Por Francisco Medina Troya.
En verdad, querido amigo, tu ausencia aún no ha dejado de ahuecar mi alma. Sabes de antemano que soy parco en palabras y que siempre me fue más fácil entregarme a un ejercicio de letras para narrarte lo acaecido. Hemos pasado por días de incertidumbre por cómo están sucediendo las cosas y dejaré esta cuartilla, aquí sobre el escritorio por si te da por leerla, de todas formas necesitaba contarlo, porque creo que por fin, después de deambular por corazones ajenos a mí, descubrí el verdadero secreto de estar en silencio y adivinar el pensamiento de una persona …
En verdad, querido amigo, tu ausencia aún no ha dejado de ahuecar mi alma. Sabes de antemano que soy parco en palabras y que siempre me fue más fácil entregarme a un ejercicio de letras para narrarte lo acaecido. Hemos pasado por días de incertidumbre por cómo están sucediendo las cosas y dejaré esta cuartilla, aquí sobre el escritorio por si te da por leerla, de todas formas necesitaba contarlo, porque creo que por fin, después de deambular por corazones ajenos a mí, descubrí el verdadero secreto de estar en silencio y adivinar el pensamiento de una persona …
Aquella
mañana en la azotea, bajo el influjo de las sabanas aromatizadas de perfumes
antiguos; entre la luz y la cal de las casas, elevamos sueños y corregimos
verdades. Su mano suave apretaba a la mía, y de vez en vez paseaba su dedo
gordo por el contorno de mi mano, quizá para sentirse segura o en una leve
insinuación de que prefería mi compañía a la de su familia en un momento tan
crucial. No me hacía falta mirarla para saber que sus labios carnosos sonreían.
Había más gente en el terrado, al igual que en las azoteas de los edificios
circundantes, incluso sentados sobre los tejados y encaramados en las chimeneas
y los motores de aire acondicionado. Pero eso a nosotros nos daba igual. Solo
estaba ese instante en el tiempo y en la historia y nosotros dos, ajenos a las
risas, los ruidos y el sonido entrecortado de una radio retrasmitiendo la
increíble noticia.
Al
principio nadie lo creyó, nosotros tampoco la verdad. El escepticismo arrugó
nuestros rostros tan acostumbrados al tedio y a la rutina, contaminados por los
medios de comunicación. Tan hechos a ojear en los periódicos: asesinatos,
desahucios, hambruna y desgracias miserables de la condición de ser humano,
civilizado. Sin embargo las evidencias eran claras y no dejaba lugar a ninguna
clase de ambigüedades. No faltaron los fatalistas que predicaron apocalipsis
inminentes y castigos divinos, y aquellos que se aprovecharon del evento para
intentar vender toda clase de baratijas creadas para tal fin.
La
gente no quería saber de consecuencias, que cambiaría en sus patéticas vidas
planas y grises. Como el niño que espera con ansiedad su regalo de cumpleaños,
sin pensar demasiado que envuelve el llamativo papel. El efecto sorpresa era lo
que movía el mundo en ese momento.
La euforia se sentía en
el aire, extrañamente cálido, para la hora temprana del día. Había individuos
que portaban grandes carteles con citas pacifistas, otros rezaban a sus
diferentes Dioses, convencidos de que aquello, más que nunca, era un signo de
sus Divinidades. El griterío aumentó considerablemente, y los pájaros
revolotearon desorientados. Agarré con fuerza su mano, mientras en el horizonte rojizo, en el oeste, nacía,
grandiosa, la otra Tierra…
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