martes, 5 de septiembre de 2017

En la noche

Por María Galerna.

     Consigna: fábula detectivesca o policial, con animales en calidad antropomorfa.
Texto:
La bestia camina encorvada bajo el peso de su carga. En el claro del bosque abandona el fardo. El cuerpo mutilado queda a la intemperie.
 El local estaba casi vacío. Apenas unos parroquianos rezagados deseosos de no volver a casa y algún borracho medio adormilado, continuaban  allí. El ambiente era tranquilo y las conversaciones  escasas.
El camarero sacaba brillo a unos vasos con total parsimonia. Sólo había un cliente apoyado en la barra, mirando el fondo  vacío de un vaso de whiskey. Lo conocía, y por cómo agachaba las orejas, fruncía el morro y entrecerraba los ojos, dedujo que no había tenido un buen día.
—¿Le sirvo otra copa sargento?
El sargento Mathew Bloohound lo miró como si lo viera por primera vez. Sacudió la cabeza y sus orejas revolotearon sacándolo de su ensimismamiento.
—Gracias, Joe —dijo mientras le acercaba el vaso— Ha sido un día duro.
—Algo oí en las noticias sobre una jovencita
—Si… —susurra entre dientes el policía— Nunca había tropezado con algo igual.  Estaba destrozada cuando la encontramos. Es inimaginable el sufrimiento por el que tuvo que pasar esa niña. Joe… tenía parte del pelaje desgarrado. Fue golpeada, mordida, mutilada… la cola, su preciosa cola, cortada y colocada alrededor de su cuello…
Se le truncó la voz y  unas lágrimas rodaron por su fino pelo color café hasta llegar a las fuertes mandíbulas que apretaba con rabia.
—Tú lo sabes Joe, tú has sido policía, sabes la maldad de algunos, pero esto…
Joe gruñó y se pasó la mano por los mechones amarillentos. Recordaba sus tiempos de defensor de la ley, cuando aún era un joven idealista, ahora sólo era una sombra de aquello. Sus gruñidos y ladridos no asustaban ya a nadie, ni siquiera a los borrachos  que perdían las horas en su bar.
—¿Y sabes lo peor, Joe? No tenemos ni una pista. Nada. Y eso me desespera. Mejor me voy a casa.
Se levantó y se dirigió hacia la puerta, su cola caída denotaba el estado de ánimo en el que se encontraba. Salió a la calle.


—¡Jefe! —el  agudo ladrido del agente Beagle resonó en la oficina — Le buscan ahí fuera.
—¿Cuántas veces te he repetido que no entres de ese modo? —Le recriminó mientras se cogía la cabeza con las dos manos— Tengo un fuerte dolor de cabeza.
La verdad es que admiraba la vitalidad del agente Beagle. Era joven y menudo, pero lo suplía con unas enormes ganas de aprender y ser útil. Sólo que a veces, como hoy, se pasaba con su entusiasmo.
—Diles que pasen.
—Emtren señores, el sargento los recibirá ahora.
El sargento Bloohound apartó la vista de los papeles que estaba revisando y los fijó en los visitantes que entraban en ese momento.
A ella la reconoció enseguida, era Liberty, su amor de instituto y seguía tan guapa como la recordaba. Esos andares felinos, esa suave piel  tan blanca… y esos ojazos verdes, sí, no había cambiado nada.
. Al tipo no lo conocía. Llevaba una cuidada barbita, tenía dos cuernos que apenas le sobresalían de la frente y unos ojos bobalicones. Parecían nerviosos.
—Hola, Liberty, cuánto tiempo ¿en qué puedo ayudarte?
—Verás Mat… —empezó a decir. Su voz era suave.  Había olvidado que ella siempre lo llamaba así.
—Mat, es por Marí, la hija de mi amiga Mildred, ayer no regresó a casa. Estamos muy preocupados —señaló a su acompañante— Es Paul, un buen  amigo y abogado de la familia. Oímos lo de la chica que apareció y… cuando Mildred me llamó, pensé en ti ¿nos ayudarás?
—Mandaré a algunos agentes a hacer preguntas por el barrio. Y hablaremos con sus amigas. Cuando sepamos algo, os avisaremos.
Los acompañó hasta la puerta del despacho.
—Liberty, ¿tu hija Zoe es buena amiga de Marí?. Me gustaría hablar con ella.
—Si, inseparables. Está en casa, pasa cuando quieras.
— Gracias —sonrió— Te llamaré cuando vaya.
    Han pasado dos semanas y la niña no aparece. No han pedido rescate, ni se tienen pistas. El sargento Bloohound teme encontrarla como a la anterior. Eso le tiene de mal humor.
Nadie la vio antes de desaparecer. Sus amigas tampoco saben nada. Tiene una cinta de video donde están las dos, Zoe y Marí, en el cumpleaños de ésta última, pero tampoco saca nada en claro.
La carne sonrosada de Marí esta llena de dentelladas. La sangre resbala por alguna de las heridas. No le quedan fuerzas para chillar a pesar del agudo dolor que siente. La bestia la observa.
—No eres ella, pero servirás.
Y una desagradable sonrisa aparece en su boca, dejando al descubierto unos afilados colmillos.
—¡Jefeee!
Otra vez el maldito Beagle y sus aullidos.
—‘Jefe!, no he podido detenerla, dice que tiene que verle inmediatamente. Un asunto de vida o muerte.
Mientras el agente se disculpaba, una figura cubierta con unos oscuros ropajes,  penetraba en el despacho. Encorvada, se apoyaba en un bastón adornado con la cabeza de una cobra. Su plumaje negro, su afilado pico y sus ojos hundidos, no presagiaban nada bueno.
—Está bien Beagle, déjanos, yo atenderé a la señora —le dijo al agente mientras repasaba a la anciana de arriba abajo. ¿Qué querrá?, se preguntó.
—Buenas tardes sargento, deje que me presente, soy madame Raven y estoy aquí para ayudarle a encontrar a la niña de la celda.
—¿De la celda? —repitió sorprendido el policía.
—Sí. Ayer la vi en un sueño. Un monstruo la torturaba.
El sargento la miró con curiosidad, sin saber qué creer. Conocía el mito de que los de su clase tenían visiones. Se decía que se movían entre los vivos y los muertos. Caminantes entre mundos. Pero eran historias de críos. Cuentos.
Se armó de paciencia.
—Cuénteme que pudo percibir del lugar —le pidió. Total, no tenían nada y se agotaba el tiempo. Estaba dispuesto a aceptar la ayuda que fuera, por insólita que pareciera.
—El sitio donde la tiene es antiguo. Un edificio de piedra que parece abandonado. Hay unas escaleras que llevan a un oscuro y húmedo pasillo. Al final se percibe un poco de claridad. Allí hay una celda con un camastro. Una pequeña ventana es la que da esa luz. La niña está allí. 
—Gracias madame Raven, investigaremos —le dijo, aunque sin poner demasiado énfasis. Se levantó para abrirle la puerta y con la mano extendida, le mostró la salida.
—Sé que no me cree sargento, pero le diré algo más, olía a mar y se escuchaba  una campana. Espero que le sirva.
Mathew se quedó agarrado al pomo de la puerta, perplejo. Pensaba. Edificio viejo, abandonado, con humedad por estar cerca del mar. La boya de las mareas, cuya campana sonaba de tanto en tanto. Sabía cuál era el lugar.
Se oyen pisadas en el lúgubre pasillo. El sonido retumba en las piedras de las paredes.
—Esta noche será tu última noche. No eres ella, debes morir.
Y con la garra derecha, con un limpio movimiento, le desgarró la garganta.
El edificio era un antiguo penal, abandonado desde hace un par de decenas de años, estaba en estado ruinoso. y se encuentraba cerca del mar.
Algunos agentes, con el sargento al mando, se aproximaron con cuidado. La pesada puerta de entrada estba cerrada con un oxidado candado, que se abrió sin ofrecer mayor resistencia.
El interior era tal y cómo lo había descrito la sensitiva, húmedo y maloliente. Unos escalones de piedra se perdían en la negrura. Bajaron con precaución. Las linternas apenas taladraban la oscuridad.

