martes, 13 de junio de 2017

Los Expedientes Secretos X S11E01: Usurpación

Seudónimo: El Fumador.
     Autor: Juan Carlos Santillán.


1
Edificio del FBI; Quantico, Virginia
El recio taconeo resuena en el corredor. Se detiene frente a la puerta. A través del recuadro esmerilado se puede adivinar el desorden del interior. La mano pequeña de uñas cortas sin esmaltar coge con firmeza el picaporte y abre. Al fondo de la oficina, bajo docenas de lápices ensartados en las baldosas acústicas del cielo raso como estalactitas amarillas, un hombre está sentado de espaldas a la puerta tras el pesado escritorio de madera. Contempla un afiche que muestra la imagen borrosa de un platillo volador. En la parte inferior se lee una frase que expresa fe y desafío a la vez: "quiero creer".
    ¿Por qué tardaste tanto?
La recién llegada, pelirroja de facciones fuertes y profundos ojos verdes vestida con un traje sastre de color café, tuerce los labios en una sonrisa irónica.
    Lo siento, Mulder: me cuesta convencer a las monjas del hospital de que buscar extraterrestres es más importante que salvar la vida de los niños enfermos.
La silla gira. El hombre de cabello castaño oscuro y rasgos adormilados viste traje gris oscuro y corbata azul.
    Esos pingüinos endemoniados siempre son tan egoístas. Deberías dedicarte a labores más altruistas, Scully.
Dana Scully baja la cabeza y menea la roja cabellera sin dejar de sonreír, como una madre resignada a los engreimientos del hijo unigénito. Toma asiento en el único mueble que no está cubierto de papeles impresos y evidencia dudosa. Fox Mulder levanta el fragmento de meteorito con la forma del estado de Iowa que emplea como pisapapeles y tiende a Scully un informe policial.
    El primer análisis de ADN dio como culpable del asesinato a Mike Foster, de Vermont —lee ella—. Pero el segundo dio a... Akira Ito, de Osaka. Falló el examen de ADN. Es algo muy raro, pero no imposible.
    ¿Cuántas veces has sabido que ocurriera?
    ¿Has oído hablar de las "quimeras"? —pregunta Scully, cerrando la carpeta.
    Dos embriones comparten matriz, uno no llega a término y el otro absorbe su información, resultando con dos juegos de ADN diferentes. Pero en ese caso hablamos de hermanos, hay similitud fenotípica: dos individuos de ascendencia noreuropea, por ejemplo, uno gordo de ojos azules y otro delgado de ojos verdes. No uno europeo centro-occidental y otro asiático oriental.
    ¿Nunca has conocido a dos hermanos muy diferentes? —pregunta Scully, con el mismo tono que emplearía con uno de los niños del hospital—. ¿Dos hermanos que no se parecen en absoluto?
    ¿De un mismo embarazo? —pregunta Mulder a su vez, con tono burlón—. Los mellizos que conozco suelen parecerse aunque sea un poco.
    Ocurre. En especial si se trata de una misma madre pero dos padres diferentes.
    Entonces creo que nos hallamos ante una madre bastante promiscua —Mulder le alcanza otra hoja. Scully la coge, le da una ojeada y levanta el rostro con los ojos muy abiertos.
    ¿Un tercer juego cromosomático?
    Malina Ajarboyá, mujer pakistaní. Que los resultados coincidan con otras personas existentes creo que tampoco es muy común en mellizos —ironiza Mulder—. O en "quimeras".
Scully sostiene los tres resultados disímiles, pasando la mirada de uno a otro. Finalmente, encara a Mulder.
    Me parece que debemos viajar a Vermont.
    Ya compré los pasajes —responde Mulder—. El vuelo sale en cuarenta minutos.

