello la hacía sentir mejor o peor. Pero después de todo, ¿a quién coño se le ocurría mandar una carta en blanco?



AURORAS

Por Francisco Medina Troya.

En verdad, querido amigo, tu ausencia aún no ha dejado de ahuecar mi alma. Sabes de antemano que soy parco en palabras y que siempre me fue más fácil entregarme a un ejercicio de letras  para narrarte lo acaecido. Hemos pasado por días de incertidumbre por cómo están sucediendo las cosas y dejaré esta cuartilla, aquí sobre el escritorio por si te da por leerla, de todas formas necesitaba contarlo, porque creo que por fin, después de deambular por corazones ajenos a mí, descubrí el verdadero secreto de estar en silencio y adivinar el pensamiento de una persona …
Aquella mañana en la azotea, bajo el influjo de las sabanas aromatizadas de perfumes antiguos; entre la luz y la cal de las casas, elevamos sueños y corregimos verdades. Su mano suave apretaba a la mía, y de vez en vez paseaba su dedo gordo por el contorno de mi mano, quizá para sentirse segura o en una leve insinuación de que prefería mi compañía a la de su familia en un momento tan crucial. No me hacía falta mirarla para saber que sus labios carnosos sonreían. Había más gente en el terrado, al igual que en las azoteas de los edificios circundantes, incluso sentados sobre los tejados y encaramados en las chimeneas y los motores de aire acondicionado. Pero eso a nosotros nos daba igual. Solo estaba ese instante en el tiempo y en la historia y nosotros dos, ajenos a las risas, los ruidos y el sonido entrecortado de una radio retrasmitiendo la increíble noticia.
Al principio nadie lo creyó, nosotros tampoco la verdad. El escepticismo arrugó nuestros rostros tan acostumbrados al tedio y a la rutina, contaminados por los medios de comunicación. Tan hechos a ojear en los periódicos: asesinatos, desahucios, hambruna y desgracias miserables de la condición de ser humano, civilizado. Sin embargo las evidencias eran claras y no dejaba lugar a ninguna clase de ambigüedades. No faltaron los fatalistas que predicaron apocalipsis inminentes y castigos divinos, y aquellos que se aprovecharon del evento para intentar vender toda clase de baratijas creadas para tal fin.
La gente no quería saber de consecuencias, que cambiaría en sus patéticas vidas planas y grises. Como el niño que espera con ansiedad su regalo de cumpleaños, sin pensar demasiado que envuelve el llamativo papel. El efecto sorpresa era lo que movía el mundo en ese momento.
La euforia se sentía en el aire, extrañamente cálido, para la hora temprana del día. Había individuos que portaban grandes carteles con citas pacifistas, otros rezaban a sus diferentes Dioses, convencidos de que aquello, más que nunca, era un signo de sus Divinidades. El griterío aumentó considerablemente, y los pájaros revolotearon desorientados. Agarré con fuerza su mano, mientras en el horizonte rojizo, en el oeste, nacía, grandiosa, la otra Tierra…

ZOPILOTES

Por Ángela Eastwood.

