martes, 20 de septiembre de 2016

ELLA


En el fondo sabía lo que iba a acontecer. Era como la crónica de una muerte anunciada. Sin embargo a pesar de mi desasosiego y mi primer estupor ante la invitación de ella, resolví aventurarme en aquel plantel prohibido.
Muchos no entenderán lo que digo si no me alejo al principio. Debo de destapar el tupido velo de los recuerdos para aclarar la memoria, mi historia.
Ella era amiga de mi madre. Mi madre me trajo al mundo en su adolescencia y cuando yo recién cumplidos los quince comenzaba a descubrir los secretos de la feminidad, ella y mi progenitora cada quince días se acicalaban y buscaban la diversión nocturna de sus treinta años.
Cierro los ojos y me parece estar allí, en aquel pasillo, observando desde mi habitación la puerta entreabierta del cuarto de mi madre. Las dos se divertían cambiándose de ropa. Ver el cuerpo de mi madre en ropa interior, no me llamaba la atención, era algo normal. Pero cuando tenía la fortuna de que su amiga se detenía en el trozo de habitación que estaba a mi vista se me aceleraba el corazón. Podía apreciar su larga cabellera azabache, que contrastaba con el cabello rubio de mi madre, como caía sobre sus delicados hombros, bajaba en extrañas ondulaciones por su espalda y moría en su trasero. Estaba de espaldas a mí y veía su culo contorneado, como dos melocotones maduros, su piel morena moldeaba sus largas piernas de muslos firmes... 
Los quince días restantes eran un suplicio, la espera era tan larga que sólo la esperanza de que se dejaran la puerta entreabierta me mantenía con energía para soportar los días. 
Aquella noche desde mi cama, escuché las risas de las mujeres cuando ella entró ruidosa y mi madre la besó con ahínco en las mejillas. Subieron divertidas hacia la habitación. Me levanté despacio y entreabrí la puerta y sólo deseaba  que dejaran abierta la suya. Mi corazón se aceleró cuando así fue.
Desde las penumbras veía sus siluetas ir y venir. Hablaban sin parar y ella estaba muy feliz porque mi madre le había regalado un conjunto de ropa interior que no había usado. Para mi estupor se quedó parada delante de la bendita porción de habitación que podía ver.
Todo ocurrió muy rápido, pero para mi, en mí deleite, aquel instante se hizo eterno. Observé con los ojos muy abiertos, alelado, como ella se deshacía de su sujetador y con el de mi madre en sus manos se disponía a probárselo. Entonces el contorno de sus senos se grabó en mi retina. Eran redondeados, con cierta forma de pera, y aunque no llamaban la atención por su tamaño si lo hacían por su firmeza y sus grandes pezones que apuntaban al aire. Tenían una gran aureola color café y pequeñas gotas de sudor perlaban su piel... Pero aún estaba por llegar el apoteosis. Se libró de una zancada de sus braguitas y se disponía a probarse el tanga que hacía juego con el sujetador que ya cubría sus pechos. Cuando se las iba a poner se le cayeron  al suelo y ella se agachó con las piernas muy abiertas a recogerlas. Yo no pude mover un músculo cuando vi su raja en toda su plenitud, como un higo maduro, roja y húmeda, con una pequeña tira de vello en su monte de Venus. Entonces me miró, fue sólo un instante, pero me vio y pude ver su sonrisa pícara y avergonzado recé para que no hubiera visto mi incipiente erección y mis calzoncillos mojados de semen juvenil.
Se fueron ruidosas como siempre, divertidas y cuando ya cerraban la puerta, pude escuchar la voz de ella diciéndole a mi madre que esa noche dormiría en casa, para recordar viejos tiempos...
Me dormí a pesar de mi estado nervioso. 
No sé cuánto tiempo pasó, ni las había oído llegar. Una claridad me desveló y sentí unos pasos acercarse a mi cama. Por el perfume supe que no era mi madre. Estaba de espaldas a la puerta y me hacía el dormido. Escuché como se deslizaba una prenda por la piel y caía sobre la alfombra, con seguridad uno de los camisones de mi madre. Entonces sentí como apartaban las sábanas y un cuerpo desnudo se pegaba al mío. Percibía como aquellos senos turgentes se pegaban a mi espalda y como un ardor me quemaba en el trasero. Unas manos suaves me agarraron el miembro, mientras la voz de ella me susurraba al oído que no hiciera ruido, que mi madre dormía, que no me moviera, que ella sabía lo que hacer. Con una mano comenzó a masturbarme y con la otra cogía la mía y la dirigía a su entrepierna, que parecía un infierno húmedo y caliente... Fue suave, como en un sueño. Sus dedos me lo acariciaban con dulzura y los míos hacían lo que podían. Un gran calambre me sacudió y al unísono ella se arqueó gimiendo en mi oreja. Tuvo que taparme la boca con la otra mano cuando sus sacudidas lograron que mi néctar se derramara en sus dedos y en las sábanas. Sentí aún más humedad en mi trasero y una calma nos inundó. Estuvo así largo rato, con mi miembro enhiesto entre sus manos, sintiendo como su corazón latía entre sus tetas. Y de golpe abandonó la cama y se alejó con su perfume.
De eso han pasado ocho largos años. Todo ese tiempo no la volví a ver. Por motivos laborales ella se marchó de nuestra ciudad. Ahora otros motivos laborales me llevan a su ciudad. Mi madre lo había dispuesto todo. Había hablado con su amiga, que no tuvo ningún problema en alquilarme una habitación. "Es como tú segunda madre, no ha dudado en invitarte a su casa". Dijo. Y se me vino a la mente su cuerpo desnudo entre mis sábanas. 
Sé lo que ocurrirá. Ahora estoy preparado. No voy a quedarme quieto ante sus senos desafiantes, mis dedos ahora saben lo que hacer entre los pliegues de su piel. Mi lengua recorrerá cada centímetro de su piel, mi pene, ahora robusto y fuerte la penetrará con vehemencia, por todos estos años... Y ella lo sabe...


– FIN –


Consigna: Escribir un relato erótico (no pornográfico).

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