2
Instituto Karl Landsteiner de Investigación en Genética Forense; Universidad de Vermont en Montpelier
Al otro lado del vidrio, el laboratorio luce como una gran pecera. Los sujetos en batas blancas se mueven apenas entre el brillo metálico de los aparatos, bajo las tenues luces de tonalidad turquesa. De la penumbra surge una figura fantasmal. Trae la melena grisácea alborotada y lentes de marco grueso montados en la nariz huesuda. Oprime un botón y la puerta de vidrio se desliza a un lado con un bufido.
    ¿El doctor Garrison? —pregunta Mulder.
    El mismo. Síganme.
Mulder y Scully ingresan al laboratorio. En la oscuridad, Mulder tropieza con una consola. Los recipientes sobre ella tintinean, amenazando con caerse. Todas las cabezas se dirigen hacia Mulder, que se queda quieto hasta que los recipientes recuperan su verticalidad y las espaldas vuelven a curvarse sobre el instrumental. Sólo un muchacho robusto de cabello rubio pregunta:
    ¿Está todo bien?
    Sí, gracias —responde Mulder—. Lo tengo todo bajo control.
El doctor Garrison resopla.
    Estamos experimentando con organismos fotosensibles, por eso la penumbra —explica—. Ya se acostumbrará. Mientras tanto, procure no romper nada.
    Claro. Perdone.
Scully levanta una ceja. Mulder sonríe y se encoge de hombros.
    Ésta es la muestra —dice Garrison, tomando un tubo—. Y estos son los cuatro resultados.
    ¿Cuatro? —pregunta Scully.
    Sí —responde el doctor, revisando los resultados—: Mike Foster, Akira Ito, Alina Majarboyá y... Fox Mulder.
Con los ojos muy abiertos, Scully voltea a ver a Mulder, que ha quedado mudo. Una luz roja parpadea en la pared.
    Deben excusarme un momento —dice Garrison, y sale.
    ¿Qué está pasando, Mulder? —susurra Scully, acercándose a su compañero.
    No lo sé, Scully, estoy tan sorprendido como tú.
Scully examina su rostro.
    Tú no estás sorprendido. Ya conocías ese cuarto resultado, ¿verdad? ¿Para qué hemos venido?
Cuidándose de que ninguna cámara de seguridad lo capte, Mulder deposita un pequeño cilindro en la mano de Scully.
    Esto, si no me equivoco —explica Mulder—, es uno de muchos experimentos de divergencia genética que se realizan aquí; la investigación forense es sólo una fachada.
    ¿Es un espécimen en estado embrionario? —pregunta Scully, abriendo la mano. En el interior del cilindro se agita una diminuta criatura con forma de renacuajo.
    Sí, uno humano.
Scully cierra la mano compulsivamente.
    ¿Montaste todo este teatro para robar un embrión humano genéticamente modificado? ¿Cómo sabías dónde estaría?
    Conocí a Gary en uno de esos foros sobre "teorías de la conspiración" que tanto desdeñas. Es el muchacho que preguntó si todo estaba bien.
    Y tú respondiste "tengo todo bajo control", claro. ¡No puedo creer que llegaras tan lejos! ¿Cómo introdujiste tu nombre en los resultados?
    Yo no lo introduje. Eso es real.
Se oyen pasos. Scully guarda velozmente la cápsula en un bolsillo.
    Agente Fox Mulder —dice uno de los dos oficiales que vienen con el doctor—, ¿está usted listo para ir a la prisión?
    ¡No pueden detenerlo! —Se adelanta Scully—. ¡La disparidad de los resultados no permite determinar...!
    No sé de qué habla, agente... Scully —interrumpe el oficial, leyendo el nombre en el photocheck—. No hemos venido a detener al agente Mulder, sino a conducirlo ante el recluso de categoría especial Mike Foster, tal como se nos solicitó.
Scully gira sobre sus talones. Sus ojos verdes se fijan duramente en los pardos de Mulder.
    Enternecedora defensa —dice éste, sonriendo–. Realmente me emocionaste.