El pájaro en cuestión  escribía acodado en una mesa de madera, bajo un tupido entramado de vid que le procuraba una sombra fresca. Sobre la mesa había un vaso mugriento de tequila, una botella medio vacía y un cenicero rebosante de colillas. Una legión de moscas revoloteaba alrededor del cuello de la botella seducidas por el dulzor del alcohol. Arriba, sobre el cable del teléfono, una larga cohorte de zopilotes observaba impertérritos la escena, a la espera de caer sobre el tipo de la carta. No tenía mucha carne aquel sujeto, pero no era plato desdeñable en aquel pueblo perdido. Al fondo,  una muchacha vestida de azul pálido esperaba medio escondida tras las cortinas de la ventana dispuesta para ver el espectáculo que se avecinaba. Cualquier suceso anodino era bien recibido en aquel pueblo considerado como un lugar de paso, donde la gente paraba sólo a poner gasolina al carro,  aliviar el vientre o  llenar el estómago con un buen plato de judías pintas y un vaso de tequila.
—¡Eh, muchachos! Dadme sólo cinco minutos—rogó el tipo levantando las manos.
—¿Y para qué carajo los quieres? —preguntó uno de los hombres de negro.
—Estoy acabando de escribir una carta para la chica más bonita del mundo. Luego, cuando la termine, podéis cumplir vuestro encargo. Ya me queda muy poco. Os esperaba.
Los tipos no bajaron las armas pero, encogiéndose de hombros,  le concedieron el tiempo. Ahora el sol del mediodía daba de lleno en la mesa cochambrosa y olía mucho a uvas.
—¿Qué creéis que es más efectivo?: « me hubiera gustado follarte hasta vaciarme entero dentro de tu coño dulce» u «ojalá hubieras yacido conmigo sobre el heno perfumado de aquel establo escondido, allá por el Mississippi».
Los tipos de negro se miraron dubitativos. Uno de ellos se rascó la frente con la punta del cañón.
—Lo de la paja perfumada es más visual, más evocador. Aunque tal vez lo primero es más sincero, más visceral. Me refiero a lo de vaciarte entero dentro de su coño dulce. Es muy tierno. ¿Qué opináis, muchachos?
La comitiva iba a contestar cuando un perro se acercó retozón a oler el trasero de una perra y, sin importarle la concurrencia, la montó ávido. Los hombres miraron la escena, hipnotizados. Uno de ellos bajó un poco el arma para ocultar la erección.
—¿Habéis visto que polla tiene el muy pendejo? Roja y grande como una salchicha. Mirad cómo la embiste. ¡Este no necesita establos ni henos perfumados! ¡Vamos, dale, muchacho!
Los hombres jaleaban la escena sin perder de vista su objetivo. Arriba los zopilotes graznaron, impacientes. Se podía escuchar el rugir de sus estómagos. Cuando el hombre —indiferente a la cópula— firmó la misiva, se sirvió un trago de tequila y pidió vasos para el resto del grupo. La chica de azul salió con una bandeja llena de ellos.
—¿Quieres en serio que bebamos contigo?—dijo uno de los hombres, sonriendo irónico.
—¿Y por qué no? Sólo os pido dos cosas: una es que le entreguéis esta carta a mi chica. La otra es que cuando se la deis le contéis que caí con el cigarrillo pendiendo de la boca y que no cerré los ojos cuando llovió la metralla.
—Sin problema—dijo el tipo de la erección llevándose el vaso a la boca.



Carta desde el frente

Por Paloma Celada Rodríguez.

