miércoles, 17 de agosto de 2016

El sitio de Piedras Negras

Por Carmen Gutiérrez.

     En cuanto se abrió la puerta de su cuarto, Constanza confirmó que enviar aquella carta había sido un error. La historia la recordaría como una hermosa doncella atrapada en medio de una guerra sin sentido y no como la hija de puta que era.

     Vio a Valentín Aguirre en el umbral de la puerta con la camisa manchada de sangre, las botas llenas de lodo y el arma desenfundada. Respiraba agitadamente, tenía los ojos desencajados pero no dijo nada. La miró con desprecio y entró. Ella se dejó caer de rodillas en un acto suplicante, lo único inteligente que había hecho en los últimos meses.

     Todos me dijeron que eras una puta dijo con sequedad.

     Constanza trató de decir algo pero solo pudo balbucear.

     Te dejé entrar en mi campamento, cenaste con nosotros, cantaste con nosotros y te hice mía. Algunos de la tropa me dijeron que coqueteabas con todos, que dormiste con muchos y yo…¿sabes qué hice? Los fusilé, a cada uno de mis hermanos de guerra… todo por una puta.

     No soy una puta dijo ella por fin con un toque de orgullo Soy Constanza Marín, hija del gobernador de Piedras Negras.

     La hija del gobernador…a ese lo acabo de sentenciar a muerte. Será fusilado al amanecer, pero antes le enseñaré esto, para que sepa la clase de puta que lleva su apellido.

     Lanzó al piso un montón de cartas. Constanza reconoció su letra en cada una de ellas.

     Después de fusilar a mis amigos llegó esta sacó un pliego arrugado y más gastado que las otras cartas-. La que le mandaste a mi mejor amigo, a mi carnal Federico Mosqueda. Llegó justo cuando quitábamos su cuerpo del campo.

     Constanza no dijo nada. Conocía muy bien el contenido de la misiva y sabía que no podría decir nada que mejorase la situación. Cerró los ojos cuando Valentín comenzó a leer.

     …las noches que pasamos juntos, amado Federico, son las mejores de mi vida. Sólo junto a ti he podido conocer el amor y el placer…Valentín se acercó un poco más-, y encontré las otras.

     Pateó el montón que seguía tirado en el suelo. Constanza se encogió de miedo. Él se acercó a ella y la tomó del cabello arrastrándola por el piso con una violencia desmedida, con la furia que invade el cuerpo, el alma y los pensamientos de un hombre herido, señal de que el amor que había sentido por ella se le estaba pudriendo en el pecho.

     Valentín Aguirre, el revolucionario. Conocido en todo el norte por ser el más educado y respetuoso de sus colegas. El que exigía a sus hombres que respetasen a las familias de sus enemigos, el que siempre hacía juicios justos, el que nunca antes había atacado con otro sentimiento que no fuera el del deseo de la libertad estaba ahora fuera de control. Los dos guardias que dejó custodiando la puerta se miraron asombrados al escucharlo gritar y gemir de rabia por encima de los gritos de dolor de Constanza.

     ¡Juan Felipe! ¡Marcos Serdán! ¡Pedro Loza! ¡Emilio Valles! ¡Federico Mosqueda! con cada nombre le asestaba un golpe al rostro que muchas veces cubrió de besos hasta el amanecer ¡Todos eran mis amigos! ¡Te revolcaste con todos mientras me decías que me amabas!

     Ellos eran hombres, tu no dijo Constanza Marín antes de morir de un balazo en la frente.   

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