Al final del pasillo estaban las celdas,  todas vacías,  excepto la última.
—Marí… Marí —llamó el sargento.  Ningún sonido llegó del interior.
Entraron. Alguno de los agentes tuvo que salir al no poder soportar la visión de la niña. Debajo de una raída sábana, su cuerpo apareció cubierto de sangre y heridas, mordiscos y profundos arañazos. Y el corte en la garganta, que casi seccionó la cabeza.
El sargento Bloohound contuvo las nauseas mientras la rabia crecía en su interior.
Los dos agentes apostados en la puerta del edificio oyeron un ruido, desenfundaron las armas. Están nerviosos. Una grotesca figura, envuelta en una capa mugrienta, se acercaba tambaleándose-
—¡Alto! —Gritaron a un tiempo los dos agentes —Quédese quieto, somos la policía.
El tipo los miró y buscó algo entre sus ropas. No lo dudaron, dispararon. Cayó muerto en el acto.
En la celda, el sargento reunió las pruebas. Han recogido unos pelos negros, largos y ásperos. De lobo. Las marcas de las heridas también se corresponden con sus zarpas. 
—¡Jefe! ¡Jefe!  —gritó uno de los chicos que había dejado en la entrada —Tiene que venir arriba —dice señalando hacia la escalera con gesto nervioso.
—¿Qué es tan importante?
—El tipo, un tipo…
—Agente Beagle acabe de recoger las pruebas —ordenó mientras se dirigía al exterior.
Sobre el suelo estaba “el tipo”, muerto. Las linternas iluminaron el cuerpo. Era un enorme lobo negro, de amarillentos colmillos y sucias garras. Uno de esos que frecuentaba las cantinas del puerto.
A la mañana siguiente, vistas las pruebas, se dio la noticia de la muerte del asesino. El comisionado, en rueda de prensa, felicitó a sus hombres y aseguró que todo había terminado.
Esa noche Mat, como ella lo llamaba, fue a casa de Liberty para devolverle la cinta de video, una excusa tonta. Solo quería verla. Sentado en el sofá y mientras hablaba con ella, el sargento dirigió la ventana, hacia la oscuridad  y su lomo se erizó. Tiene un mal presentimiento.
Fuera, protegida por la noche, la bestia acecha. Unos crueles ojos rojos y dos pequeños cuernos que apenas sobresalen de su frente, se camuflan entre  la piel de lobo con la que se cubre.
—Zoe, Zoe… —musita.

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