Peña Citores, 9 febrero de 1938

Querida Manuela:
Escribo estas líneas sin la certeza de que podrás leerlas, y en el caso de que lleguen a tus manos, cuando las leas, no sé dónde estaré.
Primero quiero que me perdones la tardanza en contestar a tu última misiva. Sabes las dificultades que supone enviar cartas desde el lugar en el que me encuentro. Llegar hasta esta posición en la montaña es complicado, mis camaradas del Batallón Alpino suben cada dos semanas a traernos suministros, y de paso el correo recibido en Cercedilla. Los escasos alimentos apenas llegan para reponer las fuerzas que el frío y la desesperación nos quitan y las cartas son un breve alivio a la soledad que estas cumbres nos regalan.
En las gélidas noches de guardia me refugio en el recuerdo de tus abrazos, en la visión de tu sonrisa y en el sonido de tu cálida y cantarina voz. Rememoro los días junto a ti paseando a la orilla del río que riega los campos labrados por nuestros padres. Si cierro los ojos puedo hasta oler tu pelo trigueño, sentir la caricia de tus manos y tu aliento sobre mi cuello. Si no fuera por tu recuerdo hace tiempo que me habría vuelto loco en esta guerra absurda.
Ayer el sargento Echenique me oyó cuestionar nuestros avances y fui reprendido, me dijo que minaba la moral de mis compañeros con mis opiniones derrotistas. Anteriormente, “Petronio” fue arrestado por decir en voz alta lo que todos pensamos: esta guerra la vamos a perder. Así que he decidido callar, pero a ti no quiero mentirte. Sé que te causo dolor con mis palabras, pero no quiero irme de este mundo con una mentira entre tú y yo. Cada día que pasa la situación es más delicada, las pocas noticias que nos llegan del frente en Madrid no son halagüeñas. Esta guerra la vamos a perder y muchos nos quedaremos en el camino.
Hace dos días los nacionales atacaron desde La Granja y nos cayó metralla a mansalva. Nuestra única ametralladora no fue capaz de repeler el ataque, nuestros deteriorados fusiles apenas tenían alcance y esos desgraciados se fueron de rositas. En cambio, nosotros perdimos a cuatro de los nuestros: el “Ruso”, el “Bocas” y el “Gato” murieron reventados por una granada. Peor suerte tuvo el “Pelos”, una bala le atravesó las tripas y estuvo toda la noche gritando mientras la vida y las entrañas se le salían por el agujero. Su larga agonía nos hirió más que los disparos del enemigo, y yo volví a refugiarme en tu recuerdo.
Eres mi salvavidas, Manuela. La remota posibilidad de volver a verte es lo único que me impide volarme la cabeza con mi pistola. Pensar que volveré a besarte algún día es una quimera, pero soñar es la única escapatoria a esta locura, a este sufrimiento, a esta angustia. Tú eres la única razón de que siga vivo. A veces, creo que estás conmigo en la trinchera y que tu sonrisa repele las balas que vienen hacia mí. Una vez se lo comenté al “Pelos” y se estuvo riendo de mí toda la tarde, pero él no tiene –no tenía– ninguna novia esperándole en casa y no entiende –no entendía– lo que es estar enamorado. No sabe –no sabía– lo que es amar y le compadezco –le compadecía– por ello. Porque amarte es lo único bueno que me ha pasado, amarte es lo único que ahora mismo tengo, y con tu amor me iré agradecido a la oscuridad, a la nada, al olvido de la muerte si esta viene a buscarme.
Perdóname por hablar de muerte, sé que no te gusta que la miente. Siempre me dices en tus cartas que si pienso en ella atraigo el mal fario, que da mala suerte. Pero sé que no saldré vivo de aquí. Sé que, si alguna vez vuelvo a verte, no será en esta vida. Me gustaría creer en el Más Allá como los meapilas de los requetés, solamente por saber que allí estaría junto a ti.
Tengo que despedirme, el capitán nos ha ordenado bajar a Rascafría, esta posición está perdida y quiere que nos repleguemos. Algunos dicen que se está preparando un ataque enemigo con aviones italianos y alemanes y que ese pueblecito es el objetivo. Me parece que huimos del fuego para caer en las brasas. Al menos, si una bomba me revienta, será lejos de estas solitarias cumbres nevadas y de este paisaje desoladoramente blanco.
Quizás, cuando recibas esta carta, el corazón de quien esto escribe ya no esté latiendo, pero ten la certeza de que el último latido lo dio pensando en ti.
Tuyo para siempre:
Adrián.



una nota de amor

Por Conxita Casamitjana.

Marta ojeaba el libro, uno de esos de autoayuda, intentando encontrar una respuesta mágica que la ayudara a sobrellevar la angustia que últimamente sentía, cuando la nota se deslizó hacía sus manos.
“Yo solo puedo estar contigo o contra mí”.
La giró, no había nada más escrito. Sintió una descarga de energía. ¿Quién escribiría algo así? ¿Para quién? No sabía el motivo pero aquellas ocho palabras la habían emocionado.
Con el libro en la mano se dirigió a la recepción de la biblioteca—. Hola, ¿me puedes decir quién ha reservado este libro antes?— Sonrió mientras le enseñaba el título.
La bibliotecaria la miró con cara de pocos amigos: —No.
Ella no esperaba esa rotunda y escueta respuesta y añadió, a toda velocidad, la justificación a su petición: —Se han olvidado una nota importante entre sus páginas.
De nuevo la otra alzó los ojos sin ningún interés: —Dámela y nosotros se la haremos llegar al propietario.
Marta negó, frustrada apretó sus labios, aquella bruja no iba a colaborar y ella se moría de ganas de saber quién la había escrito y el por qué. Se alejó sin decirle lo que pensaba de ella y en la mesa conectó su portátil, tecleó el mensaje en el buscador: 0.80 segundos, 13.500 resultados. Se sorprendió al ver que la frase existía y era de un tal Benjamín Prado, un escritor de quién no había oído hablar nunca, aunque bien pensado ella tampoco era muy leída.  Estuvo tentada de cerrar la página e ignorar esa nota pero algo en el trazo seguro con que estaba escrita no le permitió olvidarse, continuó leyendo en el ordenador.
"Nunca es tarde para empezar de cero / para quemar los barcos, / para que alguien te diga: / yo solo puedo estar contigo o contra mí / Nunca es tarde para cortar la cuerda, / para volver a echar las campanas al vuelo, / para beber de esa agua que no ibas a beber / Nunca es tarde para romper con todo, / para dejar de ser un hombre que no pueda / permitirse un pasado".