3
Penitenciaría de varones de Burlington, Vermont
Al cerrarse la reja, la cerradura electrónica se activa con un chasquido. Mulder se acerca a la mesa y toma asiento en una de las dos sillas plegables. Una cámara de seguridad gira en lo alto, enfocándolo. La puerta metálica al otro lado de la habitación se abre. Un presidiario en traje naranja ingresa encadenado de pies y manos. Tiene la cabeza rapada. Haciendo tintinear las cadenas, arrastra las zapatillas blancas hasta la mesa y toma asiento en la otra silla. Su rostro es pálido y anguloso; verdes ojeras rodean los saltones globos oculares.
    ¿Mike Foster? —pregunta Mulder.
    Por el momento, agente Mulder —responde el otro, mostrando una doble hilera de dientes disparejos.
    Lo curioso es —Mulder gira la carpeta abierta que reposa sobre la mesa, deslizándola hacia el presidiario—, que Mike Foster fue ejecutado en Oregon hace tres años.
    Evidentemente no estoy muerto, ya que estoy sentado frente a usted, hablando —El presidiario no aparta la vista de Mulder—. A menos que fuese un fantasma. Eso lo convertiría a usted en Hamlet, tal vez. Y a la agente Scully en una atractiva Ofelia pelirroja. ¿Y quién sería el director Skinner? ¿Polonio? ¿Le gusta Shakespeare, agente Mulder?
    ¿Quién es usted? —pregunta Mulder.
La cámara gira hacia otro lado. La luz roja que indica si está funcionando se apaga. Vuelve a asomar la dentadura retorcida. Mulder adelanta el cuerpo sobre la mesa.
    ¿Qué es usted? —corrige.
El rostro cadavérico se adelanta a su vez, hasta casi tocar el de Mulder, que puede sentir el olor a amoniaco en su aliento.
    "Somos Legión" —contesta.
    Son fenómenos salidos de un laboratorio. ¿Qué pretenden, reemplazarnos a todos? ¿Por qué mi ADN, cómo lo hacen?
    Reemplazarlos es sólo una parte de algo mucho más grande. ¿Cómo obtenemos el ADN de cualquier individuo? Estamos en el FBI, agente Mulder, en la CIA, en la NSA: tenemos la información de todo el mundo. ¿Por qué usted? Porque queremos enviar un mensaje. Y usted es el indicado.
    ¿Y cuál es ese mensaje?
    Su tiempo ha terminado —sentencia el presidiario, ampliando su sonrisa al tiempo que se reclina en el asiento—. Nosotros ocuparemos su lugar.
Mulder se pone de pie. Da media vuelta, dirigiéndose a la puerta.
    Agente Mulder.
Voltea al oír la voz del presidiario. Pero, al encararlo de nuevo, quien está sentado a la mesa con el mono naranja y las cadenas es un hombre calvo de mediana edad, de complexión atlética, expresión beatífica y nariz bulbosa.
    Estamos en el FBI —Mulder vuelve a oír la frase, esta vez en la voz del director Skinner.
La cerradura se desactiva, abriendo la reja. Mulder se precipita al pasillo y echa a correr. En la admisión recupera su teléfono celular. No se detiene a recoger su abrigo. Sale del edificio a la ventisca helada que le azota el rostro, calándole los huesos, y llama a Scully.
    ¡Mulder, he intentado ubicarte varias veces! —dice Scully, apenas contesta—. Mandé a analizar una muestra de tejido del espécimen. Arrojó seis resultados diferentes. Y uno de ellos...
    ... Eras tú.
    ¿Cómo lo sabes?
    ¡Escúchame bien, Scully: debes salir de ahí!
    ¿De qué hablas, Mulder? En este momento estoy entrando a la oficina del director Skinner; necesitaremos su ayuda si queremos solucionar esto. Te llamaré luego.
    ¡No, Scully, no entres a... !
Pero ya la comunicación se ha cortado. Mulder contempla impotente el aparato. Se oye el ruido de un motor. Un auto negro de lunas polarizadas está estacionado frente a la puerta. De la parte posterior se eleva una voluta de humo. Una mano huesuda y arrugada arroja la colilla al aire.
    Arranque —Se oye la voz rasposa del Fumador.
    ¡Oiga! —grita Mulder, corriendo hacia el vehículo.
El vidrio sube. El auto parte. Mulder lo persigue varios metros hasta que, sin aliento, lo ve salir del complejo penitenciario y perderse en la tormenta. Intenta volver a contactar al teléfono de Scully, pero la monótona grabación lo manda al buzón de voz. Realiza dos llamadas más. Aeropuertos y carreteras están cerrados. Luego, la línea empieza a fallar.
En ese momento, un mensaje de texto enviado desde un número desconocido llega a su celular, justo antes de que la señal se pierda del todo.
    "El resto es silencio" —lee Mulder en voz alta, viendo sus palabras transformarse en vapor. Tiembla. Levanta la vista y otea el borroso horizonte cubierto de nieve más allá de la alta valla electrificada.
La verdad está allá afuera.

09.06.17



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