De nuevo, sintió las emociones a flor de piel. Miró a su alrededor, ella que tanto luchaba por controlarse estaba a punto de perder el control, nadie la observaba y sí, entonces, se permitió recrearse en el significado de esas palabras para ella. Su agotamiento al prohibirse sentir, sí, quería amar de nuevo, perdonarse, darse un espacio para, eso que estaba tan de moda, reinventarse. Recordó los últimos meses a toda velocidad: ansiedad, ese seguir sabiendo que no iba, culpa, opresión, claustrofobia, ahogo y miedo. No, no era aquello lo que quería.
Siguió leyendo esos versos, llenándose de energía, descubriendo que quería dejar de vivir con miedo intentando gustar a todos menos a sí misma, deseando que sus días tuvieran sentido y no ser más una secundaria en su vida y eso, implicaba romper con la persona que siempre había sido. No más quejas, no más excusas ni dilaciones.
Leyó de nuevo la nota acariciándola con las yemas de sus dedos. Olvidó a quién la había escrito y sus motivos, eso ya era lo de menos. Recogió sus cosas, ignorando el libro de autoayuda y salió de la biblioteca. Marcó un número.
—¿Carlos, podemos vernos? Sí, es urgente. Sí, quiero que sea ahora. ¿En media hora? De acuerdo.
Marta suspiró aliviada, sabía qué quería hacer.
Ya no es tarde / y si antes escribía para poder vivir, / ahora/ quiero vivir / para contarlo".

Sonrió. Iba a vivir, a volver a enamorarse de su vida.

Sintigo (divagaciones de un cuerdo)

Por Robe Ferrer.

                Hola.
Hace tiempo en tu carta me decías adiós, y yo respetuoso la tiré. Creo que ponía algo especial, algo que no pude ni leer.
Palabras que sangran, ojos que lloran y de repente… El vacío. La nada. El todo. El infinito.
Hablabas de espacio y de tiempo, como si de una clase de física se tratara. Espacio era lo que nos sobraba y tiempo lo que no teníamos. Ahora me he dado cuenta de que cada minuto que pasábamos juntos era un minuto perdido de mi vida y de que cada metro que me acercaba a ti era un metro que me alejaba de lo realmente importante
Tenía la sensación brutal de estarme equivocando: tú me decías ven y yo me iba arrastrando. Hasta que decidiste dejarlo. Y el tiempo (ese tiempo que me pedías) me ha dado la razón (esa razón que tú siempre quería tener).
Desde que has dejado de respirar el aire que tanto te soplé, habrás entendido el porqué te lloré. Debería ser pecado el que no estés, pero es un pecado mortal que hayas estado. Mi vida era un juego de azar en el que tuve que aprender a perder una y otra vez.
Busco entre las sombras y no veo tu olor. Ese olor dulce como el de la hierba fresca recién cortada. Para olvidarme de ti planto una casa, construyo un árbol y peino mis sonrisas; esas sonrisas que nunca volverán a ser mías porque se pierden en la nada.
Y el sol. Sol, déjame en paz, la luna me ilumina, y en esta ruina que es mi vida entra la claridad. Ese sol desestructurado que sale por el oeste y se esconde por el sur. Sabe bien cuales han sido tus pasos y no quiere seguirlos por miedo a perderse, igual que tú. Dios intenta morderme. El dolor es insoportable pero las cosquillas de las hormigas palian mis sufrimientos.
Han pasado los años y he conseguido escapar de las nubes que me susurraban tu nombre cada amanecer y lo olvidaban al ponerse el sol. Aquel sol que no quiso seguir tus pasos pero que a mí me los recuerda cada día.
Desde la soledad de mi habitación, con una sola ventana enrejada que enfoca a la ciudad veo dibujadas en los edificios todas las palabras que me dijiste antes de tu marcha: “No sufras, que el tiempo todo lo cura”.
Sin embargo, ahora… Ahora las cosas son distintas. Las arañas ya no trepan por las paredes de mi corazón cada vez que otro te nombra. Porque sintigo lo mío es lo mío, lo mismo es lo distinto. Y tú. Y tú dejaste de aparecer en mis sueños para aparecer en mis pesadillas, en las que vienes a robarme mi felicidad. Y cada mañana al despertar gritaba “¡qué te lleven los demonios!” para añadir en voz más baja “lejos de mi cabeza”, Y pasadas quinientas noches de desvelo atormentado por tu adiós, por fin saliste de mi mente.
Desde que estoy sintigo los días tienen otro color y las cosas parecen brillar. He descubierto la verdadera felicidad. Mis ojos se muestran con otra luz y la gente me dice que tengo la mirada de estar enamorado. Sintigo la vida es más hermosa y todo es más alegre.
Por último decirte que tenías razón con lo que me dijiste
El tiempo todo lo cura. El tiempo, todo locura.
Atentamente, nunca tuyo.

La carta

Por María Galerna.

A ti:

     He hecho cosas de las que ahora, al echar la vista atrás, me arrepiento. Cosas deleznables que asustarían al mismo demonio, si ése no estuviera encarnado en ti.
Te quise, no, no puedo mentir ahora, te quiero y siempre lo haré. Te amé desde el mismo instante en que llegaste a mí, desde la primera palabra pronunciada empezaste a formar parte de mi vida y a tomar posesión de ella.
     Con el paso del tiempo te fui conociendo mejor y descubrí tu maldad, pero ya era tarde, estabas en mi sangre, en mi mente, te pertenecía.
Pero ya no lo soporto. Sé que nunca me quisiste, sólo fui un mero instrumento a través del cual conseguir lo que te apetecía. Disfrutabas con el mal. El mal hecho a otros por mí…para ti.
     Ahora que aún soy yo, que aún quedan rastros de mí, tomo esta decisión. Si para ser libre he de morir, te mataré.
                                                                 Fdo:
                                                                            Fernán J. P.
                                                                        
      Esta carta la encontré encima de la mesa de mi despacho, el primer día que llegué a mi nuevo puesto.
     Se encontraba encima de una carpeta con el membrete del centro. Despertó enseguida mi curiosidad porque estaba fechada hacía más de cuarenta años. Después de leerla dirigí mi atención a la carpeta. Al abrirla me topé con una fotografía en blanco y negro de la cara de un hombre joven. Al pie de la imagen había un nombre Fernán J. P.  El mismo que firmaba la carta. También encontré informes médicos y policiales. Empecé por los primeros

“Se trata del caso de un muchacho, de unos 17 años, traído a esta institución por su familia a petición de su médico.
   Presenta un cuadro sicótico. Le serán realizadas diversas pruebas para ver su grado de incapacidad”

      Seguía una lista de pruebas a realizar y sus resultados. Dada la época en que se realizaron, algunas de éstas pruebas serían cuando menos cuestionables en la actualidad. Al pie de la última página encontré un añadido.

     “Dada su agresividad demostrada hacia otros internos, se le recluirá en una sala de aislamiento por tiempo indeterminado”

     Ya no podía dejar de leer. Pasé al informe de la policía.

     “Personados en el lugar de los hechos, encontramos a un varón de 35 años colgado en su habitación. No presentaba signos de violencia, y dado que se encontraba en aislamiento, la conclusión es que ha sido un suicidio”

      Como jefe de psiquiatría, ahora y después de leer los informes yo hubiera diagnosticado el caso como “de personalidad múltiple”. Aunque eso no me aclara el porqué o el quién dejó esta carpeta sobre mi mesa.
       Lo que me no acabé de entender fue esa última frase de la carta, casi parecía anunciar un asesinato y un suicidio, cosa que no pasó ¿o sí?
      Es extraño, desde que atravesé la puerta de mi despacho aquél día creo escuchar risas femeninas.